«Habrá más alegría en el cielo por un pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse» Lc 15,7.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Lucas 15,1-32
En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: «Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola: «Si uno de ustedes tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y va a los vecinos para decirles: “¡Alégrense conmigo! He encontrado la oveja que se me había perdido”. Les digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas para decirles: “¡Alégrense conmigo! He encontrado la moneda que se me había perdido”. Les digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta». También les dijo: «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde”. El padre les repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, partió a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces a servir a casa de un habitante de aquel país, que lo mandó a su campo a cuidar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago con las algarrobas que comían los cerdos; pero nadie le daba de comer. Entonces recapacitó y se dijo: “¡Cuántos trabajadores en la casa de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre! Ahora mismo me pondré en camino, e iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus trabajadores”. Se puso en camino hacia donde estaba su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió y corrió a su encuentro, se le echó al cuello y cubrió de besos. El hijo empezó a decirle: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus criados: “Saquen enseguida el mejor traje y vístanlo; pónganle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traigan el ternero cebado y mátenlo. Celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado”. Y empezaron el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando, al volver, se acercaba a la casa, oyó la música y el baile y, llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Este le contestó: “Ha vuelto tu hermano, y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado sano y salvo”. Él se indignó y se negaba a entrar; pero padre salió e intentaba convencerlo. Y él replicó a su padre: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con prostitutas, haces matar para él el ternero más gordo”. El padre le dijo: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y lo hemos encontrado».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«»Saquen enseguida el mejor traje y vístanlo, pónganle un anillo en la mano y sandalias en los pies” (Lc 15,22). La ropa es la vestimenta de la sabiduría…, hábito espiritual y vestido nupcial. El anillo es el sello de una fe sincera y la marca de la verdad. En cuanto a las sandalias, es la predicación de la Buena Noticia» (San Ambrosio).
El evangelio de San Lucas tiene un atributo especial: muestra la misericordia de Dios Padre y de Jesús en una maravillosa dimensión. Las parábolas de la oveja perdida buscada por el pastor, de la moneda perdida y del hijo pródigo son una representación de la paciencia y misericordia de Dios que nos ayudan a profundizar en nosotros la imagen de Dios.
Jesús desconcierta a todos porque se alegra Él y todo el cielo por la conversión, por ejemplo, de un pecador que jamás va a la iglesia, que por noventa y nueve personas que son practicantes.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
«Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia» (Salmo 135).
Estas parábolas son la biografía de Dios: un Pastor que arriesga noventa y nueve por una; una Mujer que barre hasta hallar el brillo perdido; un Padre que espera, corre, besa. En la primera, la iniciativa es divina: «va tras la descarriada» (Lc 15,4; cf. Ez 34,11). En la segunda, la diligencia de la Iglesia—mujer de la casa—enciende lámpara y peina la historia (Lc 15,8; cf. Mt 5,14-16). En la tercera, el hijo menor aprende el hambre (Lc 15,14-16) y balbucea un acto de contrición (15,18-19; cf. Sal 51); pero, antes de su discurso, el Padre ya lo cubrió de besos (15,20): la misericordia corre más veloz que nuestra culpa (Rom 5,20). El hijo mayor, fiel pero enojado, nos interroga: ¿puede la justicia alegrarse con la gracia? (Lc 15,28-30; cf. Mt 20,1-16).
Eco del Nuevo Testamento: Jesús, el Buen Pastor, pone su vida (Jn 10,11); Zaqueo, otro publicano, es buscado y visitado (Lc 19,1-10); Pedro, tras su caída, es revestido en el amor (Jn 21,15-19). San Pablo canta la lógica: «reconciliados… cuando éramos enemigos» (Rom 5,10), «Dios nos reconcilió consigo… y nos confió el ministerio de la reconciliación» (2 Co 5,18). Hoy, ¿en qué hijo me reconozco? Si fui el menor, vuelve sin máscara: el Padre sabe; si fui mayor, entra al banquete: el hermano es tu herencia. Si me siento moneda fría, deja que la Iglesia te encuentre; si me sé oveja ciega, escucha la voz que pronuncia tu nombre (Jn 10,3). La conversión no es curva triste: es danza que empieza en el umbral.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Míranos, oh, Dios, creador y guía de todas las cosas, y concédenos servirte de todo corazón, para que percibamos el fruto de tu misericordia.
Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, derrama tu gracia y tus dones para que toda la humanidad vuelva a Dios, fuente del perdón y de la paz que todos anhelamos.
Amado Jesús, justo juez, por tu infinita misericordia, concede a las almas del purgatorio la dicha de sentarse contigo en el banquete celestial.
Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
Contempla el camino polvoriento: alguien viene de lejos; el Padre sale corriendo. Detente en ese abrazo: allí se apagan las recriminaciones, allí renace la filiación. Quédate en silencio: escucha la música de la casa; huele el pan del banquete; mira al hermano mayor en el umbral. Deja que esta escena te bautice la mirada.
Te propongo lo siguiente para los próximos días: Pasos concretos de regreso: identifica un pecado o autoengaño que te mantiene lejos; programa confesión esta semana (Lc 15,18; 2 Co 5,20). Invita a casa, o sal al encuentro, de alguien con quien cortaste puentes; ofrece perdón o escucha sin condiciones (Lc 15,20-24). Alegría misionera: busca una persona distante de la fe y propón un gesto: oración, ayuda concreta, acompañamiento (Lc 15,4-7). Lámpara encendida: dedica 15 minutos a examen y lectio nocturna; pide al Espíritu que limpie tu corazón (Sal 139,23-24). Curar al hermano mayor: cada vez que surja la envidia espiritual, bendice el bien del otro y da gracias por su fiesta (Lc 15,28-32).
Permanece contemplando: el Padre no se cansa; la casa tiene sitio; el anillo no se agota. Repítelo despacio: «Todo lo mío es tuyo» (Lc 15,31), y entra.
Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con uno de los escritos de Gregorio de Nisa:
«¿Dónde pastoreas, pastor bueno, tú que cargas sobre tus hombros a toda la grey? Toda la humanidad que cargaste sobre tus hombros es, en efecto, como una sola oveja.
Muéstrame el lugar de tu reposo, guíame hasta el pasto nutritivo; llámame por mi nombre, para que yo escuche tu voz, y tu voz me dé la vida eterna. Muéstrame, amor de mi alma, dónde pastoreas.
Te nombro de este modo porque tu nombre supera cualquier otro nombre y cualquier inteligencia; de tal manera que ningún ser racional es capaz de pronunciarlo o de comprenderlo. Este nombre, expresión de tu bondad, expresa el amor de mi alma para ti.
¿Cómo puedo dejar de amarte a ti, que de tal manera me has amado, a pesar de mi negrura, que has entregado tu vida por las ovejas de tu rebaño? No puedo imaginarme un amor superior a éste: el de dar la vida a cambio de mi salvación».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.