SÁBADO DE LA TERCERA SEMANA DE CUARESMA – CICLO C

LECTIO DIVINA DEL SÁBADO DE LA TERCERA SEMANA DE CUARESMA – CICLO C

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tu sabiduría para que podamos comprender el mensaje que Jesús nos quiere comunicar en este día.

Espíritu Santo, otórganos la gracia para que la Palabra sea nuestra escuela de vida.

Madre Santísima intercede ante tu hijo Jesucristo por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 18, 9-14

En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola: «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: «¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo».

El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Oh Dios!, ten compasión de mí que soy un pecador». Les digo que este bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se engrandece será humillado, y el que se humilla será engrandecido».

Palabra del Señor.

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La parábola del fariseo y el publicano, que es el texto evangélico del día de hoy, en Lucas capítulo 18, versículos del 9 al 14, se encuentra después de la parábola del juez y la viuda, que comprende los versículos del 1 al 8. En estas parábolas, el tema transversal es la oración.

Las actitudes que las personas asumen al momento de hacer oración, pueden situarse en un continuum que va desde la soberbia hasta la humildad; en estos dos extremos se sitúan el fariseo y el publicano, respectivamente.

El fariseo se dirige a Dios en forma arrogante, juzgando y despreciando al publicano, contraviniendo los mandamientos del amor de Dios, que, recordemos, fue el tema fundamental del evangelio del día de ayer viernes, en Marcos 12, versículos 28b al 34.

En cambio, el publicano o cobrador de impuestos asume con una actitud humilde su condición de pecador, entregándose dócilmente a la misericordia de Dios con la oración: «¡Oh Dios!, ten compasión de mí que soy un pecador».

El fariseo no recibe la justificación porque cree que no la necesita, por lo tanto, no la pide; mientras que el publicano recibe el perdón. Esta conclusión está en consonancia con el Magníficat, cuando Nuestra Santísima Madre la Virgen María proclamó: “Desbarata los planes de los arrogantes, derriba del trono a los poderosos y ensalza a los humildes…”, que se puede apreciar en Lucas, el capítulo 1, versículos 52 y 53.

Así mismo, la conclusión de Jesús está vinculada también con las siguientes bienaventuranzas del sermón de la montaña, que podemos leer en Mateo, capítulo 5, versículos 7 y 8: “Felices los misericordiosos, porque serán tratados con misericordia. Felices los limpios de corazón, porque verán a Dios”.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?

San Agustín hacía la siguiente analogía: Jesús es el médico de las almas y la medicina es la confesión y la penitencia. En este sentido, San Agustín señala que al fariseo le hubiera sido más útil mostrar los males que le aquejaban, en lugar de ocultar sus heridas y gloriarse frente a las cicatrices ajenas; en cambio, el publicano sale curado ya que no tuvo reparos en mostrar todo lo que le dolía.

De la misma manera, nosotros, para ser sanados y aliviados por Jesús, necesitamos mostrar humildemente todas nuestras miserias y pedir la misericordia sanadora de Dios.

Con humildad y haciendo silencio en nuestro corazón, respondamos:

  • ¿Nos consideramos superiores a alguno de nuestros hermanos?
  • ¿Recurrimos con un arrepentimiento sincero al sacramento de la confesión?
  • ¿Participamos activamente en la acción sanadora de la Eucaristía?

Que la respuesta a estas preguntas permita acercarnos, con fe, a la plenitud del amor misericordioso de Nuestro Señor Jesucristo.

  1. Oración

Hermanos en Cristo Jesús, repitamos como en el salmo 50: “Misericordia Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado”.

Amado Señor, te pedimos que alejes de nosotros toda tentación de considerarnos más justos y superiores que nuestro prójimo y concédenos la gracia de presentarnos ante ti con una actitud orante, como la del publicano, reconociendo que somos pecadores, con la firme esperanza de vernos sumergidos en el mar de tu infinita misericordia.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, consuelo de los afligidos, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos al Señor mediante la lectura de algunas partes del salmo 33:

“Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor; que los humildes lo escuchen y se alegren.

Proclamen conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre. Yo consulté al Señor, y me respondió, me libró de todas mis ansias.

Contémplenlo y quedarán radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias”.

Señor, confiando en tu paciencia y misericordia, deseamos asumir el compromiso de realizar un balance diario de nuestras acciones, a la luz de tu Palabra; de no considerarnos superiores a ninguno de nuestros hermanos; de recurrir con un arrepentimiento sincero al sacramento de la confesión y de participar activamente en la Eucaristía, donde tú, Señor Jesucristo, te haces presente de manera singular.

Oración final

Gracias Señor Jesús por tu Palabra de vida eterna.

Que el Espíritu Santo nos ilumine para que tu palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición.

Amén.