LECTIO DIVINA DEL JUEVES DE LA SEMANA XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

«Sean compasivos como es compasivo su Padre» Lc 6,36.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 6,27-38

En aquel tiempo dijo Jesús: «A los que me escuchan, les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que los maldicen, oren por los que los injurian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite el manto, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve algo tuyo, no se lo reclames. Traten a los demás como quieren que los traten a ustedes. Pues, si aman solo a los que los aman, ¿qué mérito tienen? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacen el bien solo a los que les hacen el bien, ¿qué mérito tienen? También los pecadores lo hacen. Y si prestan solo cuando esperan cobrar, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a otros pecadores con intención de cobrárselo. Más bien, amen a sus enemigos; hagan el bien y presten sin esperar nada; será grande su recompensa y serán hijos del Altísimo, que es bueno con los ingratos y malvados. Sean compasivos como es compasivo su Padre; no juzguen, y no serán juzgados; no condenen, y no serán condenados; perdonen, y serán perdonados; den, y se les dará: recibirán una medida generosa, colmada, remecida y rebosante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«No hay nada tan propio de Dios como ser bueno y misericordioso» (San Juan Crisóstomo).

Hoy meditamos el texto denominado “Amor a los enemigos” cuya mayor parte se ubica también en Mateo 5,38-48, en el marco del Sermón de la montaña.

El mandato de Jesús es la instauración de una sociedad construida sobre las bases de unas relaciones absolutamente contrarias a las establecidas por el hombre; una sociedad que prescinda de la división por clases y según otros criterios humanos. Para ello, las únicas armas que Jesús propone para hacer realidad este proyecto de sociedad nueva son el amor, la bendición, empezando por los enemigos, y la oración. Además, el perdón activo, entendido como pasar por alto una ofensa a condición de que el agresor tome conciencia del mal que causa, y cambie. También, mediante el compartir generoso como una reacción contra la codicia, la acumulación de riquezas y la usura que causan el enriquecimiento de unos y el empobrecimiento de otros. En otras palabras, obrar de acuerdo con la regla de oro: tratar a los demás como queremos que los demás nos traten.

La conducta del discípulo de Jesús se basa en la imitación del amor gratuito de Dios que supera las fronteras de la familia y la amistad, y se extiende a toda persona, a toda la humanidad, incluyendo a los adversarios y enemigos. La medida es y siempre será el amor.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

El Evangelio no pide sentimentalismos: pide semejanza. «Amen a sus enemigos… y serán hijos del Altísimo» (cf. Lc 6,35). La medida del discípulo es el Padre: no amamos porque el otro lo merezca, sino porque hemos sido amados (1 Jn 4,10-11). Así, la moral cristiana no nace del esfuerzo desnudo, sino de una identidad recibida. Jesús no sofoca la justicia; la trasciende con la misericordia que abre futuro. Por eso la “regla de oro” no es cálculo simétrico, es iniciativa: dar el primer paso, bendecir antes de ser bendecidos, orar por quien hiere (Lc 6,27-31; cf. Mt 5,43-48).

La historia de la Iglesia confirma que esto no es utopía decorativa: Esteban muere diciendo «Señor, no les tengas en cuenta este pecado» (Hch 7,60); Pablo exhorta: «No te dejes vencer por el mal; vence al mal con el bien» (Rom 12,21); Pedro invita a no devolver mal por mal (1 Pe 3,9). Y en la cumbre arde la palabra del Crucificado: «Padre, perdónalos…» (Lc 23,34). Aquí se revela la medida verdadera: la cruz.

Cómo se puede aplicar este evangelio hoy: 1) Ante el agravio, detener la cadena (no juzgar, no condenar: Lc 6,37), 2) Interceder por el que me daña (transformar la herida en oración), 3) Hacer el bien a quien no puede devolverlo (gratuitad), 4) Revisar mi “medida” en casa y trabajo: ¿aprieto para exigir o para regalar? 5) Recordar que perdonar es decidir el bien del otro; no es negar la verdad del mal. La santidad, dirá Pablo, es «ser transformados» (Rom 12,2): manos que, al recibir de Dios, aprenden a rebosar.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Amado Jesús, Hijo de Dios vivo, otórganos la gracia para que pongamos nuestros conocimientos al servicio del amor y que, en un apostolado cristiano, nos acerquemos a las personas más necesitadas.

