LECTIO DIVINA DEL SÁBADO DE LA SEMANA XXV DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

SAN VICENTE DE PAUL, PRESBÍTERO

«Oigan bien esto y no lo olviden: al Hijo del Hombre lo van a entregar en manos de los hombres» Lc 9,44.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 9,43b-45

En aquel tiempo, entre la admiración general por lo que hacía, Jesús dijo a sus discípulos: «Oigan bien esto y no lo olviden: al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres». Pero ellos no entendían este lenguaje; les resultaba tan oscuro que no podían comprenderlo. Y les daba miedo preguntarle acerca de esto.

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

———–

«La mirada de contemplación sobre la epopeya vicentina nos haría fácilmente decir que San Vicente es un santo moderno. Ciertamente, si hoy regresase, su campo de actividad no sería el mismo. Se ha logrado curar muchas enfermedades que él había aprendido a cuidar. Pero encontraría seguramente el camino de los pobres, de los nuevos pobres en las concentraciones urbanas de nuestro tiempo, como antaño en las campiñas. ¿Se puede imaginar, siquiera, lo que este heraldo de la misericordia y de la ternura de Dios sería capaz de emprender, utilizando con sabiduría todos los medios modernos que están a nuestra disposición? En una palabra, su vida sería semejante a la que siempre fue: un Evangelio ampliamente abierto, con el mismo séquito de pobres, enfermos, pecadores, niños desgraciados, de hombres y de mujeres, poniéndose, ellos también, a amar y a servir a los pobres. ¡Todos hambrientos de verdad y de amor, tanto como de alimentos terrenales y de cuidados corporales!» (San Juan Pablo II).

Hoy celebramos a San Vicente de Paul, vivió entre los años 1580 y 1660. Fundó en 1625 la Confraternidad de la Misión para atender a los más necesitados, con la certeza de que Jesús y los pobres son los tesoros más valiosos de la Iglesia. En una época en la que se marginaba a la mujer, fundó en 1633 la congregación de las Hijas de la Caridad. Fue proclamado santo en 1737 por Clemente XII. Hablar de San Vicente de Paul, es hablar de la caridad.

Nuestro Señor Jesucristo realizó los siguientes anuncios de su pasión y muerte: el primero se encuentra en Mateo 16,21-23, Marcos 8,31-35 y en Lucas 9,21-24. El segundo en Mateo 17,22-23, en Marcos 9,30-32 y en Lucas 9,44-45. Y el tercero en Mateo 20,17-19, en Marcos 10,32-34 y en Lucas 18,31-34.

El pasaje evangélico de hoy presenta el segundo anuncio de su Pasión y muerte. Sus discípulos no entendieron que el camino de Jesús era de entrega total; en su razonamiento, no podían aceptar que el Mesías sea siervo de la humanidad. Aunque vislumbraban algo inquietante, prefieren seguir en su ignorancia por temor a preguntarle. Ellos imaginaban un mesías con glorias humanas, que liberaría a Israel de la dominación política y militar romana. Necesitaban el tiempo y la gracia del Espíritu Santo para dar el salto espiritual de la comprensión divina.

En el texto, Jesús resume el sentido de su vida con la palabra “entrega” y se dice a sí mismo “Hijo del Hombre” (Dn 7,13). Solo falta su resurrección y glorificación por Dios Padre para visualizar, con fe, la perspectiva exacta que encarna Nuestro Señor Jesucristo como ideal supremo de todo cristiano. Razón suficiente para seguirlo y amarlo siempre.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

El evangelio junta dos movimientos: la multitud “maravillada” por los prodigios (Lc 9,43a) y la voz de Jesús que, a contraluz de la euforia, siembra la semilla de la cruz. Como un médico que, en medio de aplausos, muestra la radiografía escondida, Cristo revela el núcleo: el Hijo será «entregado». Este verbo, repetido en el Nuevo Testamento (Mc 9,31; Mt 17,22; Lc 22,3-6; Rom 8,32), concentra misterio y misericordia: Judas lo entrega por dinero; el Padre «lo entregó por todos» por amor (Rom 8,32). La gloria que deslumbra en el Tabor madura en el Calvario.

