LECTIO DIVINA DEL VIERNES DE LA SEMANA XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, OBISPO Y MÁRTIR

«Hasta los cabellos de su cabeza están contados. Por lo tanto, no tengan miedo: ustedes valen mucho más que muchos gorriones» Lc 12,7.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 12,1-7

En aquel tiempo, miles y miles de personas se agolpaban hasta pisarse unos a otros, Jesús empezó a hablar, dirigiéndose primero a sus discípulos: «Cuidado con la levadura de los fariseos, o sea, con su hipocresía. Nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, nada hay escondido que no llegue a saberse. Por eso, lo que digan de noche se repetirá a pleno día, y lo que digan al oído, o en el sótano, se pregonará desde la azotea. A ustedes, amigos míos, les digo: no tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden hacer nada más. Les voy a decir quién deben temer: teman a Aquel que tiene poder para matar y después arrojar al infierno. A este tienen que temer, se los digo yo. ¿No se venden cinco gorriones por dos céntimos? Pues, ni de uno solo de ellos se olvida Dios. Más aún, hasta los cabellos de su cabeza están contados. Por lo tanto, no tengan miedo: ustedes valen mucho más que muchos gorriones».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«El Señor inspira una disposición de simplicidad, y robustece el valor del alma, ya que la fe sola titubea. Él la fortifica con realidades humildes; porque si Dios no se olvida de las aves, ¿cómo podrá olvidarse de los hombres? Y si la majestad de Dios es tan grande y eterna que ni uno solo de los pájaros, ni el número de los cabellos de nuestra cabeza no existe sin conocerlo Dios, ¡qué indigno resulta creer que este Señor, que atiende con solicitud a lo más pequeño, no se acuerde de los corazones de sus fieles o los desprecie!» (San Ambrosio).

Hoy celebramos a San Ignacio de Antioquía, obispo y mártir. Llamado también Teóforo, que significa manifestación de Dios; nació en Siria alrededor del año 50. Fue discípulo de San Pablo y San Juan. Escribió siete epístolas: cinco dirigidas a las comunidades orientales y las otras dos a Policarpo, obispo de Esmirna, y a la comunidad cristiana de Roma. Murió en el año 107, destrozado por los leones en un anfiteatro.

San Ignacio de Antioquía expresó su gran deseo de unirse con Jesús; suplicó a los cristianos de Roma que no impidan su martirio porque estaba impaciente por unirse a Nuestro Señor Jesucristo. A San Ignacio se le considera el doctor de la unidad, ya que proclamaba la unidad de todo cristiano con la Santísima Trinidad, así como la unidad de la naturaleza humana y divina de Jesús.

El pasaje evangélico de hoy está integrado por dos segmentos: el primero denominado “Jesús contra la hipocresía”, cuya esencia se encuentra también en Mateo 16,6 y en Marcos 8,15. El segundo segmento, denominado “Jesús exhorta al valor”, se ubica también en Mateo 10,28-31.

Se encuentra luego de la controversia de Jesús con los fariseos y doctores de la Ley que meditamos los días anteriores. Hoy, Jesús denuncia la hipocresía previniendo a la gente de los fariseos y maestros de la Ley, y estimulando a los discípulos a ser audaces para anunciar el Evangelio a pesar de los opositores. Jesús los exhorta al valor y a la confianza en la providencia divina, llamándolos amigos, señalando que no hay razón para temer a los perseguidores porque Dios, que cuida con extremo cariño a los pájaros, en ningún momento los abandonará.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

La levadura es pequeña y silenciosa, pero lo invade todo. Así opera la hipocresía: disimula, hincha, vacía. Jesús no denuncia para humillar, sino para curar: «Nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, nada hay escondido que no llegue a saberse» (Lc 12,2). La verdad no es foco de escarnio, sino luz que sana. Por eso, el Maestro nos educa en el temor filial: no el pánico servil, sino la reverencia que ordena la vida hacia Dios (cf. Pr 1,7). Temamos perder la comunión con el Amor; no temamos perder privilegios ante los hombres. La misma lógica late en Mt 10,26-33 y en 1 Pe 3,14-16: «No se amedrenten… Santificad a Cristo en vuestros corazones».

