«Bienaventurados ustedes, cuando los hombres los odien, y los excluyan, y los insulten, y desprecien su nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alégrense ese día y salten de gozo, porque su recompensa será grande en el cielo» Lc 6,22-23.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Lucas 6,20-26
En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: «Bienaventurados los pobres, porque de ustedes es el reino de Dios. Bienaventurados los que ahora tienen hambre, porque quedarán saciados. Bienaventurados los que ahora lloran, porque reirán. Bienaventurados ustedes, cuando los hombres los odien, y los excluyan, y los insulten, y desprecien su nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alégrense ese día y salten de gozo, porque su recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían sus padres con los profetas. Pero ¡ay de ustedes, los ricos, porque ya tienen su consuelo! ¡Ay de ustedes, los que ahora están saciados, porque tendrán hambre! ¡Ay de los que ahora ríen, porque harán duelo y llorarán! ¡Ay si todo el mundo habla bien de ustedes! Eso es lo que hacían sus padres con los falsos profetas».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«En aquel monte humilde… Jesús hizo ver que el mundo no tiene fin ni confín y escribió en la carne de los corazones – no en piedra como lo hizo Yahvé – el canto del hombre nuevo, el himno de la soberana excelencia» (Papini).
En el pasaje evangélico de hoy, Lucas presenta la síntesis de las bienaventuranzas que se encuentran también en el capítulo 5 de Mateo, versículos 1 al 12, y que forman parte del “Sermón de la montaña”. Las bienaventuranzas del texto van acompañadas de cuatro “ayes” o imprecaciones a quienes no cumplen los mandamientos del amor de Dios.
Mientras que Mateo presenta ocho bienaventuranzas al inicio del capítulo 5, Lucas sintetiza las bienaventuranzas en cuatro aspectos: la pobreza, el hambre, el llanto o tristeza y la persecución. Aunque es importante mencionar que es creíble que Jesús haya pronunciado un número mayor de bienaventuranzas.
En ambos evangelios la bienaventuranza de los pobres es la primera y da título a todas las demás. Como dijo San Agustín, en esta bienaventuranza se corona la pobreza interior, ese aniquilamiento radical, ese vacío interno que se llama humildad. Es la que atraviesa todas las pruebas.
Las bienaventuranzas son los valores más elevados del Reino de Dios y constituyen la carta magna del nuevo programa divino, ya que son el trazo más bello del rostro de Jesús. Son el corazón del evangelio.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
Las bienaventuranzas son el autorretato de Cristo y el itinerario del discípulo. «Bienaventurados los pobres»: Dios no canoniza la carencia; promete su Reino a quienes, careciendo, esperan en Él (cf. Sal 34,7; Sof 2,3). «Bienaventurados los que tienen hambre»: no sólo metafórico; el Hambre de Dios sacia el hambre del hombre (cf. Lc 1,53; Jn 6,35). «Bienaventurados los que lloran”: el llanto no es maldición; es surco donde Dios siembra consuelo (cf. Is 61,2; Ap 21,4). «Bienaventurados cuando los odien»: la fidelidad genera contradicción (cf. Jn 15,18), pero el cielo conoce los nombres.
Los ayes no condenan personas; alertan estados del alma: la riqueza que anestesia, la saciedad que ciñe, la risa autocentrada que oculta el dolor ajeno, la adulación que vacía la verdad (cf. 1 Jn 2,16; St 5,1-5). Jesús nos ofrece la gramática del Reino: donde el mundo ve pérdida, el Evangelio ve espacio; donde el mundo ve ganancia, el Evangelio pregunta por el corazón (cf. Mt 16,26). San Pablo llamará a esto «tener los mismos sentimientos de Cristo» (Flp 2,5): despojo que no empobrece, sino ensancha.
Otros ecos iluminan el pasaje: el Magníficat invierte hambrientos y ricos (Lc 1,52-53); el Sermón del Monte alarga las bienaventuranzas (Mt 5,3-12); Santiago fustiga la riqueza injusta (St 5,1-6); y el Salmo 1 contrasta el árbol junto al agua con la paja sin raíces. Pregunta clave: ¿qué parte de mí está saciada de mí mismo y ya no desea a Dios? La conversión no es tristeza, es libertad. Quien acepta este despojo recibe una herencia.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Amado Jesús, concédenos el santo orgullo de pertenecerte, de seguirte a ti, que diste la vida por toda la humanidad; que nada nos aparte jamás de la plena certeza de que solo en ti, contigo y por ti, somos y seremos dichosos.
Espíritu Santo: concede a toda la Iglesia, a los consagrados y consagrados, a los laicos y a todos los que buscan al Señor, la sabiduría para vivir el Evangelio y así alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.
