«Miren: guárdense de toda codicia. Que por más rico que uno sea, la vida no depende de los bienes» Lc 12,15.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Lucas 12,13-21
En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús: «Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia». Él le contestó: «Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre ustedes?». Y dijo a la gente: «Miren: guárdense de toda codicia. Que por más rico que uno sea, la vida no depende de los bienes». Y les propuso una parábola: «Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y comenzó a hacer cálculos: “¿Qué haré? No tengo dónde almacenar la cosecha”. Y se dijo: “Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida”. Pero Dios le dijo: “Necio, esta noche vas a morir. Lo que has acumulado, ¿para quién será?”. Así le sucede para el que amontona riquezas para sí mismo y no es rico a los ojos de Dios».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«El camino de la salvación es el de las Bienaventuranzas, y la primera es la pobreza de espíritu, es decir, no estar apegados a las riquezas que –si se poseen– son para el servicio de los demás, para compartir, para ayudar a sacar la gente adelante. Y la señal de que no estamos en ese pecado de idolatría es hacer limosna, es dar a los que lo necesitan, y dar no de lo superfluo sino de lo que me cuesta alguna privación porque quizá es necesario para mí. Esa es una buena señal. Eso significa que es más grande el amor a Dios que el apego a las riquezas» (Papa Francisco).
El pasaje evangélico de hoy se ubica luego de la enseñanza de Jesús en la que señala a sus discípulos que, cuando los conduzcan ante jefes y autoridades, no se preocupen de cómo se van a defender, ya que será el Espíritu Santo quien hablará a través de ellos.
En la lectura de hoy, un hombre le pide a Jesús que actúe como árbitro de una herencia. Esta petición revela una preocupación común y universal: la disputa por bienes materiales, un tema tan antiguo como el hombre mismo. Pero Jesús, que conoce los corazones, desvía la conversación hacia un terreno más profundo. No entra en la cuestión legal sobre la herencia, sino que va al núcleo del problema: la avaricia y el apego a las posesiones terrenales. Con la parábola del hombre rico que acumula bienes y se prepara para una vida cómoda, Jesús expone la trampa mortal de poner la confianza en las riquezas y olvidar el carácter transitorio de la vida
En un sentido más profundo, cuando Jesús dice «guárdense de toda codicia», se refiere también a los deseos desenfrenados de la sensualidad, de la idolatría mundana, del deseo de poder y otras tentaciones que el mundo nos presenta y promueve.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
«Guárdense de toda codicia» (Lc 12,15): no sólo del deseo desordenado de tener, sino del proyecto espiritual de salvarse a base de reservas. El rico calcula, habla consigo mismo —“mi grano, mis graneros, mi alma” (Lc 12,17-19)—; su diálogo es un monólogo. La codicia es idolatría (Col 3,5) porque instala al ego en el lugar de Dios y convierte al prójimo en invisible. Jesús no llama “malvado” al rico, sino “necio”: necio es quien desconoce el kairós, cree que el tiempo le pertenece y que el alma se nutre de estadísticas. “Esta noche” desenmascara la ficción de control (cf. Sant 4,13-16).
El Evangelio propone otra aritmética: «Rico a los ojos de Dios» (Lc 12,21). ¿Cómo? Abriendo el granero al hambriento (Is 58,7), reuniendo «tesoro en el cielo» con limosna y corazón desprendido (Lc 12,33-34), entrando en la bienaventuranza de los pobres (Lc 6,20). La parábola dialoga con el joven rico (Mc 10,17-22), con Zaqueo (Lc 19,1-10) y con el juicio final (Mt 25,31-46): ante Dios la rentabilidad del amor es la única contabilidad que permanece. «No pueden servir a Dios y al dinero» (Mt 6,24): no por incompatibilidad técnica, sino por dinámica del corazón. Benedicto XVI dirá que la esperanza cristiana «libera del fascino del tener» y educa en la «lógica del don» (cf. Spe Salvi 28).
