SAN LUCAS, EVANGELISTA
«La mies es abundante y los obreros pocos; rueguen, pues, al dueño la mies para que mande obreros a su mies. ¡Pónganse en camino!» Lc 10,2-3.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Lucas 10,1-9
En aquel tiempo, designó el Señor a otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía: «La mies es abundante y los obreros pocos; rueguen, pues, al dueño la mies para que mande obreros a su mies. ¡Pónganse en camino! Miren que los mando como cordero en medio de lobos. No lleven bolsa, ni alforja, ni sandalias, y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Cuando entren a una casa, digan primero: “Paz a esta casa”. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos su paz; si no, volverá a ustedes. Quédense en la misma casa, coman y beban de lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No anden cambiando de casa. Si entran en un pueblo y los reciben bien, coman lo que les pongan, curen a los enfermos que haya, y digan: “Está cerca de ustedes el reino de Dios”».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«Lucas nos ha dado a conocer muchos rasgos del Evangelio, y de los más importantes… Y también, nadie sabe si Dios lo ha hecho con el fin de que muchos rasgos del Evangelio hayan sido revelados sólo por Lucas, precisamente con el fin de que todos den su asentimiento a lo que él mismo da, seguidamente, en las actas y la doctrina de los apóstoles, y así, manteniendo inalterada la norma de la verdad, todos puedan ser salvados. De esta manera el testimonio de Lucas es verdad, la enseñanza de los apóstoles queda manifiesta, sólida, y no esconde nada… Estas son las voces de la Iglesia, de donde toda la Iglesia saca su origen» (San Ireneo de Lyon).
Hoy celebramos a San Lucas Evangelista, el “médico querido” de San Pablo. Nació en la ciudad de Antioquía, en Siria. Según la tradición antigua, Lucas habría sido martirizado a los 84 años en Acaya.
El Evangelio de San Lucas nos sitúa en la segunda generación cristiana; fue escrito alrededor de la década de los 80 y nos muestra a un Jesús misericordioso y cercano a los más necesitados; así mismo, presenta el mejor retrato de Nuestra Santísima Madre, la Virgen María. Lucas nos ha transmitido, por ejemplo, tres cánticos que sólo están en sus escritos: uno lo puso en labios de Zacarías (el Benedictus), otro en labios de María (el Magníficat) y el tercero, en los del anciano Simeón (el Nunc dimittis). Como dice la antífona del Benedictus, «san Lucas, al darnos su evangelio, nos anunció el Sol que nace de lo alto, Cristo Nuestro Señor». Hay páginas del evangelio y rasgos del mensaje de Jesús que sólo nos transmite Lucas: la anunciación a la Virgen, el nacimiento de Jesús, las parábolas del hijo pródigo y del rico Epulón y del buen samaritano, y otros.
El pasaje evangélico de hoy narra el segundo envío de Jesús, de setenta y dos misioneros, que representan al presbiterado actual. El primer envío fue el de los doce apóstoles que representan al episcopado de la Iglesia naciente, tal como se aprecia en Lucas 9,1-6.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
Jesús no multiplica funcionarios: engendra testigos. Los envía «de dos en dos» para que la comunión sea la primera predicación (cf. Jn 13,35). Su método es pobreza, paz y presencia. Pobreza: ir ligero para que el corazón esté disponible; paz: bendecir primero, aun antes de ser escuchados; presencia: «Quédense en la misma casa» (Lc 10,7), porque el Evangelio se cocina a fuego lento en la mesa compartida. La mies es mucha; la oración no sustituye la misión: la engendra (Lc 10,2). No es activismo, es obediencia eucarística: «Hagan esto en memoria mía» (Lc 22,19) se prolonga en «Vayan por todo el mundo» (Mc 16,15).
Otros textos resuenan: la parábola de la levadura (Mt 13,33), pequeña y penetrante; la luz que no se oculta (Lc 8,16); la consigna del Resucitado: «Recibid el Espíritu Santo” (Jn 20,21-22). Pablo confirma la lógica del envío: «¡Ay de mí si no evangelizo!» (1 Cor 9,16), y recuerda el estilo: «No nos predicamos a nosotros mismos» (2 Cor 4,5). La misión sana: «Curen a los enfermos» (Lc 10,9), porque el Reino no es idea, sino visita misericordiosa (cf. Lc 7,16).