Amado Jesús, te pedimos concedas tu misericordia a los difuntos de todo tiempo y lugar para que lleguen al Reino de los cielos, y protege del enemigo a las almas de las personas agonizantes.
Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, Madre del Verbo, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
Mira a Jesús en el llano. Su voz acaricia y sacude. Siente cómo sus palabras invaden tus seguridades y ensancha tus deseos. Guarda silencio: deja que “dichoso” sea el nombre con que Dios bautiza tus carencias.
Te propongo lo siguiente para una semana: decide un gesto concreto de compartir (comida, tiempo, dinero) con alguien que no puede devolverte (cf. Lc 14,13-14). Elige una renuncia (redes, compra, elogios buscados) para purificar el deseo y recordar quién te sacia (cf. Mt 6,16-18). Ofrece a Dios un dolor (tuyo o ajeno) y transforma ese llanto en intercesión (Sal 126,5). Decide decir la verdad con caridad en un ámbito donde sueles callar por conveniencia (Ef 4,15). Un Magníficat diario: al final del día, reza Lc 1,46-55, nombrando a un pobre y un rico por quienes vas a servir y a orar.
Permanece contemplando: las bienaventuranzas no son consejo opcional, son camino. Cuando el mundo te nombre “perdedor”, recuerda que tu tesoro está en un Reino que nadie puede confiscar (cf. Mt 6,19-21). Y cuando te aplaudan, deja que Cristo examine tu corazón.
Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un comentario de José Aldazabal:
«Al bajar Jesús de la montaña, donde había elegido a los doce apóstoles, empieza en Lucas lo que los autores llaman «el sermón del monte» (Lc 6,20-49), que leeremos desde hoy al sábado, y que recoge diversas enseñanzas de Jesús, como había hecho Mateo en el «sermón de la montaña». Ambos empiezan con las bienaventuranzas. Las de Lucas son distintas. En Mateo eran ocho, mientras que aquí son cuatro bienaventuranzas y cuatro que podemos llamar malaventuranzas o lamentaciones. En Mateo están en tercera persona («de ellos es el Reino»), mientras que aquí en segunda: «vuestro es el Reino»).
Jesús llama «felices y dichosos» a cuatro clases de personas: los pobres, los que pasan hambre, los que lloran y los que son perseguidos por causa de su fe. Pero se lamenta y dedica su «ay» a otras cuatro clases de personas: los ricos, los que están saciados, los que ríen y los que son adulados por el mundo.
Se trata, por tanto, de cuatro antítesis. Como las que pone Lucas en labios de María de Nazaret en su Magníficat: Dios derriba a los potentados y enaltece a los humildes, a los hambrientos los sacia y a los ricos los despide vacíos. Es como el desarrollo de lo que había anunciado Jesús en su primera homilía de Nazaret: Dios les ha enviado a los pobres, los cautivos, los ciegos y los oprimidos.
Nos sorprende siempre esta lista de bienaventuranzas. ¿Cómo se puede llamar dichosos a los que lloran o a los pobres o a los perseguidos? La enseñanza de Jesús es paradójica. No va según nuestros gustos y según los criterios de este mundo. En nuestra sociedad se felicita a los ricos y a los que tienen éxito y a los que gozan de salud y a los que son aplaudidos por todos. En estas ocasiones es cuando recordamos que ser cristianos no es fácil, que no consiste sólo en estar bautizados o hacer unos rezos o llevar unos distintivos. Sino en creer a Jesús y fiarse de lo que nos enseña y en seguir sus criterios de vida, aunque nos parezcan difíciles. Seguro que él está señalando una felicidad más definitiva que las pasajeras que nos puede ofrecer este mundo.
Es la verdadera sabiduría, el auténtico camino de la felicidad y de la libertad. La del salmo 1: «Dichoso el que no sigue el consejo de los impíos: es como un árbol plantado junto a corrientes de agua… No así los impíos, no así, que son como paja que se lleva el viento». O como la de Jeremías: «Maldito aquél que se fía de los hombres y aparta de Yahvé su corazón… Bendito aquél que se fía de Yahvé y a la orilla de la corriente echa sus raíces» (Jr 1 7,5-6). O como la de la parábola del pobre y del rico: ¿quién es feliz, en definitiva, el pobre Lázaro a quien nadie hacía caso, o el rico Epulón que fue a parar al fuego del castigo? Jesús llama felices a los que están vacíos de sí mismos y abiertos a Dios, y se lamenta de los autosuficientes y satisfechos, porque se están engañando: los éxitos inmediatos no les van a traer la felicidad verdadera.
¿Estamos en la lista de bienaventurados de Jesús, o nos empeñamos en seguir en la lista de este mundo? Si no encontramos la felicidad, ¿no será porque la estamos buscando donde no está, en las cosas aparentes y superficiales?».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.