«Y a esta, que es hija de Abrahán, y que Satanás ha tenido atada dieciocho años, ¿no había que liberarla de sus ataduras en sábado?» Lc 13,16.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según San Lucas 13,10-17
Un sábado, Jesús enseñaba en una sinagoga. Y había una mujer que desde hacía dieciocho años estaba enferma por causa de un espíritu, y andaba encorvada, sin poderse enderezar. Al verla, Jesús la llamó y le dijo: «Mujer, quedas libre de tu enfermedad». Le impuso las manos y enseguida se enderezó y glorificaba a Dios. Pero el jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús había curado en sábado, dijo a la gente: «Seis días tienen para trabajar; vengan en esos días a que les curen, y no en sábado». Pero el Señor, dirigiéndose a él, dijo: «Hipócritas: cualquiera de ustedes, ¿no suelta al buey o al asno del pesebre y lo lleva a beber, aunque sea sábado? Y a esta, que es hija de Abrahán, y que Satanás ha tenido atada dieciocho años, ¿no había que liberarla de sus ataduras en sábado?». Cuando decía esto, sus adversarios se sentían confundidos, mientras que la gente se alegraba de las maravillas que realizaba.
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«La bondad de Jesús se aparta de todo formalismo y de todo legalismo. La ley solo ha de servir para ayudar al amor. Ésta es la gran Ley. El mismo Jesucristo reduce toda la ley al amor a Dios y al prójimo. Él vino a dar cumplimiento a la ley. Solo el pueblo sencillo y humilde puede apreciar esos gestos y esa doctrina sublime. Los soberbios, los autosuficientes, quedan vacíos. Son los más humildes los que mejor reciben la sanación y la salvación de Cristo, son ellos los que se atreven a pedírsela y a esperarla de su bondad» (San Jerónimo).
El episodio acontece “un sábado”, en una sinagoga (Lc 13,10), probablemente en Galilea, donde Jesús había desplegado su ministerio itinerante anunciando el Reino (cf. Lc 4,14-44). El sábado, signo de la creación consumada (Gn 2,2-3) y de la alianza (Ex 31,16-17), estructuraba la vida religiosa, social y económica de Israel: marcaba el descanso del trabajo, la reunión para la escucha de la Palabra y la celebración del Dios liberador (Dt 5,12-15). En el siglo I, tras el exilio y bajo dominación romana, la estricta observancia sabática era identitaria; los fariseos, maestros de la Torá oral, cuidaban sus cercas legales para proteger la santidad del día (cf. Mc 7,3-4).
Bajo el poder de Herodes Antipas en Galilea y con tributos a Roma, el pueblo sufría tensiones económicas y un anhelo de salvación. La sinagoga —no el Templo— era el espacio cotidiano de formación: allí se leían la Ley y los Profetas (Lc 4,16-21), y se comentaban para la vida. En ese ámbito, Jesús enseña y actúa: une Palabra y gesto, revelando que la verdadera hermenéutica de la Ley es la misericordia que restaura a la persona (cf. Os 6,6; Mt 12,7). La mujer “encorvada” desde hacía dieciocho años, “atada por Satanás” (Lc 13,16), simboliza la humanidad oprimida por fuerzas que curvan el corazón hacia sí y lo incapacitan para alzar la mirada a Dios (cf. Sal 3,4). El conflicto con el jefe de la sinagoga manifiesta la tensión entre una interpretación legalista y el señorío de Cristo sobre el sábado (Mc 2,27-28).
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
Jesús ve, llama, impone las manos y libera (Lc 13,12-13). La iniciativa es suya: la gracia precede a la súplica. El Maestro endereza lo que el mal había curvado. ¡Qué teología del cuerpo: la postura transformada se vuelve doxología! «Le impuso las manos y enseguida se enderezó y glorificaba a Dios» (v. 13). La rectitud del cuerpo figura la rectitud del corazón (cf. Sal 51,12). San Lucas subraya que la mujer es «hija de Abrahán» (v. 16): no es un caso anónimo, es heredera de la promesa (cf. Ga 3,7). La misericordia de Cristo, por tanto, no transgrede la Ley: la lleva a su plenitud, porque el sábado es el día de la liberación de la esclavitud (Dt 5,15).
