MIÉRCOLES DE LA SEMANA 2 DE ADVIENTO– CICLO A

LECTIO DIVINA DEL MIÉRCOLES DE LA SEMANA 2 DE ADVIENTO– CICLO A

«Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré» Mt 11, 28.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Mateo, 11, 28-30

En aquel tiempo, Jesús exclamó: «Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga, ligera».

Palabra del Señor.

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El pasaje evangélico de hoy se ubica inmediatamente después de aquella hermosa plegaria que Jesús dirige a Dios Padre, cuando le dice: “¡Te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a la gente sencilla! Sí, Padre, así te ha parecido bien”.

En el evangelio de hoy, Jesús hace una invitación al seguimiento. De manera específica, realiza un llamado universal para que, cuando nos sintamos cansados y agobiados, lo busquemos.

Además, Jesús insiste en la humildad como virtud esencial para el seguimiento cristiano. Jesús señala que debemos aprender de él, haciendo referencia a su misión evangélica en la que demuestra todo su amor, mansedumbre y humildad de corazón, hasta el extremo.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?

En el pasaje evangélico de hoy, en este tiempo de Adviento, Nuestro Señor Jesucristo resalta la virtud de la humildad en una dimensión divina. Ser humildes y mansos de corazón, es el modelo para seguir.

El reconocimiento y la plena consciencia del dolor y agobio que muchas veces sufrimos es el primer paso para fortalecer la virtud de la humildad; este paso es necesario para tomar la firme decisión de acercarnos a Nuestro Señor Jesucristo en busca del alivio divino.

Jesús nos invita a acercarnos a su misericordia y, por más cansancio y penurias que tengamos, él no nos rechazará, sino que nos acogerá amorosamente. Es más, Jesús nos invita a imitarlo.

Hermanos: en el mundo hay muchas personas que viven apesadumbradas por las conductas que promueve el enemigo del amor; y, pese a su distanciamiento, Nuestro Señor Jesucristo no rechaza a nadie.

En este sentido y a la luz de la Palabra de Dios, respondamos: ¿Nos acercamos realmente a Jesús cuando nos sentimos cansados y agobiados? ¿Ayudamos a otras personas, que se encuentran apesadumbradas, a acercarse al alivio espiritual de Nuestro Señor Jesucristo?

Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a ser plenamente conscientes de que Nuestro Señor Jesucristo no excluye a nadie, que su misericordia, amor y alivio están muy cerca de toda la humanidad.

¡Jesús nos ama!

  1. Oración

Amado Jesús, otórganos humildad y mansedumbre para acercarnos a tu alivio divino y a tu misericordia, y podamos encontrar el consuelo y alivio que solo tú puedes dar.

Santísima Trinidad, libéranos de las pesadas cargas del mundo y haz que podamos llevar el yugo suave y la carga ligera que nos propone Nuestro Señor Jesucristo.

Amado Jesús, justo juez, acudimos a ti para implorar tu misericordia por todas las almas del purgatorio, especialmente, por aquellas que más necesitan de tu infinita misericordia.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, Madre Inmaculada, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

«Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré», dice el Señor.

Contemplemos a nuestro Dios, fuente incesante de agua viva, con la lectura de un escrito del Beato Juan Van Ruysbroeck, en su obra “Siete peldaños de la escala espiritual”:

«La humildad se puede comparar con una fuente de donde surgen cuatro ríos de virtudes y de vida eterna.

El primer río que brota de un suelo realmente humilde es la obediencia; el oído se hace humilde para escuchar las palabras de verdad y de vida que brotan de la sabiduría de Dios, mientras que las manos están siempre dispuestas a cumplir su muy amada voluntad. Cristo, la Sabiduría de Dios, se ha hecho pobre para que nosotros lleguemos a ser ricos, se ha convertido en siervo para hacernos reinar, murió finalmente para darnos la vida. Para que sepamos cómo saber y servir, Él nos dice: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”.

La delicadeza es el segundo río de virtudes que brota del suelo de la humildad. “Bienaventurado el manso, porque poseerá la tierra”, es decir, su alma y su cuerpo, están en paz. Pues en el hombre suave y humilde descansa el Espíritu del Señor; y cuando nuestro espíritu se eleva y se une con el Espíritu de Dios, llevamos el yugo de Cristo, que es agradable y suave, y llevamos su carga ligera.

De esta mansedumbre íntima brota un tercer río, que consiste en vivirlo todo con paciencia. Por la tribulación y el sufrimiento el Señor nos visita. Si recibimos estos envíos con un corazón gozoso, viene Él mismo, ya que dijo por su profeta, en el salmo 90: “Estoy con él en la tribulación: lo libraré y glorificaré”.

El cuarto y último río de vida humilde es el abandono de la propia voluntad y de toda búsqueda personal. Este río toma su fuente en el sufrimiento llevado pacientemente. Que el hombre humilde renuncie a su propia voluntad y se abandone espontáneamente en las manos de Dios. Llegando a ser una sola voluntad y una sola libertad con la voluntad divina.

Dios nos da, entonces, el Espíritu de los elegidos que nos hace gritar con el Hijo: “Abba, Padre”».

Hermanos: invoquemos al Espíritu Santo y pidamos la dulce intercesión de Nuestra Santísima Madre, para que Dios nos otorgue la humildad y la mansedumbre de Nuestro Señor Jesucristo, para seguir y poner en práctica sus enseñanzas, ayudando siempre a otras personas a acercarse a su alivio divino.

Glorifiquemos a Dios con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús por tu Palabra de vida eterna.

Que el Espíritu Santo nos ilumine para que tu palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.