LECTIO DIVINA DEL MIÉRCOLES DE LA SEMANA XIX DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

«Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» Mt 18,19-20.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Mateo 18,15-20

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Si tu hermano peca, llámale la atención a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano que peca contra ti. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano. En verdad les digo, que todo lo que aten en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo. En verdad les digo que, si dos de ustedes se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en el cielo. Porque donde están dos o tres reunidos en mi Nombre, allí estoy yo en medio de ellos».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Una oración en común, la misma súplica, un solo espíritu, la misma esperanza animada por el amor (Ef 4,4-6), en la alegría pura. Todo es Jesucristo, nada hay que sea mejor que Él. Apresúrense a congregarse en el único templo, Dios, como ante el único altar, Jesucristo, que vino del Padre sin dejar de ser uno con Él» (San Ignacio de Antioquia).

El pasaje evangélico de hoy pertenece al cuarto discurso de Jesús en el evangelio de San Mateo que trata sobre el discipulado y la comunidad, también llamado discurso eclesiástico de Jesús. Hoy, Nuestro Señor Jesucristo brinda instrucciones claras a sus discípulos para mantener la comunión y la unidad entre ellos, ser siempre fieles a la Palabra a través de la corrección fraterna, el perdón recíproco y la oración colectiva. De esta manera, podemos ir integrando en nuestras comunidades la sabiduría que el Espíritu Santo nos va regalando.

La expresión de Jesús de atar y desatar se refiere a la autoridad y al encargo espiritual que Jesús confiere a sus apóstoles y a la Iglesia para perdonar los pecados y conducir a las almas como mediadora de la caridad.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

El Evangelio nos enfrenta con una realidad inevitable: el pecado y la ofensa en la comunidad. Jesús no nos propone ignorar el mal ni responder con venganza, sino recorrer el camino difícil y hermoso de la corrección fraterna. Es un camino de amor exigente. No se trata de “ganar” una discusión, sino de ganar a un hermano.

El proceso que Jesús describe es profundamente pedagógico: primero, el diálogo personal; luego, la presencia de testigos; finalmente, la intervención de la comunidad. Es un ascenso que respeta la dignidad del otro, evitando la humillación pública y buscando siempre su bien. Es eco de su enseñanza en Lucas 6,37: «No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados». La clave está en el corazón que corrige: no desde la soberbia, sino desde la humildad de quien también necesita ser perdonado. San Pablo lo recuerda: «Si alguien cae en falta, ustedes que son espirituales corríjanlo con espíritu de mansedumbre, cuidando de no caer ustedes también» (Gál 6,1).

Y como broche, Jesús promete su presencia donde dos o tres se reúnen en su nombre (Mt 18,20). No es una simple asistencia simbólica: es la certeza de que toda reconciliación verdadera es obra suya. Allí donde se busca el perdón y la verdad, allí está Él, sanando la herida y restaurando la comunión. El perdón es la respiración misma de la Iglesia; sin él, nos asfixiamos.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Amado Jesús: tú que estás en medio de nosotros cuando oramos comunitariamente, presenta nuestras oraciones a Dios Padre. Concédenos a través del Espíritu Santo un deseo y amor apasionado por la salvación de todos nuestros hermanos, para que nadie quede excluido de la salvación eterna. Otorga a la Iglesia los dones para que siempre busque y acoja a aquellos hermanos que se han apartado de ti.

Amado Jesús, justo juez, tú que quieres que nadie quede excluido de tu acción redentora, concede tu misericordia a todas las almas del purgatorio, especialmente, a aquellas que más la necesitan.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.

  1. Contemplación y acción

Contempla, alma mía, al Señor en medio de una pequeña comunidad reunida. No hay ornamentos, no hay tronos, solo corazones dispuestos a hablar la verdad con amor. Él está allí, invisible y real, uniendo lo que el pecado había roto.

El Evangelio de hoy te pide una decisión concreta: ¿seguirás acumulando silencios que se convierten en muros, o buscarás el momento para tender puentes? ¿Dejarás que el orgullo sea más fuerte que la misericordia, o te atreverás a mirar a tu hermano con los ojos de Cristo?

Hoy, puedes vivir esta Palabra así: si tienes un conflicto no resuelto, ora primero, luego busca un momento para dialogar cara a cara. Cuando corrijas, hazlo como quien ofrece la mano para levantar, no como quien señala para condenar, reza por esa persona. Ora cada día por la unidad de tu familia, tu comunidad y la Iglesia entera. Recuerda que Jesús está presente siempre que dos o más se unen para reconciliarse en su nombre.

Dejémonos transformar por su presencia. Allí donde la paz se reconstruye, el Reino avanza; allí donde dos corazones vuelven a mirarse con perdón, Cristo mismo sonríe.

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de Enrico Masseroni:

«He aquí una comunidad particular, concreta, amasada de Evangelio y de culpa, de amor y de egoísmo. Un discípulo ha cometido una “culpa” en su interior. ¿Qué se puede hacer? ¿Dejar que se pierda? ¿Marginarlo? ¿Juzgarlo?

La imagen del buen pastor en busca de la ovejilla perdida sugiere otro estilo. Hay que poner en acción la pedagogía de la paciencia para “ganarse” al pecador. Tres notas caracterizan la progresión apremiante del perdón. Antes de hacer público al que yerra está el diálogo de a dos. Es el momento del amor discreto. Después se sugiere la implicación de “una o dos personas”: no como testigos de la culpabilidad del imputado, sino como hermanos dotados de autoridad para garantizar una mayor eficacia en la corrección fraterna. Es el paso del amor apremiante. Y, por último, la Iglesia: con la fuerza de su poder de misericordia y de verdad, toda la comunidad debe hacerse cargo del que yerra. Pero también ella puede fracasar. Sin embargo, ni siquiera sobre el rechazo perverso del pecador pende un juicio de exclusión definitiva…

No queda entonces más que la fantasía inagotable de la misericordia de Dios en sus llamadas sin límite. En suma, la comunidad fraterna está completamente abierta a vencer el corazón del pecador. La misma “pasión” que siente por el hermano que se equivoca se convierte en sinfonía hacia lo alto, en sinfonía de una oración increíblemente eficaz. Y esto es posible viviendo en una adhesión singular: el estar reunidos en el nombre de Jesús. La fórmula es precisa: expresa la dirección de una fraternidad que tiende al Señor. De este modo, la comunidad eclesial se convierte en un lugar extraordinario: es el signo del pastor bueno que va en busca de la oveja perdida; es el signo de la presencia de Jesús en lo más vivo de una comunidad orante para dar eficacia a la oración.

La “corrección fraterna” es algo necesario en cada familia, en cada comunidad. A buen seguro, no resulta fácil usar el tono de la discreción frente al error del que yerra; dan ganas de echárselo en cara, probablemente con la jactancia de ser sinceros. No es fácil usar la paciencia frente a la culpa ajena. Dan ganas de tomar el atajo del juicio, unas veces duro hasta la arrogancia y otras severo hasta la presunción de ser justos. Y cuando, en una familia o en una comunidad, el que se equivoca se siente asediado por el aliento del juicio, se distancia y se aleja cada vez más. Ya no siente ningún eco de la misericordia de Dios. Haría falta un milagro para volver la mirada hacia su casa. Ahora bien, el primer milagro sugerido por Jesús es la obstinación de la misericordia, que sabe mirar al otro con el coraje de llamarle hermano; que sabe mirar hacia lo alto con el coraje de dirigirse a Dios con el nombre de “Padre”».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

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