SANTOS CORNELIO, PAPA Y CIPRIANO, OBISPO; MÁRTIRES
«¡Joven, a ti te digo: levántate!» Lc 7,14.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Lucas 7,11-17
En aquel tiempo, Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naín e iban con él sus discípulos y mucha gente. Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre que era viuda; y mucha gente del pueblo la acompañaba. Al verla, el Señor tuvo compasión de ella y le dijo: «No llores». Y, acercándose al ataúd, lo tocó. Los que lo llevaban se detuvieron. Y Jesús dijo: «¡Joven, a ti te digo: levántate!». El muerto se incorporó y empezó a hablar; y Jesus se lo entregó a su madre. Y todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo». Este hecho se divulgo por toda Judea y por toda la región vecina.
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«Si actuamos como Jesús ante el dolor ajeno, aliviando y repartiendo esperanza, por ejemplo, a los jóvenes (“joven, levántate”), también podrá oírse la misma reacción que entonces: “en verdad, Dios ha visitado a su pueblo”. La caridad nos hace ser signos visibles de Cristo porque es el mejor lenguaje del evangelio, el lenguaje que todos entienden» (José Aldazabal).
Cornelio, nació en Roma, fue elegido papa el año 251, después de quince meses de vacancia por la persecución de Decio. El emperador Cayo Vibio Treboniano Galo lo desterró a Civitavecchia, donde murió mártir.
Cipriano, nació en Cartago alrededor del año 200; sus padres eran paganos. Fue bautizado en el año 248, y poco después recibió las órdenes sagradas y fue elegido obispo de su ciudad. Sufrió el martirio bajo Valeriano el 14 septiembre del año 258. Escribió varios tratados y cartas.
La lectura de hoy se ubica luego del pasaje en el que Jesús sana al siervo del centurión. En el pasaje de hoy, a diferencia de la sanación del centurión, no existe ninguna persona que interceda para aliviar el dolor desgarrador de la viuda que ha perdido a su único hijo. Es Jesús quien, con toda su divinidad, se compadece, consuela y restituye la vida al joven, hijo de la viuda de Naín. De esta manera, restituye también la vida de la viuda. Ante el prodigio, la muchedumbre reconoce a Jesús como su “gran profeta” por medio del cual, «Dios ha visitado a su pueblo».
La resurrección del hijo de la viuda de Naín es un anticipo de la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo que Dios Padre concede a la humanidad para aliviarla del dolor del pecado. De esta manera, Jesús nos ofrece una vida, la vida eterna, en la que la muerte ya no tiene poder.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
El Evangelio es un encuentro de procesiones. La viuda representa la humanidad triste; el hijo único, nuestras esperanzas amortajadas; el féretro, la cultura de resignación. Cristo, «tuvo compasión de ella», pronuncia tres imperativos que rehacen el mundo: “No llores” (consuela); “Joven, a ti te digo, levántate” (crea); “Se lo entregó a su madre” (restituye) (Lc 7,13-15). Así obra siempre: de la compasión brota una palabra eficaz, y de la palabra nace una comunión reparada.
Otros ecos confirman la partitura: Elías y Eliseo devolvieron hijos a sus madres (1 Re 17; 2 Re 4); Jesús supera a los profetas, porque no invoca la vida: la da (Jn 11,25). «No llores» resuena en Jairo (Mc 5,36), en la Magdalena (Jn 20,15), y en Ap 21,4, donde Dios enjuga toda lágrima. El «levántate» anticipa la Pascua y la Iglesia que se pone en pie (Hch 9,34). Y «se lo entregó a su madre» revela la restauración social: la fe no huye del mundo; entrega a las manos concretas de la caridad. Dejemos que Cristo toque lo intocable y practiquemos la compasión cristiana no es emoción fugaz: es pascua en presente.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Oh, Dios, que has puesto al frente de tu pueblo como abnegados pastores y mártires invencibles a los santos Cornelio y Cipriano, concédenos, por su intercesión, ser fortalecido en la fe y en la constancia para trabajar con empeño por la unidad de tu Iglesia.
Espíritu Santo, otórganos un corazón como el de Nuestro Señor Jesucristo, compasivo y misericordioso, para superar la indiferencia ante el dolor humano y que nuestra compasión se convierta en acción solidaria.
