«¿Quién es éste?» Lc 9,9. «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo» Mt 16,16.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Lucas 9,7-9
En aquel tiempo, el rey Herodes se enteró de lo que pasaba y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado, otros que había aparecido Elías y otros que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas. Herodes se decía: «A Juan lo mandé decapitar yo. ¿Quién es este de quien oigo semejantes cosas?» Y tenía ganas de ver a Jesús.
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«Dios conocía el tormento que sufren los mortales por el deseo de verle. Lo que él ha escogido para mostrarse era grande en la tierra y no es menor en el cielo. Porque eso que, sobre la tierra, Dios ha hecho semejante a él, no podía quedar sin ser honorado en el cielo: “Hagamos, dice, al hombre a nuestra imagen y semejanza” (Gn 1,26) […] Que nadie, pues, piense que Dios se ha equivocado al venir a los hombres por medio un hombre: Se ha hecho carne entre nosotros para ser visto por nosotros» (San Pedro Crisólogo).
En la lectura de hoy, las predicaciones y milagros de Jesús, así como los resultados prodigiosos de la misión de los Doce, llegan a oídos del tetrarca Herodes Antipas, quien se inquieta por ello. La inquietud de Herodes no es por un tema de fe, ni de conciencia, sino que se debía a los comentarios que escuchaba de Jesús y sus discípulos.
Herodes Antipas gobernó Galilea entre los años 4 y 39, después del nacimiento de Cristo; era hijo de Herodes el grande, que gobernó Palestina entre los años 37 antes de Cristo, hasta el año 4 después del nacimiento de Cristo. Fue quien mandó matar a los niños de Belén. Posteriormente aparece Herodes Agripa, que gobernó Palestina entre los años 41 y 44 después de Cristo y que mató al apóstol Santiago.
Herodes Antipas no puede situar e identificar a Jesús, ya que, en un arranque de crueldad, había mandado matar a Juan Bautista, y sus indagaciones eran sinónimo de amenaza porque era un hombre sediento de poder. Circulaban muchos rumores sobre Jesús; muchos coincidían en señalarlo como un nuevo profeta, ellos no tenían una percepción clara sobre su identidad, estaban muy lejos de conocer la verdad.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
La inquietud de Herodes es espejo. También nosotros quedamos “perplejos” cuando la presencia de Cristo descoloca nuestras pequeñas soberanías. El poder político teme perder el control; el poder íntimo —ese pequeño trono del yo— recela de una voz que habla con mansedumbre.
Lucas pone en la boca del tetrarca la pregunta decisiva: «¿Quién es éste?». La escena conversa con Lc 7,16 («Un gran profeta ha surgido… Dios ha visitado a su pueblo»), con Mt 16,13-17 (Cesaréa: «Tú eres el Cristo»), y con Mc 6,14-29 (la conciencia turbada de Herodes). El Evangelio fuerza un veredicto: rumor o confesión, curiosidad o conversión. La perplejidad de Herodes es estéril porque no se convierte en seguimiento; quiere ver, no obedecer. Como advierte Santiago: «Sed hacedores de la Palabra y no meros oidores» (St 1,22). Benedicto XVI enseñaba que la fe no es idea sino encuentro que «da un nuevo horizonte» y una orientación decisiva (cf. Deus Caritas Est, 1). Así, la pregunta correcta no es solo “¿quién es Él?”, sino “¿quién soy yo ante Él?”. A Juan lo escuchaba con gusto, pero lo encarceló; a Jesús lo quiere “ver”, pero no se deja tocar (cf. Lc 23,8). Dos verbos recorren el texto: oír y ver. El discipulado los integra en un tercero: seguir (cf. Lc 9,23).
Hoy la fe se banaliza en titulares, likes y opiniones; Cristo se vuelve “tema” y ya no Rostro. Pero cuando la pregunta baja al corazón nace el temblor santo: «Señor, ¿qué quieres que haga?» (Hch 9,6). La respuesta no se grita; se adora y se obedece.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Padre eterno, protege a los que se han consagrado en el mundo al servicio de la humanidad para que, con libertad de espíritu y sin desánimo, puedan alcanzar sus ideales cristianos.
