JUEVES DE LA SEMANA 5 DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL JUEVES DE LA SEMANA 5 DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

«Mujer, qué grande es tu fe; que se cumpla lo que deseas». Mt 15, 28.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Marcos 7, 24-30

En aquel tiempo, Jesús fue a la región de Tiro. Se alojó en una casa procurando pasar desapercibido, pero no lo consiguió.

Una mujer que tenía una hija poseída por un espíritu impuro se enteró enseguida, fue a buscarlo y se postró a sus pies. Esta mujer era pagana, siro-fenicia de nacimiento. Le rogaba que expulse el demonio de su hija.

Y él le dijo: «Espera primero que se sacien los hijos. No está bien tomar el pan de los hijos y echárselos a los perritos». Pero ella le respondió: «Tienes razón, Señor; pero también los perritos, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños».

Él le contestó; «Por lo que has dicho, anda, que el demonio ha salido de tu hija». Al llegar a su casa, encontró a su hija acostada en la cama; el demonio había salido.

Palabra del Señor.

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El pasaje evangélico de hoy, denominado “la fe de una mujer cananea”, se encuentra también en el capítulo 15 de Mateo, entre los versículos 32 y 39.

El tema central de hoy es la fe, a través de la cual se intercede por la liberación de toda impureza espiritual de otras personas.

En la primera etapa de la misión de Jesús, su acción evangelizadora estaba dirigida a los judíos. Sin embargo, una mujer, pagana por su religión y siro-fenicia por su origen geográfico, con una fe sencilla y firme, logra que Jesús cambie sus planes permitiendo que la novedad del Evangelio también llegue a la casa de los paganos.

La mujer llama a Jesús «Señor», que es la única vez que aparece este título en Marcos, reconociéndolo no sólo como salvador. En cuanto a la expresión «perros», esta era común entre los judíos para referirse a los paganos. Al volver a su casa, la madre descubre que la Palabra de Jesús y su fe han devuelto la vida a su hija.

De esta manera, Jesús demuestra que la fe no tiene fronteras de ningún tipo. Los siguientes pasajes evangélicos son una muestra de ello:

  • En la sanación del siervo del centurión, en Lucas, capítulo 7, versículos 1 al 10 y en Mateo capítulo 8, versículos 5 al 13, cuando Jesús admirado dijo: “Una fe semejante no la he encontrado ni en Israel”.
  • En la curación de la hemorroísa, en Lucas, capítulo 8, versículos, 40 al 48, cuando Jesús le dice: “Hija, tu fe te ha salvado, vete en paz”. En el mismo capítulo, en los versículos siguientes, Jesús resucita a la hija del jefe de la sinagoga, diciendo: “No temas; basta que creas y se salvará”.
  • También se relaciona con el texto de la sanación del hijo de un funcionario real, ubicado en Juan 4, versículos 43 al 54.
  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?

«Si tuvieran fe como un granito de mostaza, dirían a aquel monte que se mueva para allá, y se movería. Y nada sería imposible para ustedes», dice el Señor.

La fe de la mujer cananea en Jesús, pese a la marginación espiritual y social de la que era objeto, permite que la gracia transformadora de Nuestro Señor Jesucristo actúe liberando a su hija.

Más allá de los signos y prodigios, basta que confiemos completamente en Jesús para que Él nos transforme y sane. Cuando la fe gana espacio en nuestros corazones, la gracia divina y el poder transformador de Jesús también lo hace.

La primera respuesta de Jesús puede ser un motivo de desánimo para cualquiera, un desaire que puso a prueba la fe de la mujer cananea. De la misma manera, a diario, se nos presentan pruebas que ponen a prueba la madurez de nuestra fe y la relación que tenemos con Nuestro Señor Jesucristo.

Jesús observó la reacción de la mujer y luego actuó con misericordia para otorgar la pureza espiritual a la hija. De esta manera, con fe, se produce la ansiada liberación. Así mismo, Nuestro Señor Jesucristo deja claro que en la Iglesia no hay extranjeros.

Meditando la lectura de hoy, respondamos desde lo profundo de nuestros corazones: ¿Cuándo pasamos por situaciones difíciles, acudimos a la misericordia de Dios con fe? ¿Acogemos a los hermanos necesitados que se acercan a nosotros e intercedemos por ellos, con fe?