El jefe de la sinagoga protesta: quiere aplazar la salvación a un “día hábil”. Jesús responde con una comparación doméstica: si se desata a un buey para darle agua en sábado, ¿no se desatará a una hija de Abrahán? (vv. 15-16). Aquí resuena el «misericordia quiero y no sacrificio» (Mt 12,7; Os 6,6) y la palabra sobre el Señor del sábado (Mc 2,27-28). La luz de este signo dialoga con otras curaciones sabáticas (Jn 5,1-18; 9,1-41): en todas, el Hijo revela que el verdadero descanso consiste en ser restituido a la comunión con Dios (cf. Hb 4,9-11).
Hoy, ¿qué nos encorva? El miedo, la prisa, la autoexigencia sin gracia, la tiranía de la productividad, el peso de culpas no entregadas. Hemos hecho del “descanso” un rendimiento más, y de la religión, a veces, un conjunto de aduanas. La palabra de Cristo desata la cintura del alma para que vuelva a beber: «Vengan a mí… y yo los aliviaré» (Mt 11,28-30). Que el sábado cristiano —la Pascua dominical— no sea un barniz piadoso, sino la experiencia de ser mirados, llamados y tocados por el Señor que endereza la vida.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Amado Jesús, tú que liberas a los cautivos, que sanas a los ciegos, que enderezas a los que se doblan, que amas a los descartados, explotados y perseguidos, socorre con amor y misericordia a todos los hermanos nuestros que sufren por el olvido de la humanidad.
Santísima Trinidad, te presento mi corazón totalmente dispuesto a que sea sanado totalmente por tu misericordia y pueda obrar según tus mandamientos de amor.
Amado Jesús, Amor de los amores, mira con bondad y misericordia los corazones de los moribundos y lleva al cielo a todos los difuntos, especialmente, a aquellos que más necesitan de tu misericordia.
Madre Santísima, Madre de la Amor bendito, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
Contempla: Jesús te mira en la sinagoga de tu vida cotidiana. No te pide que primero te endereces para venir; viene Él para enderezarte. Quédate en silencio bajo su mirada. Repite despacio: “Señor, desátame para tu alabanza” (cf. Lc 13,16; Sal 116,16-17). Deja que su mano toque tu herida concreta.
Te propongo lo siguiente: Obras de misericordia en “sábado”: el próximo domingo, busca deliberadamente “desatar” a alguien —una llamada a quien está solo; una visita breve; perdón ofrecido—, haciendo del día del Señor un día de liberación (Is 58,6-10). Liturgia y descanso: prepara el domingo el sábado por la noche; apaga pantallas una hora antes; agenda la Eucaristía como cita principal; programa un gesto gratuito (un paseo, un almuerzo sencillo) que proclame: “Dios es Dios, no mi rendimiento” (cf. Hb 4,9). Examen de ataduras: escribe dos “nudos” que te encorvan (miedo, resentimiento, perfeccionismo); preséntalos en la oración con Lc 13,12 en tus labios.
Y permanece: cuando las palabras se aquietan, mira al Señor que endereza. Que su Presencia te levante desde dentro, como savia que asciende y convierte la postración en alabanza (cf. Sal 145,14).
Hermanos: contemplemos a Dios a través de un escrito de San Agustín:
«¡Cómo nos amaste, Padre bueno, que no perdonaste a tu Hijo único, sino que lo entregaste a nosotros pecadores!
¡Cómo nos has amado, precisamente a nosotros, por quienes él no consideró usurpación ser igual a ti y por quienes se hizo obediente hasta la muerte de cruz, siendo el único libre entre los muertos con poder para entregar su vida y poder para volver a recobrarla!
Por nosotros se hizo vencedor y víctima ante tus ojos. Y es vencedor precisamente por ser víctima. Por nosotros se ha hecho en tu presencia sacerdote y sacrificio. De esclavos nos ha hecho hijos para ti, naciendo de ti y sirviéndonos a nosotros.
Mis razones tengo para abrigar una sólida esperanza de que sanarás todos mis desfallecimientos y debilidades por medio de él, porque él está sentado a tu derecha, intercede por nosotros cerca de ti. Si no fuera así, no me quedaría otro recurso que la desesperación.
Mis flaquezas son muchas y grandes, sí, muchas y grandes. Pero tu medicina es mucho más efectiva. Si tu Palabra no se hubiera hecho carne, ni acampado entre nosotros, motivos tendríamos para considerarla alejada de todo contacto humano. Podríamos darnos por perdidos».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.