SAN JERÓNIMO, PRESBÍTERO Y DOCTOR DE LA IGLESIA
«Jesús tomó la decisión de subir a Jerusalén» Lc 9,51.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Lucas 9,51-56
Cuando ya se acercaba el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de subir a Jerusalén. Y envió mensajeros delante de él. De camino, entraron en un pueblo de samaritanos para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron porque se dirigía a Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron: «Señor, ¿quieres que mandemos que caiga un rayo del cielo que acabe con ellos?». Él se volvió y les reprendió. Y se fueron a otro pueblo.
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«¿Qué podemos aprender nosotros de san Jerónimo? Me parece que sobre todo podemos aprender a amar la palabra de Dios en la sagrada Escritura. Dice san Jerónimo: «Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo». Por eso es importante que todo cristiano viva en contacto y en diálogo personal con la palabra de Dios que se nos entrega en la sagrada Escritura. Este diálogo con ella debe tener siempre dos dimensiones: por una parte, debe ser un diálogo realmente personal, porque Dios habla con cada uno de nosotros a través de la sagrada Escritura y tiene un mensaje para cada uno… Por otra parte, para no caer en el individualismo, debemos tener presente que la palabra de Dios se nos da precisamente para construir comunión, para unirnos en la verdad a lo largo de nuestro camino hacia Dios. Por tanto, aun siendo siempre una palabra personal, es también una palabra que construye a la comunidad, que construye a la Iglesia» (Benedicto XVI).
Hoy celebramos a San Jerónimo, doctor de la Iglesia, un santo apasionado por las Escrituras, que tenía el firme convencimiento de que la vida del ser humano debe estar siempre de acuerdo con la Palabra divina, ya que, viviéndola, se puede comprender. San Jerónimo nos enseña que la lectura orante y el diálogo con la Palabra, forman parte de la presencia de Dios entre nosotros. En este diálogo, es fundamental la invocación al Espíritu Santo y la oración.
Su nombre completo era Sofronio Eusebio Jerónimo; nació en Estridón (Yugoslavia) en el año 347 en medio de una familia cristiana, y murió el 30 de setiembre del 420 en Belén. Tras ser bautizado en el año 386, se dedicó a una vida ascética; vivió como eremita en Oriente. Estudió griego y hebreo, y transcribió códices y obras patrísticas. En el año 382, en Roma, fue elegido por el papa Dámaso, secretario y consejero; posteriormente logró la traducción latina de los textos bíblicos, “La Vulgata”.
En el pasaje evangélico de hoy, Jesús de manera valiente y firme decide ir a Jerusalén, es decir, hacia su pasión, muerte y resurrección. Para llegar allá desde la región de Galilea, había que pasar por una zona de samaritanos. El desplazamiento a Jerusalén es una peregrinación; Jesús camina decididamente, mientras sus seguidores se encuentran confundidos. Los doce esperan batalla, por ello, el gesto impulsivo de los “hijos del trueno”, Santiago y Juan, que reaccionaron airadamente y con resentimiento; mientras tanto, reprendiéndolos, Jesús decidió tomar el camino de la paz y del amor paciente y misericordioso por aquellas personas que lo rechazaron.
Así, Nuestro Señor Jesucristo eligió el camino revolucionario del amor, el único capaz de aplacar las rebeliones internas para crear relaciones fraternas.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
«Lee con mucha frecuencia las divinas Escrituras; más aún, que tus manos no dejen nunca el texto sagrado. Asimila lo que debes enseñar y mantente unido a la Palabra de la fe, que es conforme a la enseñanza, a fin de que puedas exhortar basándote en una doctrina sana y puedas refutar victoriosamente a los adversarios» (San Jerónimo).
Este pasaje es un examen de temperatura espiritual. Cuando nos hieren o contradicen, ¿ardemos con caridad o con ira religiosa? Santiago y Juan confunden celo con orgullo herido; Jesús mide el pulso y los reprende. El contraste recorre el Nuevo Testamento: el Maestro rehúsa la espada de Pedro (Mt 26,52), llora sobre Jerusalén (Lc 19,41), ora por los que lo crucifican (Lc 23,34) y enseña a vencer el mal con el bien (Rm 12,21).
El fuego auténtico de Cristo no fulmina pueblos: purifica discípulos. Es el fuego pascual del amor que consume rencores (Jn 21,15-19) y hace de nosotros hospederos de la misericordia (Lc 10,33-35). La palabra de Jesús reprende, pero no humilla; corrige, pero no aniquila (cf. Hb 12,5-6). Así, el “no” a la violencia abre camino al “sí” misionero: «Y se fueron a otro pueblo» (Lc 9,56). La misión prosigue sin detenerse en el agravio.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Oh, Dios, que concediste a San Jerónimo una estima tierna y viva por las Sagradas Escrituras, haz que la humanidad se alimente de tu Palabra con mayor abundancia, y encuentre en ella la fuente de la verdadera vida.