Amado Jesús, deseamos conocerte más, amarte más, queremos seguirte con fidelidad y transmitir tu mensaje de amor y misericordia a todos nuestros hermanos en el mundo.
Padre eterno, te suplicamos admitas en tu reino a todos los difuntos de todo tiempo y lugar para que puedan contemplar tu rostro. Protege Señor a las almas de los agonizantes para que lleguen a tu reino.
¡Dulce Madre, María!, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
Calla. Deja que la pregunta de Herodes resuene en tu pecho: «¿Quién es éste?». Repite lento: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo» (Mt 16,16). Mira al Rey manso, sin escoltas ni decretos, que reina sobre tus temores con la autoridad de una herida. Permite que su mirada desarme tus defensas y convierta tu curiosidad en disponibilidad.
Por ello, te propongo lo siguiente: Un minuto de verdad: cada mañana, de pie, pronuncia el Credo y un acto de ofrecimiento sencillo: “Todo por Ti, Jesús”. Un silencio que escucha: 10 minutos de lectura orante (Lc 9) preguntando: ¿qué paso concreto me pides hoy? Escríbelo. Del ver al seguir: sustituye un comentario sobre la Iglesia o cualquier persona por una obra de misericordia (llamada, visita, ayuda material). Confesión de fe: antes de dormir, di tres veces: “Jesús, en Ti confío” (cf. Sal 27,1). Haz un ayuno de rumor: evita difundir noticias no verificadas sobre personas; reemplázalas por una bendición (cf. St 3,9-10).
Permanece en contemplación: el Reino no se impone, se propone. Quien acoge a Cristo deja de ser espectador y se vuelve testigo. El corazón que confiesa ya no pregunta «¿Quién es éste?» como Herodes, sino «Señor, ¿qué quieres que haga?» (Hch 9,6).
Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto del Catecismo de la Iglesia Católica:
«El hombre que busca a Dios descubre ciertas «vías» para acceder al conocimiento de Dios. Se las llama también «pruebas de la existencia de Dios», no en el sentido de las pruebas propias de las ciencias naturales, sino en el sentido de «argumentos convergentes y convincentes» que permiten llegar a verdaderas certezas.
Estas «vías» para acercarse a Dios tienen como punto de partida la creación: el mundo material y la persona humana. El mundo: a partir del movimiento y del devenir, de la contingencia, del orden y de la belleza del mundo se puede conocer a Dios como origen y fin del universo. San Pablo afirma refiriéndose a los paganos: «Lo que de Dios se puede conocer, está en ellos manifiesto: Dios se lo manifestó. Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad» (Rm 1,19-20; cf. Hch 14,15.17; 17,27-28; Sb 13,1-9) …
El hombre: Con su apertura a la verdad y a la belleza, con su sentido del bien moral, con su libertad y la voz de su conciencia, con su aspiración al infinito y a la dicha, el hombre se interroga sobre la existencia de Dios. En todo esto se perciben signos de su alma espiritual…; su alma, no puede tener origen más que en Dios. El mundo y el hombre atestiguan que no tienen en ellos mismos ni su primer principio ni su fin último, sino que participan de Aquel que es el Ser en sí, sin origen y sin fin. Así, por estas diversas «vías», el hombre puede acceder al conocimiento de la existencia de una realidad que es la causa primera y el fin último de todo, «y que todos llaman Dios» (San Tomás de Aquino).
Las facultades del hombre lo hacen capaz de conocer la existencia de un Dios personal. Pero para que el hombre pueda entrar en la intimidad de Él, ha querido revelarse al hombre y darle la gracia de poder acoger en la fe esa revelación. Sin embargo, las pruebas de la existencia de Dios pueden disponer a la fe y ayudar a ver que la fe no se opone a la razón humana».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.