LECTIO DIVINA DEL MARTES DE LA SEMANA XVII DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

SANTOS MARTA, MARÍA Y LÁZARO

«Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?» Jn 11,25-26.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Juan 11,19-27

En aquel tiempo, muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano. Cuando Marta se enteró de que llagaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá». Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará». Marta le respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día». Jesús le dijo: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?». Ella contestó: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía venir al mundo».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«El misterio de la muerte vivido en comunión de amistad conduce a Jesús a realizar una afirmación, podríamos decir, desconcertante: “Tu hermano vivirá”. Marta comprende y no comprende. Tal vez guarda en el corazón la esperanza de un prodigio clamoroso; tal vez se refugia en la confianza de la resurrección final de los muertos… Aquí tenemos la profesión de fe de Santa Marta… Es posible que su declaración de fe sobre su verdadera identidad fuera lo que provocó en él la decisión última del prodigio clamoroso» (Anastasio Ballestrero).

A partir del año 2021, el 29 de julio, aparece en el Calendario General Romano la memoria de los santos Marta, María y Lázaro, tal como lo decretó el papa Francisco, al aceptar la propuesta de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Hasta el año 2020, sólo se celebraba la memoria de Marta.

El decreto, firmado por el prefecto del dicasterio, el cardenal Robert Sarah, y el secretario, el arzobispo Arthur Roche, subraya “el importante testimonio evangélico” ofrecido por los tres hermanos “al acoger al Señor Jesús en casa y escucharlo cordialmente, creyendo que él es la resurrección y la vida”.

“En la casa de Betania -se dice- el Señor Jesús experimentó el espíritu de familia y amistad de Marta, María y Lázaro, y por eso el Evangelio de Juan afirma que los ama. Marta le ofreció generosamente su hospitalidad, María escuchó dócilmente sus palabras y Lázaro salió puntualmente del sepulcro por orden de Aquel que se humilló hasta la muerte”.

Por eso, en un ambiente alegre y de amistad, hoy celebramos la fiesta litúrgica de los santos Marta, María y Lázaro, los amigos del Señor, los tres hermanos de Betania, quienes tenían una relación especial con Jesús, un vínculo de fe, pero también de amistad y convivencia. Jesús a menudo se detenía a comer en su casa.

Betania es también conocida como “la casa de la amistad”, el pueblo donde Jesús fue acogido en la casa de Marta y María y donde el Señor devolvió a la vida a su amigo Lázaro, a las hermanas que habían reconocido en él «al Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía venir al mundo».

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«Yo soy la Resurrección y la Vida». Estas palabras no son una doctrina, sino una Persona. Jesús no promete simplemente una resurrección futura; él mismo es la Vida que vence la muerte. El corazón de Marta, desgarrado por el dolor, se convierte en terreno fértil para una profesión de fe que atraviesa los siglos: «Sí, Señor, yo creo…».

La fe que brota en la noche del duelo es la más pura: es aquella que se fía no de las evidencias, sino de la Palabra. Esta escena evoca otros momentos: la resurrección de la hija de Jairo (Mc 5,36), la del hijo de la viuda de Naín (Lc 7,13-15). En cada uno, Jesús se aproxima, se conmueve, actúa. Es el Dios con entrañas de hombre.

En el rostro de Marta se reflejan los rostros de quienes lloran hoy: madres que sepultan hijos, pueblos heridos por guerras, familias que velan en soledad. A todos ellos, Jesús les dice: «Yo soy la Resurrección y la Vida». No es una ideología, es una presencia. Él está. Él viene. Él vence.

Como escribe Benedicto XVI: «La fe cristiana no es sólo información, es performación: transforma la vida». Y el Señor nos pregunta hoy, como a Marta: «¿Crees esto?» (Jn 11,26). Él busca en nosotros un acto de confianza que transfigure la muerte en aurora.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Concédenos, Dios todopoderoso, que el ejemplo de tus santos nos estimule a llevar una vida más perfecta, y así, quienes celebramos la memoria de los santos Marta, María y Lázaro, sepamos imitar siempre sus acciones.

Padre eterno, tú, que eres amoroso, paciente y misericordioso, perdona y purifica las almas de los difuntos y llévalos a tu morada celestial, en especial a todos aquellos que partieron sin conocerte y en momentos extremos de falta de lucidez espiritual.

Madre Santísima, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Contempla a Jesús, de pie frente al sepulcro. No es un profeta cualquiera, no es un maestro más. Es el Señor de la vida que llora con el hombre y por el hombre. Su lágrima es teologal, su compasión es redentora. El Verbo eterno, hecho carne, se conmueve y clama: «¡Lázaro, sal fuera!».

Hoy también se alzan sepulcros: de desesperanza, de culpa, de soledad. Y el Señor sigue gritando nuestro nombre. Contemplar es oír esa voz, es dejarse envolver por su poder que levanta, por su amor que redime.

Propongo lo siguiente: visitar a un enfermo o llamar a quien sufre en silencio. Hacer una lista de “sepulcros” interiores y presentárselos a Jesús. Rezar cada mañana: “Señor, tú eres mi vida, hoy y siempre”. Como dice san Pablo: «Si el Espíritu que resucitó a Jesús habita en ustedes, él también dará vida a sus cuerpos mortales» (Rm 8,11). Contempla, cree, sal de la tumba. Cristo está llamando.

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de Adelaide Anzani Colombo:

«“Si hubieras estado aquí”. Si hubieras estado aquí, Señor, aquí, ahora; aquí, inmediatamente; aquí, a nuestra manera; donde estallan las bombas y despedazan la carne inocente de niños; donde agonizan los viejos abandonados. Aquí, donde las aceras del mundo hacen de cama a los pobres; donde consumamos el engaño y la vileza; donde no sabemos querernos ni siquiera un poco bien; donde estamos tristes y solos y tan desesperados a veces. Aquí, donde nos perdemos, nos ponemos enfermos, morimos.

¡Si estuvieras aquí! Tal vez creamos de verdad – ¿será esto la fe? – que su presencia y su intervención podrían resolverlo milagrosamente todo, reparar y sanar las llagas de los cuerpos y las dudas del alma. E invocamos esta intervención que, según nuestros deseos y nuestros cálculos, debería detener el curso de las desventuras, esta presencia poderosa y taumatúrgica que, de una manera automática, resolvería nuestros dramas. Rezamos, enviamos mensajes, se lo hacemos saber: “Señor, tu amigo está enfermo”. Y no logramos comprender precisamente su tardanza, y nos escandaliza su “entretenerse” en otra parte, este esperar incomprensible, este no llegar nunca. Entretanto, nosotros sufrimos: nosotros aquí y él quién sabe dónde.

Y, sin embargo, él está siempre “aquí”. Es el Dios-con-nosotros para siempre. Y su misteriosa tardanza a nuestra súplica revela un acudir esencial y un llegar esencial dentro de nuestro dolor: no debe “venir”, porque nunca ha dejado de estar presente, nunca ha dejado de amarnos, está llorando con nosotros. Todo nuestro mal, toda nuestra pena, nuestra condición prisionera y hasta desesperada, nuestro padecer – tan absurdo en ocasiones, tan insensato – y la ineludible meta de la muerte están atravesados por la compasión de Dios. Un Dios capaz de llorar, ama de un modo tan perdido al hombre que no lo deja morir».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

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