MARTES DE LA SEMANA 2 DE CUARESMA – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL MARTES DE LA SEMANA 2 DE CUARESMA – CICLO A

«El primero entre ustedes sea servidor de los demás. El que se engrandece será humillado, y el que se humilla será engrandecido». Mt 23, 11-12.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Mateo 23, 1-12

En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: hagan y cumplan todo lo que les digan; pero no hagan lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos hacen fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos ni siquiera a moverlos con un dedo.

Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros.

Ustedes, en cambio, no se dejen llamar «maestro», porque uno solo es su Maestro, y todos ustedes son hermanos. Y en la tierra a nadie llamen «padre», porque uno solo es el Padre de ustedes, el del cielo. No se dejen llamar «consejeros», porque uno solo es su consejero, Cristo. El primero entre ustedes sea servidor de los demás. El que se engrandece será humillado, y el que se humilla será engrandecido».

Palabra del Señor.

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El pasaje evangélico de hoy forma parte de un texto denominado “Invectiva contra los letrados y los fariseos”, ubicado entre los versículos 1 y 36. Hoy meditaremos solo los versículos del 1 al 12.

Las expresiones de Jesús sirven de advertencia para los discípulos de todos los tiempos, ya que siempre se estaremos expuestos a recaer en los pecados que aquí se condenan más severamente: la arbitrariedad de algunas imposiciones; la vanidad y ostentación en la observancia de la Ley; la incapacidad para discernir lo importante de lo accidental y secundario y; fundamentalmente, la falta de coherencia entre la doctrina y la vida.

Desde esta perspectiva, la hipocresía de mucha gente queda desenmascarada. El amor nace en la humildad del corazón, tanto en su dimensión vertical, en la relación con Dios, como en la dimensión horizontal, en relación con el prójimo. Cuando esto no sucede, los preceptos cristianos abruman, asfixian y esclavizan.

Jesús respetó la Ley. Más aún, vino a darle cumplimiento, un sentido profundo y plenitud. Por eso ridiculizó su concepción e interpretación farisaica. Su crítica la dirigió contra aquellos que, amparándose en ella, burlaban sus profundas exigencias. En este sentido, se necesita purificar el corazón con la Palabra de Dios, con la respuesta dada a la Palabra de Dios desde la fe o desde la obediencia de la fe.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?

El padre Javier Igea López-Fando nos dice:

«La conversión que propone la Cuaresma implica abandonar la vida de pecado. En tiempos del Señor, los pecados que él denunciaba eran los de los escribas y fariseos, pero esto hay que traducirlo a nuestros días. A la luz de este evangelio, ¿cuáles serían los pecados contra los que hoy nos pondría en guardia Jesús? Me atrevo a afirmar que uno de ellos sería el de la indiferencia religiosa; y otro, el de la indiferencia hacia el prójimo; y otro, el de la manipulación profunda en las relaciones humanas; y otro, el de creernos superiores a los demás e ir de sobrados dando lecciones; y otro, el de cerrar los ojos ante la justicia social, que acucia en un continente entero como el africano. Y otro, el de creernos importantes. La lista podríamos alargarla usque ad infinitum.

A quien es verdaderamente humilde le molestan los halagos. Sabe que con ellos se le puede colar el demonio de la vanidad, y este es un mentiroso muy sutil. Los padres del desierto enseñaban que había que responder a los halagos con un enérgico: «¡Es mentira!» No hacerlo es dejar a Cristo como maestro y a Dios como Padre para cambiarlo por nosotros mismos. Esta tentación es muy sutil, sobre todo en quienes tienen autoridad, que raras veces se sustraen del narcisismo en el que fácilmente cae quien se abandona en la vida espiritual y cede a los halagos de santidad que a veces le dedican quienes lo rodean».

Hermanos, dentro de la indiferencia e inacción nuestra, podemos identificar muchas veces la pusilanimidad para defender los valores cristianos e instituciones esenciales, como son la vida humana desde su concepción hasta la muerte, la dignidad de las personas, la familia, entre otras.