Que las respuestas a estas preguntas sean beneficiosas para fortalecer nuestra fe e interceder por nuestro prójimo más necesitado ante Nuestro Señor Jesucristo.

¡Jesús nos ama!

  1. Oración

Amado Jesús, Señor, creo, pero aumenta mi fe.

Amado Jesús, Salvador del mundo, libéranos de los espíritus impuros que habitan en nosotros, que promueven el egoísmo y toda clase de comportamientos que van contra los mandamientos del amor.

Jesús, Hijo de Dios, fuente inagotable de amor, misericordia y pureza, ten compasión de nosotros y otórganos los dones espirituales para socorrer con fe a nuestro prójimo, en especial, a los más necesitados.

Amado Jesús, otórganos la fe de la mujer cananea que transformó esquemas humanos que marginan a las personas, en prodigios de amor y de fe.

Amado Jesús, justo juez, misericordia pura, ten compasión de los difuntos, especialmente de aquellos que más necesitan de tu infinita misericordia.

Madre Santísima, Inmaculada Concepción, Reina de la paz y de la esperanza, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo a través de una homilía de San Juan Crisóstomo:

«Acercándose, pues, a Jesús, la mujer cananea se contenta con decirle: Compadécete de mí, y tal eran sus gritos que reúne en torno a sí todo un corro de espectadores. En verdad, tenía que ser un espectáculo lastimoso ver a una mujer gritando con aquella compasión, y una mujer que era madre, que suplicaba en favor de su hija, y de una hija tan gravemente atormentada por el demonio.

Porque ni siquiera se había atrevido a traer la enferma a presencia del Señor, sino que, dejándola en casa, ella dirige la súplica, y sólo le expone la enfermedad y nada más añade. No trata la mujer de arrastrar a su propia casa al médico. No, la cananea, después de contar su desgracia y lo grave de la enfermedad, sólo apela a la compasión del Señor y la reclama a grandes gritos. Y notemos que no dice: «Compadécete de mi hija», sino: Compadécete de mí.

Pero Cristo les respondió: No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Pero ¿Qué hace, pues, la mujer? ¿Se calló por ventura al oír esa respuesta? ¿Se retiró? ¿Aflojó en su fervor? ¡De ninguna manera! Lo que hizo fue insistir con más ahínco. Realmente no es eso lo que nosotros hacemos. Apenas vemos que no alcanzamos lo que pedimos, desistirnos de nuestras súplicas, cuando, por eso mismo, más debiéramos insistir.

En verdad, ¿a quién no hubiera desanimado la palabra del Señor? El silencio mismo pudiera haberla hecho desesperar de su intento; mucho más aquella respuesta. Porque ver que sus intercesores eran como ella rechazados y oír que el asunto era imposible, había de haberla llevado a un total desconcierto. Y, sin embargo, la mujer no se desconcertó.

¿Qué hace entonces la mujer? De las palabras mismas del Señor, sabe ella componer su defensa. Si soy un perrillo —parece decirse — ya no soy extraña en la casa. Que el alimento —prosigue la mujer— es necesario a los hijos, también yo lo sé muy bien; pero, puesto ya que soy un perrillo, tampoco a mí se me debe negar. Porque si no es lícito tomarlo, tampoco lo será tener alguna parte en las migajas. Mas si se puede participar siquiera un poco, tampoco a mí, aun cuando sea perrillo, se me debe prohibir esa participación.

No quería el Señor que quedara oculta virtud tan grande de esta mujer. De modo que sus palabras no procedían de ánimo de insultarla, sino de convidarla, de deseo de descubrir aquel tesoro escondido en su alma».

Hermanos, hagamos el compromiso de mantener firme nuestra fe, pidiendo siempre que el Espíritu Santo la aumente a través de la oración, en la realización de obras de misericordia, mediante la meditación de la Palabra, participando activamente de la Santa Eucaristía, adorando al Santísimo Sacramento y acudiendo al sacramento de la penitencia.

Glorifiquemos a Dios con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús por tu Palabra de vida eterna.

Que el Espíritu Santo nos ilumine para que tu palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.