Amado Jesús: mira con misericordia a los jóvenes, portadores de esperanza para la Iglesia y la humanidad; bendice sus caminos de descubrimiento y discernimiento en los tiempos de gozo y de dificultad para que sean reflejo de tu amor, amado Señor.
Amado Señor Jesús, te suplicamos recibas en tu reino a nuestros hermanos difuntos y a las almas de las personas agonizantes.
¡Dulce Madre, María!, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.
- Contemplación y acción
Contempla la puerta de Naín: polvo, lágrimas, silencios. Mira a Jesús acercarse; siente cómo su compasión rompe el protocolo. Escucha su voz sobre tu intimidad amortajada: «¡A ti te digo: levántate!». Deja que ese verbo entre hasta lo hondo de tu ser. Quédate en silencio: respira como quien vuelve de lejos.
Te propongo lo siguiente: identifica a una viuda o persona sola del entorno; realiza un gesto concreto: compra, tramitación, compañía, reparación en casa (St 1,27). Cuando te sorprenda un cortejo interior (rumiación, queja, fatalismo), repite despacio: «No llores… ¡A ti te digo: levántate!» y ejecuta un acto contrario (llamada, visita). Devolver algo que debías: tiempo, dinero, palabra de perdón (Lc 19,8). Joven al hombro: adopta un joven (sobrino, alumno, vecino) para una semana de mentoría: estudio, fe, trabajo (Mc 5,41; Hch 9,40). Ofrece una misa por los dolientes; después, visita el cementerio y reza el Credo: «Espero la resurrección».
Permanece así, con el corazón abierto. La compasión no te aparta de la historia: te devuelve a ella como instrumento de resurrección.
Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un comentario de José Aldazabal:
«Esta vez el gesto milagroso de Jesús es para la viuda de Naín. Un episodio que sólo Lucas nos cuenta y que presenta un paralelo sorprendente con el episodio en que Elías resucita al hijo de la viuda de Sarepta (1 R,17).
¡Cuántas veces se ve en el evangelio que Jesús se compadece de los que sufren y les alivia con sus palabras, sus gestos y sus milagros! Hoy atiende a esta pobre mujer, que, además de haber quedado viuda y desamparada, ha perdido a su único hijo. La reacción de la gente ante el prodigio es la justa: «un gran profeta ha surgido entre nosotros: Dios ha visitado a su pueblo».
El Resucitado sigue todavía hoy aliviando a los que sufren y resucitando a los muertos. Lo hace a través de su comunidad, la Iglesia, de un modo especial por medio de su Palabra poderosa y de sus sacramentos de gracia. Dios nos tiene destinados a la vida. Cristo Jesús, nos quiere comunicar continuamente esta vida suya.
El sacramento de la Reconciliación, ¿no es la aplicación actual de las palabras de Jesús, «joven, a ti te lo digo, levántate»? La Unción de los enfermos, ¿no es Cristo Jesús que se acerca al que sufre, por medio de su comunidad, y le da el alivio y la fuerza de su Espíritu?
La Eucaristía, en la que recibimos su Cuerpo y Sangre, ¿no es garantía de resurrección, como él nos prometió: «el que me coma vivirá por mí, como yo vivo por el Padre»?
La escena de hoy nos interpela también en el sentido de que debemos actuar con los demás como lo hizo Cristo. Cuando nos encontramos con personas que sufren -porque están solitarias, enfermas o de alguna manera muertas, y no han tenido suerte en la vida- ¿cuál es nuestra reacción? ¿la de los que pasaron de largo ante el que había sido víctima de los bandidos, o la del samaritano que le atendió? Aquella fue una parábola que contó Jesús. Lo de hoy no es una parábola: es su actitud ante un hecho concreto.
Si actuamos como Jesús ante el dolor ajeno, aliviando y repartiendo esperanza, por ejemplo, a los jóvenes (“joven, levántate”), también podrá oírse la misma reacción que entonces: “en verdad, Dios ha visitado a su pueblo”. La caridad nos hace ser signos visibles de Cristo porque es el mejor lenguaje del evangelio, el lenguaje que todos entienden».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.