LECTIO DIVINA DEL MIÉRCOLES DE LA SEMANA XVII DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

SAN PEDRO CRISÓLOGO, OBISPO Y DOCTOR DE LA IGLESIA

«El Reino de los Cielos se parece también a un comerciante que busca perlas finas y al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra» Mt 13,46.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Mateo 13,44-46

En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente «El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El Reino de los Cielos se parece también a un comerciante que busca perlas finas y, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

———–

«El hombre que lo ha vendido todo para tener aquel tesoro queda atado por completo a su tesoro: toda su vida está en función del aquel tesoro. Es en esta rica experiencia -de descubrimiento, de conversión y de alegre posesión- donde se arraiga el dinamismo apostólico, a saber: el deseo de decir a todos que hay un tesoro, que vale la pena buscarlo, por el que, incluso, vale la pena venderlo todo para poseerlo, porque una vez que lo posees te das cuenta de que tienes en tu mano todo lo que da sentido a la vida. La alegre noticia es que, en Jesús, Dios se ha acercado tanto a nosotros que se ha hecho hombre, nuestro hermano; se ha sumergido en la historia, implicado en nuestra aventura sin posibilidad de arrepentirse. Esta alegre noticia está cerca, al alcance de la mano, pero es preciso alargar la mano para cogerla» (Bruno Maggioni).

San Pedro Crisólogo nació en el año 380, en Imola. Fue introducido en la vida clerical por el obispo Cornelio de Imola. Fue elegido obispo de Ravena, cargo que ejerció santamente. Era un predicador famoso, por ello fue llamado Crisólogo, es decir, “palabra de oro”, por su elocuencia. Murió el 31 de julio del año 450. Fue declarado doctor de la Iglesia por Benedicto XIII en 1729.

San Pedro Crisólogo nos exhorta a vivir con rectitud y a buscar la santidad en nuestra vida diaria. Que la gracia de Dios nos fortalezca y nos guíe, para que podamos brillar como el sol en el reino de nuestro Padre celestial.

Hoy meditamos la lectura que comprende las parábolas del tesoro escondido y de la perla fina, ubicadas casi al final del capítulo 13, después de la explicación de la parábola del trigo y la cizaña.

Mientras que, en la parábola del trigo y la cizaña, Jesús pone énfasis en el juicio final, en las dos parábolas de hoy, Nuestro Señor Jesucristo destaca el valor del Reino de Dios, ante el cual, no existe comparación. Es el tesoro más precioso que podemos encontrar en nuestras vidas. Para quienes abren su corazón, la seducción del Reino de Dios es de tal magnitud que lo dejan todo para conseguirlo y buscar que los demás también lo encuentren.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«La genuina sabiduría evangélica consiste en la apertura humilde y decidida a la gracia divina y a los dones salvíficos que el Padre nos ofrece amorosamente en Cristo y que transforman nuestras vidas. El anuncio del Reino de Dios es el punto principal del mensaje de Cristo, realidad o una situación espiritual, en la cual el hombre reconoce, en espíritu de amor y de temor filial, la soberanía o el primado absoluto de Dios y cumple lo más perfectamente posible su Voluntad» (Manuel Garrido Bonaño).

Dos parábolas, un mismo corazón: la experiencia de haber encontrado algo tan valioso que todo lo demás palidece. El Reino de los Cielos no es simplemente un lugar, es una relación, una presencia, una Persona. Es Cristo mismo.

Ambos personajes, el campesino y el mercader, representan caminos distintos pero convergentes. Uno tropieza con el tesoro casi por azar; el otro lo busca con afán. Como dice San Gregorio Magno: «Algunos son llevados a Dios por la contemplación, otros por la tribulación». El Reino se revela tanto al que busca con ansia como al que se deja sorprender.

El evangelio nos empuja a preguntarnos: ¿Qué estoy dispuesto a dejar para poseer el Reino? ¿Cuántas veces cambiamos perlas verdaderas por abalorios efímeros?

