LECTIO DIVINA DEL DOMINGO DE LA SEMANA XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

«Miren: guárdense de toda codicia. Que por más rico que uno sea, la vida no depende de los bienes» Lc 12,15.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 12,13-21

En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús: «Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia». Él le respondió: «Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre ustedes?». Y dijo a la gente: «Miren: guárdense de toda codicia. Que por más rico que uno sea, la vida no depende de los bienes». Y les propuso una parábola: «Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y se puso a pensar: “¿Qué haré? No tengo dónde almacenar la cosecha”. Y se dijo: “Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces, me diré a mí mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida”. Pero Dios le dijo: “Necio, esta noche vas a morir. Lo que has acumulado, ¿para quién será?”. Así le sucede para el que amontona riquezas para sí mismo y no es rico a los ojos de Dios».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«El financiero calcula, administra, piensa en el rendimiento, en el beneficio, en la productividad. Eso no es ilegítimo, pero es notoriamente insuficiente. Una visión de fe, la perspectiva del reino, la presencia permanente del Padre de los Cielos ensancha el horizonte, reemplazan la sabiduría de la carne por la sabiduría sobrenatural y arrollan a la razón fría, al moralismo abstracto. El Hijo de Dios da, presta, se olvida de reclamar; e inscribe en el Libro de la Vida lo que no inserta en los libros contables» (Padre Stephane Joseph Piat).

La escena del pasaje evangélico se sitúa en el camino hacia Jerusalén, durante uno de los grandes discursos de Jesús ante una multitud. En ese trayecto, Cristo instruye a sus discípulos sobre la vigilancia, el desapego, la verdadera sabiduría y la prontitud del corazón. Jesús no niega el valor del trabajo ni de los bienes materiales, pero señala su carácter efímero si se convierten en el centro del corazón. Revela que la vida verdadera no se mide por lo que se posee, sino por la riqueza ante Dios, y que la codicia cierra el alma a la trascendencia.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«Necio, esta noche vas a morir…» (Lc 12,20). Este grito divino sacude como un trueno la autosuficiencia del rico que vivía proyectando banquetes y almacenes más grandes. Su error no fue trabajar ni producir, sino encerrarse en sí mismo, planear sin Dios, acumular sin amor. Su vida se había vuelto un monólogo, un espejo sin ventana, un alma sin cielo.

Jesús, en esta parábola, revela el vacío de una existencia centrada en el tener. «Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón» (Lc 12,34). El drama del hombre moderno no es la falta de bienes, sino la sobreabundancia de estos y la sequía interior. Acumulamos datos, títulos, cuentas… pero muchas veces vivimos pobres en fe, en misericordia, en compasión.

El mensaje central del pasaje evangélico es muy actual. Por un lado, vemos a personas que viven en situaciones deplorables, pasando necesidades extremas en alimentación, salud, educación y en otros aspectos fundamentales; y, por otro lado, hay personas que realizan gastos superfluos. Actualmente, la población mundial bordea los ocho mil trescientos millones de habitantes, de los cuales, alrededor del 10%, es decir, casi ochocientos millones de personas viven en situación de pobreza extrema, siendo la mitad niños. Mientras tanto, una pequeña proporción de la población mundial administra los bienes que Dios ha confiado a la humanidad.

Por ello, la advertencia de San Pablo atraviesa los siglos y llega a nosotros: «Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba… No pongáis vuestra mira en las cosas de la tierra» (Col 3,1-2). Jesús no condena la economía ni la planificación, sino la idolatría del dinero, la soberbia del alma que se cree dueña del tiempo. Como en la parábola del rico epulón (Lc 16,19-31), la verdadera riqueza es la que se comparte y perdura en la eternidad.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Atiende, Señor, a tus siervos y derrama tu bondad imperecedera sobre los que te suplican, para que renueves lo que creaste y conserves lo renovado en estos que te alaban como autor y como guía.

Santísima Trinidad: otórganos la gracia de estar muy atentos para que hagamos un uso adecuado de los bienes que nos has confiado y tengamos siempre presente que todo lo que poseemos, es tuyo.

Amado Jesús: concédenos que, dóciles a la acción del Espíritu Santo, podamos siempre reflexionar sobre las difíciles condiciones de vida de muchos hermanos nuestros e, inspirándonos en tu Palabra, realicemos obras de misericordia y contribuyamos a que todos tomemos conciencia de que todo ser humano debe ser tratado con la dignidad de hijo de Dios.

Amado Jesús, ten compasión de las almas benditas del purgatorio y muéstrales la hermosura de tu bondad y misericordia. Te lo suplicamos Señor.

Madre Santísima, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Silencio… El alma contempla a Cristo que, sin poseer riquezas terrenales, fue el hombre más libre y fecundo de la historia. Él, que no tenía dónde reclinar la cabeza (Mt 8,20), reclinó su corazón en el seno del Padre y se hizo pobre para enriquecernos con su amor (2 Co 8,9).

Hoy, en un mundo que mide el éxito por la cuenta bancaria, Jesús nos invita a la libertad del desprendimiento. Contemplar esta parábola es contemplar la fragilidad de la vida, y dejar que esa conciencia fecunde actos concretos, como, por ejemplo, los siguientes: haz hoy una obra de caridad concreta (un donativo oculto, una visita, una escucha); revisa tus “graneros”: ¿qué guardas que no compartes? ¿Qué temes perder?; dedica un tiempo esta semana a orar con el Salmo 49: «¿Por qué temer en días de infortunio, si la riqueza del rico no salvará su alma?».

Como dijo San Juan Pablo II: «El hombre vale por lo que es, no por lo que tiene». Contemplar esta verdad, y vivirla, es dejarse mirar por Dios y abrirse al Reino que no pasa.

Hermanos: contemplemos a Dios con un sermón de San Agustín:

«Hermanos, examinad con atención vuestras moradas interiores, abrid los ojos y considerad cuál es vuestro mayor amor, y después aumentad la cantidad que habréis descubierto en vosotros mismos. Poned atención en este tesoro vuestro a fin de ser ricos interiormente. Decimos que son caros los bienes que tienen un gran precio, y con razón… Pero ¿qué hay más apreciado que el amor, hermanos míos? A vuestro juicio ¿cuál es su precio? Y ¿cómo pagarlo? El precio de una tierra, el del trigo, es tu dinero; el precio de una perla es tu oro; pero el precio de tu amor eres tú mismo. Si quieres comprar un campo, una joya o un animal, buscas los fondos necesarios, miras alrededor de ti. Pero si deseas poseer el amor, no busques más que a ti mismo, es preciso que te encuentres a ti mismo.

¿Qué es lo que temes al darte? ¿Perderte? Al contrario, si rechazas darte es como te pierdes. El mismo Amor se expresa por boca de la Sabiduría y con una palabra apacigua el desasosiego en que te inspira esta palabra: “¡Date a ti mismo!”. Si alguien quisiera venderte un terreno te diría: “Dame tu dinero”; o para otra cosa: “Dame tu moneda”. Escucha lo que te dice el Amor por boca de la Sabiduría: Hijo, dame tu corazón. Tu corazón estaba mal cuando era tuyo; eras presa de tus nimiedades, es decir, de las malas pasiones. ¡Quítalas de ahí! ¿Dónde llevarlas? ¿A quién ofrecérselas? “Hijo, ¡dame tu corazón!” dice la Sabiduría. Que sea mío, y no lo perderás…

“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser…”. El que te creó te quiere todo entero».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

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