«Quien a ustedes escucha a mí me escucha; quien a ustedes rechaza a mí me rechaza; y quien me rechaza, rechaza al que me ha enviado» Lc 10,16.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Lucas 10,13-16
En aquel tiempo, Jesús dijo: «¡Ay de ti Corozaín; ay de ti, Betsaida! Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros realizados entre ustedes, hace tiempo que se habrían convertido, vestidas de sayal y sentadas en la ceniza. Por eso el juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón que a ustedes. Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Caerás hasta el abismo. Quien a ustedes escucha a mí me escucha; quien a ustedes rechaza a mí me rechaza; y quien me rechaza, rechaza al que me ha enviado».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«Jesús es el enviado del Padre. Desde el comienzo de su ministerio, «llamó a los que él quiso… y vinieron donde él. Instituyó Doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar» (Mc 3,13-14). Desde entonces, serán sus «enviados» (es lo que significa la palabra griega apóstoloi). En ellos continúa su propia misión: «Como el Padre me envió, también yo os envío» (Jn 20,21; cf. Jn 13,20; 17,18). Por tanto su ministerio es la continuación de la misión de Cristo: «Quien a vosotros recibe, a mí me recibe», dice a los Doce (Mt 10,40; cf, Lc 10,16)» (Catecismo de la Iglesia Católica, 858).
El pasaje se inserta en la gran subida a Jerusalén (Lc 9,51), cuando Jesús, tras enviar a los setenta y dos, dirige una palabra severa a Corozaín, Betsaida y Cafarnaúm, poblaciones de la ribera y cuenca del lago de Galilea. Eran villas de pescadores y artesanos, unidas por caminos de tierra.
Bajo la ocupación romana, la economía dependía de impuestos, pesca y trueque; y, religiosamente, crecía el anhelo de intervención divina, mientras fariseos y escribas custodiaban la identidad de Israel.
Jesús les ha ofrecido signos luminosos (cf. Lc 4,31-41; 5,17-26; 7,1-10) y, sin embargo, han respondido con indiferencia. Por eso evoca ciudades paganas —Tiro y Sidón, Sodoma— para subrayar que un mayor privilegio exige mayor conversión (cf. Mt 11,20-24). La segunda parte (v.16) revela el trasfondo eclesial: escuchar al enviado es escuchar a Cristo; rechazar al enviado es rechazar al Padre que lo envía. Esta solidaridad sacramental entre Cristo y sus testigos se enlaza con Jn 13,20; Mt 10,40; y con la conciencia profética del Antiguo Testamento (Jer 1,7-8; Ez 3,4-7): la Palabra trae salvación, pero también juicio si es resistida. En este marco, la severidad de Jesús no contradice su misericordia: es la cirugía de la verdad que despierta del letargo religioso para abrir la puerta al Reino «que está cerca» (Lc 10,9).
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
Quien ha derrochado curaciones y pan se topa con la piedra del corazón indiferente. «Ay…» no es maldición, es gemido: el amor advierte porque quiere salvar. La historia de la salvación entera confirma este dinamismo: «Hoy, si escuchan su voz, no endurezcan el corazón» (Sal 95,7-8; Hb 3,7-15).
Corozaín y Betsaida han visto más que Tiro y Sidón; Cafarnaúm ha sido elevada por la visita de Dios (cf. Lc 1,68.78) y, sin embargo, rehúsa convertirse. Aquí late una ley evangélica: luz recibida, responsabilidad acrecentada (cf. Lc 12,48). Jesús no compara para humillar, sino para desvelar: a veces, que quienes se consideran dentro viven fuera de la obediencia; y quien era “de lejos” —la sirofenicia, el centurión— entra primero por la humildad de la fe (cf. Mt 15,28; Lc 7,9).
El v.16 es clave eclesial: «Quien a ustedes escucha a mí me escucha; quien a ustedes rechaza a mí me rechaza; y quien me rechaza, rechaza al que me ha enviado». La Palabra confiada a la Iglesia no es opinión, es presencia. Por eso, la docilidad al Evangelio —anunciado, celebrado, vivido— no esclaviza: cristifica (Jn 8,31-32). Y el rechazo no queda en la superficie: alcanza la relación con el Padre.
Textos en resonancia: Mt 10,14-15 (responsabilidad ante el anuncio); Jn 12,48 (“la palabra… le juzgará en el último día”); Rom 10,14-17 (la fe viene de la predicación). Benedicto XVI recordaba que la verdad cristiana «atrae por la belleza del amor» y a la vez exige conversión de mente y vida. La severidad de Jesús es, pues, misericordia que despierta: una medicina fuerte para sanar la anemia espiritual de nuestros tiempos.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Amado Jesús: concédenos a través del Espíritu Santo los dones para que nuestra fe alcance la madurez y seamos como niños ante los ojos de Dios Padre.
Amado Jesús, justo juez, acudimos a ti para implorar tu misericordia por todas las almas del purgatorio, especialmente, por aquellas que más necesitan de tu infinita misericordia.
Madre Santísima, Madre del amor bendito, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
Calla… y escucha el gemido de Cristo sobre tus ciudades interiores. Míralas: rutinas, autosuficiencias, excusas, etc. Deja que su voz te duela y te sane. Luego, permanece bajo la luz de Lc 10,16: no estás solo; la Iglesia no es eco, es sacramento de presencia.
Te propongo lo siguiente: Realiza un examen de responsabilidad (Lc 12,48): escribe hoy dos gracias recibidas (una palabra que te tocó, una confesión, una Eucaristía) y determina una conversión verificable (reconciliación pendiente, restitución, tiempo de adoración). Haz escucha obediente (Rom 10,17): esta semana, acoge la homilía dominical como palabra de Cristo para ti; anota una frase y obedécela. Caridad vigilante (Jn 13,20): honra a un enviado de Cristo —sacerdote, catequista— con un gesto concreto (oración, ayuda, agradecimiento). Realiza el rito de la puerta (Mt 10,12-13): al entrar a tu casa, di en voz baja: «Paz a esta casa» y actúa en consecuencia: pacifica una relación.
Permanece luego en silencio adorante. Imagina a Jesús mirando tu ciudad: su mirada no destruye, recrea. Deja que su severidad te libere del autoengaño, y su ternura te ponga en camino. Cuando te levantes, hazlo ligero: la conversión es la forma cotidiana de amar.
Hermanos: contemplemos a Dios con un sermón de San Agustín:
«“Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros desprecia, a mí me desprecia; y quien me desprecia a mí, desprecia al que me envió” (Lc 10,16). Entended, hermanos, y temblad con amor: si oís a los pastores la verdad, Cristo os habla; si los despreciáis cuando dicen lo de Cristo, no a hombres despreciáis, sino a Cristo y al Padre que lo envió.
Nosotros somos pastores para vosotros, pero con vosotros somos ovejas; bajo el Pastor, todos somos ovejas. Si los pastores dicen lo suyo, son pastores en vano; si dicen lo de Cristo, Cristo es quien enseña en ellos. No repartimos lo nuestro, sino lo de nuestro Señor; somos siervos de la mesa ajena.
Escuchad, pues, con obediencia humilde; y nosotros, temblando, hablemos lo de Cristo, no lo nuestro. Él es la Voz en la voz, la Luz en la lámpara, el Pan en las manos del siervo. Y así, quien os escucha a vosotros, escucha al que es la Verdad; y quien os desprecia, no hiere a barro mortal, sino al que es Dios de Dios».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.