Estas parábolas recuerdan al joven rico que se alejó triste (Mt 19,22), a Pablo que lo dejó todo por Cristo (Flp 3,8), y al ladrón que murió en paz por haber hallado el Paraíso en una cruz (Lc 23,43). El Reino cuesta todo, pero vale infinitamente más que todo. Como escribió Benedicto XVI: «Dios no quita nada, y lo da todo».

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Padre eterno, que hiciste de tu obispo san Pedro Crisólogo un insigne predicador de la Palabra encarnada, concédenos, por su intercesión, guardar y meditar en nuestros corazones los misterios de la salvación y vivirlos en la práctica con fidelidad.

Amado Jesús, Maestro de la humildad, mira con bondad y misericordia a las almas del purgatorio, y permíteles alcanzar la vida eterna en el cielo.

Madre Santísima, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Contemplar estas parábolas es contemplar la alegría de quien ha encontrado su sentido. El campesino entierra de nuevo el tesoro, pero no por miedo, sino para asegurarlo. El mercader deja de buscar, porque ha hallado el Absoluto.

Y tú, ¿has hallado aquello por lo cual vale la pena perderlo todo? El Reino es Cristo. Su amistad, su amor, su Cruz. Y también su Iglesia, su Palabra, su Sacramento. Contemplar es rendirse ante la evidencia de que nada nos llena como Él. Es responder a su llamada con actos concretos: revisa tus prioridades: ¿hay algo que está ocupando el lugar del tesoro? Practica un ayuno voluntario de aquello que te esclaviza (redes, comodidades, excesos). Haz una entrega generosa y libre a alguien que necesite tu tiempo o tu perdón. Como dijo San Juan Pablo II: «El que ha encontrado a Cristo debe irradiarlo». Contemplar es irradiar, es brillar con la luz de quien ha hallado la perla.

Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con una catequesis de Simón el Nuevo Teólogo:

«Puesto que el tesoro, que está escondido bajo las divinas Escrituras, me había sido indicado por un santo hombre, no tardé en levantarme, buscarlo y verlo. Más aun, tras haber invocado a este santo que me ayudara, abandoné cualquier otra actividad de la vida y me fui al lugar donde aquel hombre bueno me había indicado que se encontraba el tesoro, y -con gran fatiga y pena, noche y día- no paré de excavar y cavar, de echar fuera la tierra y ahondar el agujero, hasta que el tesoro empezó a brillar. Y así lo contemplo ahora completamente desplegado ante mis ojos. Al verlo, no paro de gritar, dirigiéndome a los que no creen y no quieren cansarse excavando: “Venid y ved todos vosotros, que no creéis en la divina Escritura”. Hago esto porque creo de verdad a Salomón, que dice: “La aprendí con sencillez, sin envidia la comparto” (Sab 7,13); por esa razón grito a todos: «Venid y aprended que no sólo en el futuro, sino ya ahora, en cualquier parte, se encuentra ante vuestros ojos, en vuestras manos, a vuestros pies, el tesoro inexpresable que está «por encima de todo principado, potestad, poder y señorío» (Ef 1,21). Venid y creed que este tesoro del que os hablo es la «luz del mundo» (Jn 8,12)».

Y no digo esto de mi propia cosecha (cf. Jn 14,10), sino que es el mismo tesoro quien lo ha dicho y lo dice: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11,25), yo soy el grano de mostaza (cf. Mt 13,31) escondido en la tierra (cf. Mt 13,44), soy la perla que los fieles deben comprar (cf. Mt 13,46), yo soy el Reino de los Cielos escondido en medio de vosotros (cf. Lc 17,21; Jn 1,26). También aquí abajo, aunque por naturaleza nada puede contenerme, estoy contenido, no obstante, en vosotros según la gracia; de invisible me hago visible. Yo soy la levadura: el alma me coge, me pone en su naturaleza, que, al fermentar, se hace enteramente semejante a mí (cf. Mt 13,33). Me he convertido, para mis siervos, en paraíso. Soy la fuente luminosa de la corriente y del rio inmortal. Soy el sol que sale a toda hora».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Leave a Comment