Espíritu Santo: concede a toda la Iglesia, a los consagrados, a los laicos y a todos los que buscan al Señor, la sabiduría para vivir el Evangelio y así alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.

Amado Jesús, te pedimos concedas tu misericordia a los difuntos de todo tiempo y lugar para que lleguen al Reino de los cielos, y protege, del enemigo, a las almas de las personas agonizantes.

Madre Santísima, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Quédate mirando a Jesús en el llano: su voz cae como lluvia fina y, a la vez, como espada que corta las ramas del rencor. Cierra los ojos: imagina tu corazón como una medida. ¿Qué contiene: memoria de ofensas o aceite de consuelo? Deja que el Espíritu ensanche tus bordes.

Te propongo lo siguiente para los próximos días: escribe un nombre que te cuesta; cada día reza 1 Padre Nuestro pidiendo para él lo que desearías para ti (Lc 6,28). Regla de oro práctica: elige un gesto que te gustaría recibir y adelántalo (escucha, disculpa, ayuda concreta) (Lc 6,31). Por lo menos, un día a la semana, no opinarás de ausentes; y cuando surja, reemplázalo por una intercesión (Lc 6,37). Gratuidad semanal: dona tiempo/dinero a alguien que no puede devolverte (Lc 6,35). Reconciliación posible: inicia una conversación para limpiar una relación estancada: verdad con caridad (Ef 4,15).

Permanece en silencio: escucha el latido del Padre que «es bueno con los ingratos y malvados» (Lc 6,35). Siente cómo su compasión va llenando tu medida. Cuando llegue al borde, no la contengas: viértela. Allí comienza el Reino.

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un escrito de Clemente de Alejandría:

«“Da a quien te pide”. Ésta es la generosidad típica de Dios. Ahora bien, la enseñanza verdaderamente más grande que toda perfección es: no esperes a que te pidan, busca tú mismo a quien necesita ayuda … No quieras juzgar tú quién es digno y quién no lo es, pues puede suceder que con tu juicio caigas en el error. Cuando no hay certeza, es mejor beneficiar también a las personas indignas, a causa de las dignas, para no correr el riesgo de que, al querer evitar a las indignas, trates mal también a las justas. Al usar una excesiva precaución para distinguir a quién debemos ayudar y a quién no, corres el riesgo de dejar también a los amigos de Dios, y este descuido se castiga con la pena eterna. En cambio, si socorres a todos los necesitados, encontrarán a buen seguro a aquel que te dará la salvación junto a Dios. “No juzguéis, y Dios no os juzgará; no condenéis, y Dios no os condenará; perdonad, y Dios os perdonará; dad, y Dios os dará. Os verterán una buena medida, apretada, rellena, rebosante, porque con la medida con que midáis, Dios os medirá a vosotros” (Lc 6,37).

Abre tu corazón a todos los que son discípulos de Dios, sin mirar con sospechas su aspecto, sin mirar con desconfianza su edad. Y si alguno te parece pobre o andrajoso o feo o perdido, que no se turbe tu espíritu ni retrocedas. Este cuerpo nuestro es una apariencia exterior, un instrumento del que nos servimos para vivir en este mundo y para entrar en esta escuela común. Pero en el interior habitan en secreto el Padre y su Hijo, que por nosotros murió y resucitó… Cuando se estaba ofreciendo a sí mismo como libación, y entregándose él mismo como precio del rescate, nos dejó un nuevo Testamento: “Os doy mi caridad”. ¿Cuál y cuán grande es esta caridad? Él, el don más grande que pueda existir en el mundo se ofrece a cada uno de nosotros. Y nos pide que vivamos el uno para el otro».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

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