Entre el secreto y la plaza pública hay un puente: el corazón. Lo que allí fermenta, saldrá a la superficie (cf. Lc 6,45). ¿Qué levadura opera en mí: la del Reino (cf. Mt 13,33) o la del parecer? La promesa de Jesús es bálsamo para el discipulado acosado por miedos: «No tengan miedo: ustedes valen mucho más que muchos gorriones» (Lc 12,7). La Providencia no nos infantiliza; nos responsabiliza: el Padre cuenta nuestros cabellos, nosotros contamos con su gracia para hablar «desde la azotea» (Lc 12,3) una fe sin doblez.

Esta página dialoga con el testimonio apostólico: Pablo recuerda que «no hemos recibido un espíritu de esclavos, sino de hijos” (Rm 8,15); y Heb 13,6 canta: «El Señor es mi auxilio, no temeré». La santidad no es máscara, es transparencia eucarística: vida ofrecida, verdad sin teatro, caridad concreta. Vivir de cara a Dios libera del tribunal de las opiniones: «Si buscase agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo» (Ga 1,10). La levadura nueva es Cristo en nosotros.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Padre eterno, tú que has querido que el testimonio de tus mártires glorificara a toda la Iglesia, concédenos que, así como el martirio fue para San Ignacio de Antioquía causa de gloria eterna, nos merezca también a nosotros tu protección constante.

Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, inspira y fortalece a la Iglesia en la misión de llevar el Evangelio y la misericordia a toda la humanidad. Te rogamos que envíes más obreros para la misión y que la novedad del Evangelio sea aceptada por toda la humanidad.

Amado Jesús, queremos seguirte, te rogamos nos concedas también los dones apostólicos y misionales para anunciar la alegría de la salvación que eres tú mismo, amado Señor.

Amado Jesús, misericordioso Salvador, haz parte de tu felicidad a todos los difuntos, al lado de María nuestra madre y con todos los santos. Te suplicamos también que los agonizantes puedan contemplar tu salvación.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Calla por un momento. Coloca tus miedos como gorriones en la palma de la mano de Dios. Mira cómo vuelan: ninguno cae sin que el Padre lo sepa (cf. Lc 12,6). Siente tu nombre pronunciado con ternura y firmeza. La luz no humilla: revela el rostro amado. Deja que el Espíritu retire la levadura vieja —la del cálculo, la del aplauso, la de la autoimagen— y siembre un fermento nuevo: la sencillez.

Propongo lo siguiente para custodiar esta transparencia: Examen breve diario: ¿qué pensé, dije o hice “para quedar bien”? Repara con un acto oculto de caridad (Mt 6,3). Palabra pública: comparte esta semana una convicción de fe en un ámbito donde suelas callar (1 Pe 3,15). Oración de confianza: repite cada mañana Sal 27,1 y Sal 56,4-5. Sinceridad sacramental: prepara una confesión nombrando, sin atenuantes, tus “dobleces” habituales (Sal 51). Gesto de providencia: ayuda materialmente a alguien sin esperar retorno (Lc 12,33).

Permanece en silencio: «El Señor está de mi parte, nada temo» (Sal 118,6). Que tu corazón, deshinchado de apariencias, sea hogaza humilde en manos del Pan Vivo.

Hermanos, contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de Santa Catalina de Siena:

«Dios me dijo: “Nadie se escapa de mi mano, porque yo soy el que soy” (Ex 3,14), y vosotros no sois por vosotros mismos. Existís por mí. Soy el creador de todas las cosas que participan de mi ser y no del pecado que no es creación mía. Por tanto, el pecado no es digno de ser amado. La criatura me ofende porque ama lo que no tiene que amar, el pecado… Al hombre le es imposible de salir de mi ser. O bien, permanece en mí bajo el peso de la justicia que castiga sus faltas, o bien permanece en mí guardado por mi misericordia. Abre, pues, los ojos de tu inteligencia y mira mi mano: verás que digo la verdad.

Entonces, al abrir los ojos del espíritu para obedecer al Padre que es tan grande, vi el universo entero enfermo metido en la mano del Padre. Y Dios me dijo: “Hija mía, mira ahora y sé que nadie puede escapar de mi mano. Todos están cogidos por la justicia o por la misericordia, porque todos me pertenecen, son creados por mí, y los amo infinitamente. Sea la que fuera su malicia, les haré misericordia a causa de mis siervos; escucharé la petición que me presentas con tanto amor y tanto dolor…”

Entonces, mi alma, embriagada y fuera de si en un infinito ardor de amor, sintió a la vez felicidad y dolor. Feliz por la unión con Dios, gustando su gozo y su bondad sumergida en su misericordia y sufriendo por ver ofendida una tan gran bondad».

¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.

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