SOLEMNIDAD DE SAN MARTÍN DE PORRES, RELIGIOSO
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños» Mt 11,25.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Mateo 11,25-30
En aquel tiempo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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«El gran milagro de los santos ha estado en su propia existencia, que purificando a través de sus sacrificios y plegarias las imperfecciones de un mundo cruel y a veces despiadado, han conseguido ser plenamente felices. Y en ese caminar han dejado su huella inmortal por la ejecución de prodigios concebidos por esa misma gracia. San Martín de Porres es un perfecto retrato de ello. No escribió ningún libro, ni plegarias, ni sermones. Su vida fue la predicación y la acción compasiva. Inició una nueva expresión de la vida espiritual, radical, simple y santa, donde estuvo el don de la alegría espontánea y una capacidad para convertir el sufrimiento y la opresión de los pobres en un encuentro con Dios. Por esta razón se le conoce como el santo patrono de la justicia social» (Alfredo Barra).
Hoy celebramos en el Perú, con profunda alegría, la solemnidad de San Martín de Porres. Nació en Lima en 1579, era hijo del caballero español Juan de Porres y de una mujer panameña de raza negra, Ana Velásquez, de origen africano, por ello, el alma de Martín nunca dejó de ser africana. En su infancia y adolescencia sufrió las limitaciones de la comunidad de raza negra en la que vivía. A pesar de ello, aprendió mucho sobre medicina y desde los ocho años, con una sensibilidad profunda, fue atraído por la cruz de Nuestro Señor Jesucristo. En 1603, a los quince años, entró como donado en la orden dominica y en 1606 profesó los votos perpetuos.
Alma contemplativa a quien el Señor le concedió singulares carismas, como el de profecía, milagros, bilocación, éxtasis y una insigne caridad humana. Murió en Lima en 1639; fue declarado beato por Gregorio XVI y fue proclamado santo por Juan XXIII, en 1962. Su ejemplo resuena en el evangelio de hoy, pues su espiritualidad y servicio, desde la humildad, revelan el rostro de Cristo, «manso y humilde de corazón» (Mt 11,29).
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
«San Martín de Porres nos enseña, una y otra vez, que Dios no ha terminado de crear el universo. Somos la arcilla en manos del alfarero, y nada es imposible para Dios» (Brian Pierce).
El himno de Jesús al Padre brota de una crisis: donde abundó el rechazo, sobreabunda la alabanza. La respuesta no es resentimiento, sino gratitud: el Reino avanza por la vía de los pequeños. Jesús no idealiza la pequeñez sociológica; propone la humildad teologal, esa verdad del corazón que renuncia a dominar a Dios para dejarse plasmar por Él (cf. Fil 2,5-8). Por eso, conocer al Padre no es proeza del intelecto, sino don del Hijo: «Nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11,27).
Luego, el Maestro se vuelve a los cansados. Su misericordia no pregunta currículum: ve espaldas dobladas bajo yugos que no salvan (cf. Mt 23,4). Promete descanso, pero no evasión: un yugo que se toma libremente. El yugo de Cristo es su voluntad de amor (cf. Jn 4,34), su mandamiento nuevo (Jn 13,34). Frente a la soberbia de los «sabios y entendidos» según la carne, el Señor repite: «Si no se hacen como niños, no entrarán en el Reino» (Mt 18,3). San Pablo lo canta: «Lo necio del mundo eligió Dios para confundir a los sabios» (1 Cor 1,27).
San Martín de Porres leyó este Evangelio con la escoba en la mano. No huyó del yugo: lo abrazó sirviendo. Su descanso no fue ocio, sino caridad: mansedumbre en la tensión, dulzura en la injusticia, paz en la fatiga. A nosotros, en una cultura exhausta, Jesús nos invita a una sabiduría nueva: aprender su compás. Su yugo es “suave” porque es compartido; su carga, “ligera” porque es llevada con Él.
¡Jesús, María y José nos aman!
- Oración
Oh, Dios, que has conducido a San Martín de Porres a la gloria celeste por el camino de la humildad, concédenos seguir ahora sus admirables ejemplos, para que merezcamos ser elevados con él a los cielos.