Hoy, el Señor repite: «No lleven bolsa» a una Iglesia tentada de parapetos; «no se detengan a saludar a nadie por el camino» a un corazón distraído por lo superfluo; «coman lo que les pongan» a un discípulo que aprende inculturación sin renunciar a la Verdad (cf. 1 Cor 9,22-23). La cosecha no se fuerza; se ruega al Dueño. La santidad misionera —al estilo de san Lucas— es arte de permanecer en Dios y, desde esa permanencia, salir.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Señor Dios, que elegiste a San Lucas para que nos revelara con la predicación y los escritos el misterio de tu amor a los pobres, concede, a cuantos se glorían en tu nombre, perseverar viviendo con un solo corazón y una sola alma, y que todos los pueblos merezcan ver tu salvación.
Amado Jesús: queremos seguirte, te rogamos nos concedas también los dones apostólicos y misionales para anunciar la alegría de la salvación que eres tú mismo.
Santísima Trinidad, inspira y fortalece a la Iglesia en la misión de llevar el Evangelio y la misericordia a toda la humanidad. Te rogamos que envíes más obreros para la misión y que la novedad del Evangelio sea aceptada por toda la humanidad.
Amado Jesús, misericordioso Salvador, haz parte de tu felicidad a todos los difuntos, al lado de María nuestra madre y con todos los santos. Te suplicamos también que los agonizantes puedan contemplar tu salvación.
Madre Santísima, Madre del amor bendito, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
Deja que el envío te alcance. Respira hondo: «Paz a esta casa». Siente cómo esa palabra primero pacifica tu cuarto interior y sólo después se difunde. Contempla al Señor que te despoja con ternura: sin bolsa, para que lleves al Padre; sin alforja, para que abraces al hermano; sin sandalias sobrantes, para que tus pasos dependan de su Providencia. No estás solo: miras al compañero y ves un sacramento de comunión.
Propongo lo siguiente: Oración de alba: tres minutos para pedir nuevos obreros (Lc 10,2). Mesa misionera: una comida esta semana con alguien de tu entorno que no comparte la fe; escucha sin discutir (Lc 10,7). Gesto de sanación: visita o llama a un enfermo; ofrece un Salmo (Sal 23 o 27). Despojo digital: un día sin redes; tiempo ganado para presencia real y la Palabra (Lc 10,4; Lc 8,15). Bendición de casa: al entrar o salir, traza discretamente la cruz y di: «Venga tu Reino» (Lc 11,2).
Permanece en silencio. El Reino llega suave: se reconoce por la paz que deja y las heridas que cura.
Hermanos, contemplemos a Dios con una homilía de San Gregorio Magno, papa:
«Nuestro Señor y Salvador, hermanos muy amados, nos enseña unas veces con sus palabras, otras con sus obras. Sus hechos, en efecto, son normas de conducta, ya que con ellos nos da a entender tácitamente lo que debemos hacer. Manda a sus discípulos a predicar de dos en dos, ya que es doble el precepto de la caridad, a saber, el amor de Dios y el del prójimo.
El Señor envía a los discípulos a predicar de dos en dos, y con ello nos indica sin palabras que el que no tiene caridad para con los demás no puede aceptar, en modo alguno, el ministerio de la predicación.
Con razón se dice que los mandó por delante “a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él”. En efecto el Señor viene detrás de sus predicadores, ya que, habiendo precedido la predicación, viene entonces el Señor a la morada de nuestro interior, cuando ésta ha sido preparada por las palabras de exhortación, que han abierto nuestro espíritu a la verdad. En este sentido, dice Isaías a los predicadores: “Preparadle un camino al Señor; allanad una calzada para nuestro Dios”. Por esto, les dice también el salmista: “Alfombrad el camino del que sube sobre el ocaso”. Sobre el ocaso, en efecto, sube el Señor, ya que en el declive de su pasión fue precisamente cuando, por su resurrección, puso más plenamente de manifiesto su gloria. Sube sobre el ocaso, porque, con su resurrección, pisoteó la muerte que había sufrido. Por esto, nosotros alfombramos el camino del que sube sobre el ocaso cuando os anunciamos su gloria, para que él, viniendo a continuación, os ilumine con su presencia amorosa.
Escuchemos lo que dice el Señor a los predicadores que envía a sus campos: “La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”. Por tanto, para una mies abundante son pocos los trabajadores; al escuchar esto, no podemos dejar de sentir una gran tristeza, porque hay que reconocer que, si bien hay personas que desean escuchar cosas buenas, faltan, en cambio, quienes se dediquen a anunciarlas…
Pensad, pues, amados hermanos, pensad bien en lo que dice el Evangelio: “Rogad al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”. Rogad también por nosotros, para que nuestro trabajo en bien vuestro sea fructuoso y para que nuestra voz no deje nunca de exhortaros, no sea que, después de haber recibido el ministerio de la predicación, seamos acusados ante el justo Juez por nuestro silencio».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.