Hermanos, cada uno de nosotros, en nuestro corazón, respondamos las siguientes preguntas:

  • ¿Somos proclives a priorizar las apariencias antes que el cumplimiento de los mandamientos del amor?
  • ¿Buscamos los halagos humanos o las recompensas de Dios Padre que ve en lo escondido?
  • ¿Nos reconocemos pecadores? ¿Nos esforzamos y pedimos al cielo el fortalecimiento de la humildad de nuestros corazones?

Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a purificar nuestros corazones para ser verdaderos apóstoles de Nuestro Señor Jesucristo.

Como señala San Agustín: “Aceptemos en este mundo el mandamiento de la humildad para que merezcamos conseguir en el otro, la exaltación que nos prometió el que por nosotros se hizo humilde aquí en la tierra”.

¡Jesús nos ama!

  1. Oración

Amado Jesús: límpiame, Señor, purifícame, perdóname, sáname, con tu amor compasivo y misericordioso. Y sana también las heridas que he causado, con mi comportamiento equivocado, en el corazón y la vida de las personas que Tú mismo, en tu infinita bondad, pusiste a mi lado.

Padre eterno, sánanos de toda soberbia y vanagloria, y vístenos de la humildad que nos permita ser discípulos de Nuestro Señor Jesucristo

Amado Jesús, que nuestras obras siempre estén inspiradas en tu amor humilde y misericordioso, para que nunca busquemos los halagos humanos y, más bien, siempre busquemos la rectitud del corazón.

Espíritu Santo, padre amoroso del pobre, envíanos tus santos dones para ser reflejo de la humildad y bondad de Nuestro Señor Jesucristo.

Amado Jesús, misericordioso Salvador, otorga tu perdón a las almas del Purgatorio, especialmente a las que más necesitan de tu infinita misericordia y permíteles contemplar tu rostro amoroso.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, Madre de Misericordia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños», dice el Señor.

Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con la lectura de un escrito de San Agustín:

«Te veo, buen Jesús, con los ojos que tú has abierto en mi interior, te veo gritando y llamando a todo el género humano: “Venid a mí, aprended de mí”.

¿Cuál es la lección? Tú, por quien todo ha sido creado, ¿cuál es la lección que venimos a aprender en tu escuela? “Que soy sencillo y humilde de corazón”. Aquí están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y la ciencia; aprended esta lección capital: ser sencillos y humildes de corazón.

Que escuchen, que vengan a ti, que aprendan de ti a ser sencillos y humildes de corazón los que buscan tu misericordia y tu verdad, viviendo para ti y no para ellos mismos.

Que lo escuche aquel que sufre, que está cargado con un fardo que lo hace desfallecer, hasta tal punto que no se atreve a levantar los ojos al cielo, el pecador que golpea su pecho y se queda a distancia.

Que lo oiga el centurión, que no se sentía digno de que tú entraras en su casa. Que lo oiga Zaqueo, el jefe de los publicanos, cuando devuelve cuatro veces el fruto de su pecado.

Que lo oiga la mujer que había sido pecadora en la ciudad y que derramaba tantas lágrimas a tus pies por haber estado tan alejada de tus pasos. Que lo escuchen las mujeres de la vida y los publicanos, que en el reino de los cielos preceden a los escribas y fariseos. Que lo oigan los enfermos de toda clase, con quienes compartías la mesa y te acusaron de ello.

Todos estos, cuando se vuelven hacia ti, se convierten fácilmente en gente sencilla y humilde ante ti, acordándose de su vida llena de pecado y de tu misericordia llena de perdón, porque “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”».

Redentor nuestro, admirados y animados por enseñanzas, deseamos, el día de hoy, renovar el propósito seguirte, defendiendo la vida humana, desde la concepción hasta la muerte, la familia, la dignidad de las personas más vulnerables e indefensas. Tengamos la osadía, el día de hoy, de realizar obras de misericordia con humildad, solo para la mayor gloria de Dios.

Glorifiquemos a Dios con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús por tu Palabra de vida eterna.

Que el Espíritu Santo nos ilumine para que tu palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.