San Martín intercede ante la Santísima Trinidad por la humanidad para que pueda superar las guerras y alcance la paz del espíritu.
Amado Jesús, otórganos la virtud de la humildad para comprender tus enseñanzas y ponerlas en práctica en nuestras familias, comunidades, amistades, centros de trabajo y estudios, y por donde vayamos.
Amado Jesús, Hijo de Dios vivo, que resucitaste de entre los muertos a tu amigo Lázaro, lleva a una resurrección de vida a los difuntos que rescataste con tu preciosísima sangre.
Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
- Contemplación y acción
Silencio. Respira despacio. Coloca, ante la mirada de Jesús, aquello que más te pesa: expectativas ajenas, viejas heridas, la autoexigencia que te rompe. Deja que su voz —no la tuya— pronuncie tu nombre y repite lentamente: “Jesús, manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo”.
Te propongo lo siguiente: Fija en tu agenda una “media hora de mansedumbre” semanal: Palabra, silencio y una obra concreta de misericordia (cf. St 2,13). Escoba de San Martín: elige una tarea humilde que sueles delegar: hazla en secreto y ofrécela por quien te cuesta amar (cf. Mt 6,4). Yugo compartido: identifica una carga ajena y ayuda de modo práctico (una llamada, una gestión, un favor) (cf. Gal 6,2). Aprender de Cristo: antes de una decisión difícil, formula esta oración breve: “Señor, ¿cuál es tu yugo aquí? Quiero caminar a tu paso”.
Ahora, permanece; el descanso no llega por fuga, sino por encuentro. La suavidad del yugo es la presencia de Cristo contigo. Él no te quita la misión: te enseña a llevarla con amor.
Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con la homilía del papa Juan XXIII en la canonización de San Martín de Porres:
«Martín nos demuestra, con el ejemplo de su vida, que podemos llegar a la salvación y a la santidad por el camino que nos enseñó Cristo Jesús: a saber, si en primer lugar amamos a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todo nuestro ser y si, en segundo lugar, amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
Él sabía que Cristo Jesús padeció por nosotros y, cargado con nuestros pecados, subió al leño; por esto tuvo un amor especial a Jesús crucificado, de modo que, al contemplar sus atroces sufrimientos, no podía evitar derramar abundantes lágrimas. Tuvo también una singular devoción al santísimo sacramento de la Eucaristía al que dedicaba con frecuencia largas horas de adoración en el sagrario, deseando nutrirse de él con la máxima frecuencia que le era posible.
Además, san Martín, obedeciendo al mandamiento del divino Maestro, se ejercitaba intensamente en la caridad con sus hermanos, caridad que era fruto de su fe íntegra y de su humildad. Amaba a sus prójimos porque los consideraba verdaderos hijos de Dios y hermanos suyos, y los amaba aún más que a sí mismo, ya que, por su humildad, los tenía a todos por más justos y perfectos que él.
Disculpaba los errores de los demás; perdonaba las más graves injurias, pues estaba convencido que era mucho más lo que merecía por sus pecados; ponía todo su empeño en retornar al buen camino a los pecadores; socorría con amor a los enfermos; procuraba comida, vestido y medicinas a los pobres; en la medida que le era posible, ayudaba a los agricultores y a los negros y mulatos, que, por aquel tiempo, eran tratados como esclavos de la más baja condición, lo que le valió, por parte del pueblo, el apelativo de “Martín de la caridad”.
Este santo varón, que, con sus palabras, su ejemplo y sus virtudes impulsó a sus prójimos a una vida de piedad, ahora goza de un poder admirable para elevar nuestras mentes a las cosas celestiales. No todos, por desgracia, son capaces de comprender estos bienes sobrenaturales, no todos los aprecian como es debido; al contrario, son muchos más los que, enredados en sus vicios, los menosprecian, los desdeñan o los olvidan completamente. Ojalá que el ejemplo de Martín enseñe a muchos la dulzura y la felicidad que se encuentran en el seguimiento a Jesucristo y en la sumisión a sus divinos mandatos».
¡El amor todo lo puede! Amemos, que el amor glorifica a Dios.