SOLEMNIDAD DEL SEÑOR DE LOS MILAGROS
«Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna» Jn 3,16.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según San Juan 3,11-16
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: «Yo te aseguro que hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto; pero ustedes rechazan nuestro testimonio. Si no me creen cuando les hablo de la tierra, ¿cómo van a creerme cuando les hable de las cosas del cielo? Porque nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del Hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en Él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«Así como antaño, las gentes de toda condición y origen pusieron confiadamente sus ojos en el Cristo doliente en la cruz y acudían con fervor a Pachacamilla, también hoy se invita a los cristianos a no quedarse en meras palabras, sino que contemplen el rostro del Señor, reflejen su luz y lo hagan resplandecer ante las generaciones del nuevo milenio» (San Juan Pablo II, 2001).
El diálogo de Jesús con Nicodemo acontece en Jerusalén, de noche (Jn 3,1-2): hora simbólica de quienes buscan y aún no ven. Jerusalén, centro religioso y político de Israel, vivía bajo la vigilancia romana y la tensión de corrientes diversas (fariseos, saduceos, zelotas, esenios). En ese marco, Jesús habla con autoridad filial: «decimos lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto» (Jn 3,11). Evoca el episodio del desierto —la serpiente levantada por Moisés— como figura de su propia “elevación” salvadora (Nm 21,4-9; Jn 3,14-15). La novedad no es un sistema, sino un nacimiento «de lo alto» (Jn 3,3-8), don del Espíritu.
Hoy, en el Perú, esta Palabra resuena ante el Cristo Moreno del Señor de los Milagros: pintado alrededor de 1650 por un esclavo angoleño en Pachacamilla, el muro que lo sostenía resistió al terremoto de 1655 y se volvió signo de esperanza. Tras el sismo de 1867, Sebastián Antuñano promovió la procesión de una copia fiel: nació así una de las devociones más multitudinarias del mundo. La imagen muestra a Cristo “elevado”, abrazando con misericordia a un pueblo herido por temblores, pobreza y desarraigos. En la morada de nuestras fracturas, el Evangelio proclama: la medida del amor del Padre es su Hijo entregado (Jn 3,16). El muro que no cae es la Cruz que sostiene la historia.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
«Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el “Nombre – sobre – todo – nombre”; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre» (Flp 2,9-11).
«Tanto amó Dios al mundo…» (Jn 3,16). La primera sílaba de la fe no es un “deber” sino un “don”: el latido del Padre que entrega al Hijo. Benedicto XVI recordaba que el cristianismo nace del encuentro con una Persona que abre un horizonte nuevo (cf. Deus Caritas Est, 1). Ese horizonte se revela en la “elevación” de Jesús: como la serpiente de bronce, la Cruz se vuelve medicina para nuestras mordeduras (Jn 3,14-15). San Pablo lo canta: «siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rm 5,8); “me amó y se entregó por mí” (Ga 2,20).
Nicodemo encarna nuestras noches: preguntas, miedos, decencias que no alcanzan. Jesús no ridiculiza su torpeza; lo conduce, pacientemente, del cálculo al abandono. Creer no es acumular nociones, sino consentir a ser salvados. Por eso quien cree “tiene” —ya ahora— vida eterna (Jn 3,15-16). Otros textos convergen: el Hijo es Pan dado «para la vida del mundo» (Jn 6,51); Pastor que «da la vida por las ovejas» (Jn 10,11); Siervo que «vino para servir y dar su vida» (Mc 10,45); Amigo que ama «hasta el extremo» (Jn 13,1; 15,13).