«No podían comprenderlo. Y les daba miedo preguntarle» (Lc 9,45). ¡Cuántas veces también nosotros amamos a Jesús mientras cura, multiplica y pacífica, pero tememos su palabra cuando roza nuestras seguridades! Pedro no entendió la segunda pesca (Lc 5,1-11) hasta que cayó de rodillas; los de Emaús reconocieron al Resucitado al partir el pan (Lc 24,30-32). La incomprensión no es fracaso, sino umbral.

Jesús no desautoriza el asombro por los milagros; lo purifica. El cristiano no vive de pirotecnia espiritual, sino de fidelidad; no de la emoción, sino de la roca de la entrega (Mt 7,24-27). Por eso san Pablo puede decir: «Me propuse no saber otra cosa… sino a Jesucristo, y éste crucificado» (1 Co 2,2). Frente a una cultura que confunde éxito con verdad y visibilidad con valor, el Maestro nos invita a “guardar en el corazón” la palabra de la cruz (cf. Lc 2,19; 2,51): allí se aprende la lógica del Reino, donde perder por amor es ganar vida (Jn 12,24-26).

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Oh, Dios, que llenaste de virtudes apostólicas a san Vicente de Paul para la salvación de los pobres y la formación del clero, te rogamos nos concedas que amemos como él amó y podamos practicar sus enseñanzas.

Amado Jesús, concédenos el coraje de dejarlo todo para seguirte por donde tú nos digas. Haz que, impulsados por tu amor, aceptemos sin dudas seguirte en cualquier travesía que nos propongas.

Amado Jesús, enséñanos a entender tu mensaje y fortalécenos con tu Santo Espíritu para cumplir la misión que nos encargas, aceptando y llevando nuestra cruz. Haz pura y ardiente nuestra oración, con la certeza de que tú puedes intervenir en favor de los que te necesitan en cualquier momento.

Amado Jesús, te suplicamos abras las puertas de tu Reino a los difuntos y protege a las almas de las personas agonizantes para que lleguen a contemplar tu rostro.

¡Dulce Madre, María!, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.

  1. Contemplación y acción

Silencio. Mira al Maestro: no rehúye la multitud, pero habla a los suyos. Su rostro, aún luminoso del Tabor, se inclina hacia Jerusalén. Deja que su palabra descienda, no a la cabeza inquieta, sino al corazón que escucha.

Te propongo lo siguiente: Acoge una contrariedad sin queja y ofrecerla por quien más te cuesta amar (Lc 6,27-28). Pregunta a Jesús lo que temes: diez minutos de oración sincera (Sal 62,9). Guarda la Palabra: escribe Lc 9,44 y llévala contigo; léela tres veces al día (Dt 6,6-9). Elige la fidelidad en una tarea callada, sin buscar aplausos (Mt 6,1-4).

Deja que la presencia del Señor te transforme: como grano escondido, su entrega germina en ti un amor más libre. Cuando vuelvas al trajín, conserva la punzada dulce de esta certeza: el camino de Dios no es la huida del dolor, sino la transfiguración del dolor en don. Allí, el corazón aprende la música del Reino.

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo, con un escrito de Orígenes, teólogo:

«“Ellos no entendían estas palabras” (Lc 9,45). Entre las cosas sublimes y las maravillas que se pueden decir de Cristo hay una que sobresale de todas las demás y excede absolutamente la capacidad de admiración del hombre y la fragilidad de nuestra inteligencia mortal no es capaz de comprender ni imaginar. Y es que la omnipotencia de la majestad divina, la Palabra misma del Padre, la misma Sabiduría de Dios, por la que todas las cosas fueron creadas –lo visible y lo invisible—(cf Col 1,16) se deja contener en los límites de este hombre que se manifestó en Judea. Esta es nuestra fe.

Pero todavía hay más. Creemos que la sabiduría de Dios se ha encerrado en el seno de una mujer, que ha nacido entre llantos y gemidos comunes a todos los recién nacidos. Y sabemos que después de todo esto, Cristo ha conocido la angustia ante la muerte hasta el punto de exclamar: “Siento una tristeza mortal.” (Mt 26,38) Fue arrastrado hacia una muerte ignominiosa…aunque sabemos que el tercer día resucitó…

Realmente, dar a entender estas verdades a los oídos humanos, intentar expresarlas con palabras, excede la capacidad del lenguaje humano… y probablemente el de los ángeles».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

Leave a Comment