Amado Jesús, que el gozo y la alegría de tu Resurrección, nos impulse a servir a tu Iglesia desde nuestras propias realidades, sin temer a los que se oponen a la Verdad; y concédenos que podamos ver tu rostro en cada persona, especialmente, en los que más necesitan de nuestro cariño y comprensión.
Amado Jesús, te suplicamos abras las puertas de tu Reino a los difuntos y protege a las almas de las personas agonizantes para que lleguen al banquete celestial.
Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.
- Contemplación y acción
Detente con Jesús en el camino. Míralo con el rostro decidido y el corazón manso. Deja que su mirada toque ese lugar de tu alma donde todavía quieres “hacer bajar fuego”: quizá una discusión familiar, una memoria antigua, una herida parroquial o comunitaria. Respira su paz. Repite: “Señor, ¿de qué espíritu soy?”.
Te propongo lo siguiente: Apaga un incendio verbal: ante una provocación, elige callar diez segundos y responder con una pregunta humilde (Pr 15,1). Hospitalidad: ofrece un gesto de acogida a quien te resulta difícil —un mensaje de paz, una ayuda práctica— (Rm 12,13). Palabra que sana: medita Lc 23,34 y reza por alguien que te negó “posada”. Antes de opinar, lee un párrafo del Evangelio del día; pídele a San Jerónimo amor por la verdad que corrige sin humillar (2 Tm 3,16-17).
Permanece unos minutos en silencio adorante: el verdadero fuego desciende en Pentecostés, no para consumir al adversario, sino para encender lenguas en la caridad misionera. Que tu paso por “otra aldea” sea un sí fecundo, no una retirada amarga.
Hermanos: contemplemos a Dios a través de un texto de San Jerónimo:
«Cumplo con mi deber, obedeciendo los preceptos de Cristo, que dice: “Estudiad las Escrituras”, y también: “Buscad, y encontraréis”, para que no tenga que decirme, como a los judíos: “Estáis muy equivocados, porque no comprendéis las Escrituras ni el poder de Dios”. Pues, si, como dice el apóstol Pablo, “Cristo es el poder de Dios y la sabiduría de Dios”, y el que no conoce las Escrituras no conoce el poder de Dios ni su sabiduría, de ahí se sigue que ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo.
Por esto, quiero imitar al padre de familia que del arca va sacando lo nuevo y lo antiguo, y a la esposa que dice en el Cantar de los cantares: “He guardado para ti, mi amado, lo nuevo y lo antiguo”; y, así, expondré el libro de Isaías, haciendo ver en él no sólo al profeta, sino también al evangelista y apóstol. Él, en efecto, refiriéndose a sí mismo y a los demás evangelistas, dice: “¡Qué hermosos son los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva!”. Y Dios le habla como a un apóstol, cuando dice: “¿A quién mandaré? ¿Quién irá a ese pueblo?”. Y él responde: “Aquí estoy, mándame”.
Nadie piense que yo quiero resumir en pocas palabras el contenido de este libro, ya que él abarca todos los misterios del Señor: predice, en efecto, al Emmanuel que nacerá de la Virgen, que realizará obras y signos admirables, que morirá, será sepultado y resucitará del país de los muertos, y será el Salvador de todos los hombres.
¿Para qué voy a hablar de física, de ética, de lógica? Este libro es como un compendio de todas las Escrituras y encierra en sí cuanto es capaz de pronunciar la lengua humana y sentir el hombre mortal. El mismo libro contiene unas palabras que atestiguan su carácter misterioso y profundo: “Cualquier visión se os volverá —dice— como el texto de un libro sellado”: se lo dan a uno que sabe leer diciéndole: “Por favor, lee esto”. Y él responde: “No puedo, porque está sellado”. Y se lo dan a uno que no sabe leer, diciéndole: “Por favor, lee esto”. Y él responde: “No sé leer”.
Y, si a alguno le parece débil esta argumentación, que oiga lo que dice el Apóstol: “De los profetas, que prediquen dos o tres, los demás den su opinión. Pero en caso de que otro, mientras está sentado, recibiera una revelación, que se calle el de antes”. ¿Qué razón tienen los profetas para silenciar su boca, para callar o hablar, si el Espíritu es quien habla por boca de ellos? Por consiguiente, si recibían del Espíritu lo que decían, las cosas que comunicaban estaban llenas de sabiduría y de sentido. Lo que llegaba a oídos de los profetas no era el sonido de una voz material, sino que era Dios quien hablaba en su interior como dice uno de ellos: “El ángel que hablaba en mí”, y también: Que clama en nuestros corazones: “¡Abbá! (Padre)”, y, asimismo: “Voy a escuchar lo que dice el Señor”».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.