Ante el Cristo Moreno, la palabra “tanto” se hace sentimiento peruano: barrios que se vuelven santuarios, muchedumbres vestidas de morado, promesas que nacen del dolor. La Cruz, elevada en procesión, interpreta la historia como liturgia de misericordia. El mundo amado por Dios tiene tu nombre y tus heridas. Hoy se nos pide pasar de espectadores a creyentes: salir de la noche, caminar hacia la luz (Jn 3,19-21) y aprender el arte del “dar” que imita al Padre: dar tiempo, perdón, pan, dignidad.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Oh, Dios y Padre nuestro, en tu Hijo Unigénito, que es para nosotros el Señor de los Milagros, nos ofreces una ayuda y protección singular; perdona y acoge a tus hijos suplicantes, para que quienes nos sentimos agobiados por los sufrimientos, experimentemos constantemente tu clemencia y la paz de tu perdón.
Gran Patriarca San José, a quien la beatísima Trinidad hizo custodio de Jesús, te rogamos por la conversión y salvación de nuestros hermanos que han equivocado el camino y siguen los dictados del mundo.
Amado Señor Jesús, a quien toda lengua proclamará: Señor para gloria de Dios Padre, recibe en tu reino, por tu inmensa misericordia, a nuestros hermanos difuntos.
Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
Quédate bajo el versículo como bajo una cascada: «Tanto amó Dios… que entregó». Repite en silencio tu nombre dentro de ese “mundo”. Deja que la palabra “tanto” dilate tus estrecheces, y la palabra “entregó” desarme tus defensas. Mira al Crucificado – Exaltado: allí el Amor interpreta tu historia. Calla, respira, consiente.
Te propongo lo siguiente: Memoria agradecida: escribe hoy tres momentos en los que “fuiste dado por Dios a través de alguien” (una llamada salvadora, un perdón no merecido, un pan compartido). Dale gracias y, si puedes, exprésalo a esa persona (cf. Col 3,15). Caridad intencional: elige una renuncia gozosa por alguien (tiempo, dinero, escucha) y hazla “en nombre de Jn 3,16”, sin anunciarla (Mt 6,3-4). Pasar a la luz: identifica una zona “oscura” (autojustificación, doblez, amargura). Preséntala en confesión o dirección espiritual. Cree que la luz no te expone para humillarte, sino para curarte (Jn 3,20-21).
Permanece así unos minutos diarios: “Padre, me amas en tu Hijo”. El Amor que te buscó primero te hará, poco a poco, semejante a lo que contemplas (2 Co 3,18). Y tu vida, enderezada por la gracia, será una pequeña parábola del Don divino.
Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con una homilía de San Juan Crisóstomo:
«¡Cristo está hoy en la cruz y nosotros celebramos fiesta! ¡Para que conozcas que la Cruz es fiesta y solemnidad espiritual! Anteriormente la cruz era cosa de condenación; pero ahora, en cambio, ha venido a ser cosa de honra. Anteriormente era señal de condenación; actualmente lo es de salvación. Ella nos ha sido causa de innumerables bienes. Ella nos libró del error; ella nos iluminó cuando estábamos en las tinieblas; ella nos reconcilió con Dios cuando ya estábamos vencidos, y de enemigos nos hizo sus amigos, y de alejados nos hizo vecinos de Dios. Ella es destrucción de la enemistad, guardiana de la paz, tesoro de bienes infinitos.
Por ella no vagamos ya en los desiertos, porque hemos conocido el camino verdadero; ya no vivimos fuera del palacio, pues hemos encontrado la puerta; no tememos los dardos encendidos del diablo, porque hemos encontrado la fuente. Por la cruz ya no estamos en viudedad, pues hemos recibido al Esposo; no tememos al lobo, pues hemos encontrado al Pastor. Por la cruz no tememos ya al tirano, pues estamos al lado del Rey.
Y por esto, al celebrar la memoria de la Cruz, hacemos fiesta por la Cruz: “¡Celebrémosla!, dice Pablo, no con la vieja levadura, sino con ázimos de pureza y de verdad” (1Co 5,8). Y luego, añadiendo la causa, prosigue así: “¡Porque nuestra Pascua, Cristo, ya ha sido inmolado!” (1Co 5,7)».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.