«Ánimo, soy yo, no tengan miedo» Mt 14,27.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Mateo 14,22-36
En aquel tiempo, inmediatamente después de la multiplicación de los panes, Jesús ordenó a sus discípulos que subieran a la barca se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De madrugada, se les acercó Jesús, andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el mar, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma.
Jesús les dijo enseguida: «¡Ánimo, soy yo, no tengan miedo!». Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir a ti andando sobre las aguas». Él le dijo: «Ven». Pedro bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: «¡Señor, sálvame!». Enseguida, Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: «¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?». En cuanto subieron a la barca, se calmó el viento. Los de la barca se postraron ante él diciendo: «Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios». Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. Y los hombres de aquel lugar, apenas lo reconocieron, pregonaron la noticia por toda aquella región y trajeron a todos los enfermos. Le pedían tocar siquiera el borde de su manto, y cuantos lo tocaron quedaron completamente sanos.
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«Señor Jesús, cuando el viento me zarandea y las olas golpean mi esperanza, ven a mí caminando sobre el agua, pronuncia tu nombre sobre mi tempestad, y extiende tu mano sobre mi abismo. Que no me venza el miedo, que no me hunda la duda, sino que camine hacia Ti con la fe de Pedro renovada, con la mirada fija en tu rostro y el corazón anclado en tu amor. Tómame de la mano, Señor, levántame cuando caigo, y llévame contigo a la barca de tu Iglesia, donde cesa el viento y renace la paz. Amén».
El pasaje evangélico de hoy relata los acontecimientos ocurridos después del milagro de la multiplicación de los panes. Se encuentra también en Marcos 6,45-52 y en Juan 6,16-21. Como afirma Ermes Ronchi, narra «Tres experiencias de Dios dentro de una liturgia cósmica, de olas, de viento, de noche, de violencia. Se trata de nuestra liturgia existencial, de la historia de nuestros días, de nuestros miedos y de los milagros invocados. Y de los hundimientos y de manos que te atrapan».
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
La noche avanza, la tormenta arrecia, y el corazón tiembla. Así sucede también en nuestra vida: cuando todo parece naufragar, cuando el viento es contrario y sentimos que Cristo no está. Pero es precisamente entonces cuando Él viene, caminando sobre el mar del miedo, y nos dice: «Soy yo, no tengan miedo».
Pedro, el impulsivo, el apasionado, quiere ir hacia el Señor, y se atreve a caminar sobre el agua, mientras su mirada permanece fija en Él. Pero cuando ve el viento, duda, y comienza a hundirse. ¡Qué imagen tan clara de nuestra fe titubeante! Basta un soplo de adversidad para que olvidemos el rostro de Cristo. Y, sin embargo, Él extiende la mano. Siempre la extiende.
Este pasaje resuena con otros textos: el «¡No temas!» del ángel a María (Lc 1,30), el «¿Por qué tienen miedo?» en otra tempestad (Mt 8,26), el «Si tuvieran fe como un grano de mostaza…» (Mt 17,20). Todos apuntan a una verdad esencial: la fe auténtica nace de la confianza en la presencia de Jesús, incluso cuando no lo vemos claramente. Como dice San Pablo: «Vivimos por fe, no por vista» (2 Co 5,7). Y el profeta Isaías proclama: «Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera, porque en ti ha confiado» (Is 26,3).
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Amado Jesús, nos postramos humildemente ante tus pies y renovamos nuestro seguimiento a tus enseñanzas: «Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios». Haznos capaces de acoger con fe todo lo que nos enseñas a cada instante a través de nuestras vivencias cotidianas.
Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, sostennos y cúranos con la fuerza de tus dones a fin de que en nuestras vidas se manifieste el poder del amor de la Santísima Trinidad.
Amado Jesús, tú que estás sentado a la derecha de Dios Padre, alegra con la visión de tu rostro a nuestros hermanos difuntos.
Madre Santísima, Reina de los ángeles, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
Contemplar esta escena es dejarse tocar por la belleza de un Dios que no se queda en la orilla, sino que se adentra en nuestras noches. Jesús no suprime la tormenta inmediatamente, pero entra en ella. No evita la prueba, pero se hace presente en medio de ella. Eso transforma la fe en experiencia y la oración en salvación.
Hoy, puedes contemplar al Señor acercándose a ti en medio de tu fragilidad. Pregúntate: ¿Dónde me siento zarandeado? ¿Dónde experimento miedo? ¿Qué me hace hundirme como Pedro? ¿Dónde he desviado la mirada del rostro de Cristo?
Sugiero tomes las siguientes decisiones: reza cada noche con el Salmo 91: «Tú eres mi refugio, mi baluarte, mi Dios en quien confío». Cuando sientas temor, pronuncia: «Señor, sálvame»; esta súplica sencilla abre el cielo. Acude al Santísimo en la capilla más cercana, y contempla en silencio a Aquel que calma todo mar. Como enseña Benedicto XVI: «El secreto de la paz está en saber que no estamos solos en la barca de la vida: el Señor está con nosotros, incluso cuando parece dormido, incluso cuando no lo sentimos».
Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un escrito de Ermes Ronchi:
«Evangelio de miedo, Evangelio de gritos. Evangelio humanísimo. Primero Jesús está ausente, después aparece como un fantasma; a continuación, como una mano firme que te coge. Un ‘crescendo’ de fe. Tres experiencias de Dios dentro de una liturgia cósmica, de olas, de viento, de noche, de violencia. Se trata de nuestra liturgia existencial, de la historia de nuestros días, de nuestros miedos y de los milagros invocados. Y de los hundimientos y de manos que te atrapan.
“Ya al final de la noche”, sólo tras una larga noche de lucha viene Jesús hacia los suyos. Y nosotros querríamos que viniera enseguida, a las primeras señales de fatiga, a los primeros signos de peligro. ¿Tal vez estamos abandonados? ¿Es posible que los discípulos estén abandonados a sí mismos?
No. No pidamos milagros al Señor, sino energías para la noche; la barca avanza no por calma del viento, sino por el prodigio de los remeros que no se rinden porque saben que al final de la noche está el Señor, como resurrección, como pacificación, como puerto.
Quiero dar las gracias a Pedro por su humanísima oscilación entre la fe y la duda: “¡Señor, ayúdame!”. Porque toda duda puede ser redimida, incluso sólo por una plegaria gritada en la noche, o en la tempestad, o en el viento. Porque el problema no es Dios; somos nosotros y nuestra corta fe.
El milagro no sirve para creer: sirve el encuentro con el Señor, sentir su mano. Porque el milagro primero no es la tempestad calmada; el milagro es la fuerza para continuar remando en medio de la borrasca, con el viento en contra, escrutando lo que falta para que acabe la noche».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.