Hoy, en el vértigo consumista y la ansiedad por “asegurarlo todo”, la palabra de Jesús es cirugía: separa lo necesario de lo superfluo, vuelve a poner el alma en la boca de Dios, y los bienes en las manos de los pobres.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Santísima Trinidad: otórganos la gracia de estar muy atentos para que hagamos un uso adecuado de los bienes que nos has confiado y tengamos siempre presente que todo lo que poseemos, te pertenece. Líbranos de todo tipo de codicia.
Amado Jesús: concédenos que, dóciles a la acción del Espíritu Santo, podamos siempre reflexionar sobre las difíciles condiciones de vida de muchos hermanos nuestros e, inspirándonos en tu Palabra, realicemos obras de misericordia y contribuyamos creativamente a que todos tomemos conciencia de que todo ser humano debe ser tratado con la dignidad de hijo de Dios.
Espíritu Santo: te pedimos por todos nuestros hermanos que están abandonados, sin ningún apoyo material y espiritual. Te suplicamos: no los abandones nunca, tú que eres el amor del Padre y del Hijo.
Amado Jesús, Salvador nuestro, te suplicamos que las almas de los difuntos de todo tiempo y lugar transiten por la puerta de tu misericordia, amado Señor.
Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
Silencio. Pon tu mano sobre el pecho y escucha: ¿a qué ritmo late tu seguridad? Deja que la palabra “necio” te roce sin herirte: no es condena, es llamada. Contempla a Cristo pobre, «siendo rico se hizo pobre por nosotros» (2 Cor 8,9): en su costado abierto hay espacio para tu tesoro. Mira su mesa: multiplicó panes para compartir, no para almacenar (Mc 6,41-42). Su Reino no tiene graneros; tiene hermanos.
Propongo lo siguiente: Examen de bienes: elige tres objetos que no necesitas y entrégalos esta semana (Lc 12,33). Diezmo de tiempo: dedica el 10% de tu agenda semanal a una obra de misericordia corporal o espiritual (Mt 25,35-36). Presupuesto de limosna: fija una cantidad estable mensual para los pobres; no dones lo que sobra, consagra lo primero (Prov 3,9). Mesa abierta: invita a comer a alguien que no pueda devolverte la invitación (Lc 14,12-14). Oración de desprendimiento (cada noche): “Señor, todo es tuyo; indícame a quién pertenece”.
Permanece ahí, en quietud. Siente cómo el Espíritu desarma el candado y abre una compuerta. La paz que llega no se compra: se recibe. Y el corazón, aligerado, aprende a guardar en el cielo lo que aquí no cabe (Mt 6,19-21).
Hermanos: contemplemos a Dios con un escrito de San Agustín:
«Hermanos, examinad con atención vuestras moradas interiores, abrid los ojos y considerad cuál es vuestro mayor amor, y después aumentad la cantidad que habréis descubierto en vosotros mismos. Poned atención en este tesoro vuestro a fin de ser ricos interiormente.
Decimos que son caros los bienes que tienen gran precio, y con razón… Pero ¿Qué hay más preciado que el amor, hermanos míos? A vuestro juicio ¿cuál es su precio? Y ¿cómo pagarlo?
El precio de una tierra, el del trigo, es tu dinero; el precio de una perla es tu oro; pero el precio de tu amor eres tú mismo. Si quieres comprar un campo, una joya o un animal, buscas los fondos necesarios, miras alrededor de ti. Pero si deseas poseer el amor, no busques más que a ti mismo, es preciso que te encuentres a ti mismo…
Escucha lo que te dice el amor por boca de la Sabiduría: “Hijo, dame tu corazón”. Tu corazón estaba mal cuando era tuyo; eras presa de las nimiedades, es decir, de las malas pasiones…
“Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser” … El que te creó te quiere todo entero».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.