SÁBADO DE LA SEMANA 3 DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL SÁBADO DE LA SEMANA 3 DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

«Pero ¿quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?». Mc 4, 41.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Marcos 4, 35-41

Un día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: «Vamos a la otra orilla». Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, así como estaba; otras barcas lo acompañaban.

Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?».

Se puso de pie, increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio, cállate!». El viento cesó y vino una gran calma. Y les dijo: «¿Por qué tienen miedo? ¿Aun no tienen fe?».

Se quedaron espantados y se decían unos a otros: «Pero ¿quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?».

Palabra del Señor.

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El pasaje evangélico de hoy, denominado “La tempestad calmada por Jesús”, se ubica también el capítulo 8 de Mateo, versículos 23 al 27 y en el capítulo 8 de Lucas, versículos 22 al 25. Los hechos narrados por Marcos ocurren en la tarde del mismo día después de las parábolas que meditamos ayer, luego del Sermón de la Montaña.

La lectura es una muestra palpable de la inseguridad de sus discípulos en el seguimiento, quienes se suben a la misma barca con Jesús y experimentan la misma tempestad con él. Aunque ya habían presenciado algunos milagros de Jesús, no pensaron en su poder ante la tempestad.

Mientras Jesús duerme tranquilo, con plena confianza y fe en Dios Padre, los discípulos se llenan de angustia y lo despiertan. Jesús increpa al mar y a los vientos, y cesa la tempestad, reprocha a sus discípulos y señala su falta de fe.

De esta manera les enseña a combatir la angustia y les hace ver que él es su libertador. Los discípulos se llenan de admiración por su poderosa presencia y confiesan al Creador.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?

Hoy apreciamos la etapa de seguimiento frágil por parte de los discípulos de Nuestro Señor Jesucristo. Seguramente, nos trae a la memoria algunas experiencias en nuestras vidas ante las cuales hemos reaccionado con angustia y con falta de fe.

Subirse a la misma barca con Jesús es aceptar la misión que Dios nos ha encomendado; navegar con él no significa estar libres de tempestades. Nuestro Señor Jesucristo enfrentó tempestades y salió airoso de ellas, sino basta contemplar su cruz.

La misión no es fácil. Somos frágiles, muchas veces hemos sentido que Dios está lejos de nosotros, que Dios no escucha nuestras oraciones.

Recordemos algunas de estas experiencias; de repente, no buscábamos aumentar nuestra fe, sino, solo queríamos prodigios para solucionar nuestros problemas. Esto no está mal, pero los milagros son, muchas veces, un producto de la fe y en otras, la expresión gloriosa y gratuita de Dios en nosotros.

El mundo actual vive en medio de tempestades que llenan de angustia a los corazones frágiles y faltos de fe. Estos fenómenos son, casi siempre, obras de los espíritus del mal que quieren impedir que el Reino de los cielos se extienda a toda la humanidad, resquebrajando la fe de muchos hermanos. El mundo vive una crisis de fe; la humanidad se está secularizando, se cree en todo, menos en Nuestro Señor Jesucristo y su Palabra.

Es en estos momentos, cuando nuestros corazones, llenos fe, deben llamar a Nuestro Señor Jesucristo y Él se hará presente y, como si estuviera expulsando a un espíritu impuro, calmará la tempestad. Pidamos al Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, que fortalezca nuestros esfuerzos y demos fruto de fe. Pidámosle la fe que es indispensable para enfrentar las situaciones difíciles de la vida.

Hermanos, meditando la lectura de hoy, respondamos: ¿Cuáles son los mares que se agitan a nuestro alrededor? ¿Cómo afrontamos las tempestades en nuestras vidas? ¿De qué tamaño es nuestra fe?

Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a conocernos más y mejor a nosotros mismos, con el fin de aumentar nuestra fe y la confianza en la Santísima Trinidad. Recordemos que la fe tiene su fundamento en la humildad.

¡Jesús nos ama!

  1. Oración

Repitamos todos, como en Marcos, capítulo 9, versículo 24: “Señor, creo, pero aumenta mi fe”. Repitamos: “Señor, creo, pero aumenta mi fe”.

Padre eterno: envía tu Santo Espíritu y renueva la faz de la tierra. Renuévala, Señor.

Amado Jesús: aumenta, a través del Espíritu Santo, nuestra fe para seguirte con firmeza, aun en medio de las tempestades.

Espíritu Santo, con tus gracias, despierta nuestra fe y otórganos el conocimiento del Dios verdadero. Ven Espíritu Santo y llénanos de fe.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Dios con la lectura de una parte del salmo 107:

«¡Den gracias al Señor por su amor, por sus prodigios en favor de los hombres! Ofrezcan sacrificios de acción de gracias, pregonen sus obras con gritos de alegría.

Se hicieron a la mar con sus naves, comerciando por todo el océano, y contemplaron las obras del Señor, sus maravillas en el océano profundo.

Con su palabra desató un vendaval, que encrespaba las olas del océano; al cielo subían, bajaban al abismo, el peligro entrecortaba su respiración; daban vueltas, vacilaban como ebrios, y no les valía de nada su pericia.

Pero clamaron al Señor en su angustia, y él los libró de sus tribulaciones. Al silencio redujo la borrasca y se aplacaron las olas del mar. Ellos se alegraron y se calmaron, y el Señor los condujo al puerto deseado».

Queridos hermanos: que nuestro seguimiento a Dios consista en poner toda nuestra confianza en Él y no confiar, ni gloriarnos de nuestra pericia, porque los dones que poseemos los hemos recibido gratuitamente de Él, que todo lo puede.

Solo Él nos puede otorgar la paz, solo Él.

Que en nuestro camino al puerto que deseamos llegar, que es la vida eterna: la Santa Eucaristía sea el alimento que nos fortalezca; que el sacramento de la penitencia nos acerque a la misericordia de Dios; que la adoración al Santísimo Sacramento sea el momento cumbre de diálogo con Nuestro Señor Jesucristo; que la meditación de la Palabra sea fuente de inspiración de nuestras acciones; y que el rezo del Santo Rosario nos acerque más a la dulce intercesión de Nuestra Santísima Madre.

Glorifiquemos a Dios con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús por tu Palabra de vida eterna.

Que el Espíritu Santo nos ilumine para que tu palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.