DOMINGO DE LA SEMANA 4 DE CUARESMA – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL DOMINGO DE LA SEMANA 4 DE CUARESMA – CICLO A

«¿Crees tú en el Hijo del hombre?». Jn 9, 35.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Juan 9, 1-41

En aquel tiempo, al pasar, Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron: «Maestro, ¿quién pecó, este o sus padres, para que naciera ciego?». Jesús contestó: «Ni este pecó ni sus padres, ha sucedido para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras es de día, tenemos que hacer las obras del que me ha enviado; viene la noche, y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo».

Dicho esto, escupió en el suelo, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado)».

Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: «¿No es ese el que se sentaba a pedir?». Unos decían: «Sí, es el mismo». Otros decían: «No es él, pero se le parece». Él respondía: «Soy yo». Y le preguntaban: «¿Y cómo se te han abierto los ojos?». Él contestó: «Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé, y empecé a ver». Le preguntaron: «¿Dónde está él?». Contestó: «No lo sé».

Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día en que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista.

Él les contestó: «Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo». Algunos de los fariseos comentaban: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado». Otros replicaban: «¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?». Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?». Él contestó: «Que es un profeta».

Pero los judíos no se creyeron que aquel había sido ciego y había recibido la vista, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: ¿Es este su hijo, el que ustedes dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora puede ver?». Sus padres contestaron: «Sabemos que este es nuestro hijo y que nació ciego; pero no sabemos cómo es que ahora puede ver, ni tampoco sabemos quién le dio la vista. Pregúntenselo a él, que es mayor y él mismo puede darles razón».

Sus padres respondieron así porque tenían miedo a los judíos; porque los judíos ya habían acordado expulsar de la sinagoga a quien reconociera que Jesús era el Mesías. Por eso sus padres dijeron: «Ya es mayor, pregúntenselo a él».

Llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: «Confiésalo ante Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador». Contestó él: «Si es un pecador, no lo sé; solo sé que yo era ciego y ahora veo». Le preguntan de nuevo: «¿Qué te hizo, cómo te abrió los ojos?». Les contestó: «Lo he dicho ya, y no me han hecho caso; ¿para qué quieren oírlo otra vez?; ¿también ustedes quieren hacerse discípulos suyos?». Ellos lo insultaron y le dijeron: «Discípulo de ese lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ese no sabernos de dónde viene». Replicó él: «Pues eso es lo raro: que ustedes no saben de dónde viene y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que da culto a Dios y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si este no viniera de Dios, no tendría ningún poder». Le replicaron: «Tú que naciste lleno de pecado, ¿quieres darnos lecciones a nosotros?». Y lo expulsaron.

Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró. y le dijo: «¿Crees tú en el Hijo del hombre?». Él contestó: «¿Y quién es Señor, para que crea en él?». Jesús le dijo: «Lo estás viendo: el que te está hablando, ese es». Él dijo: «Creo, Señor». Y se postró delante de él. Jesús añadió: «Para un juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven vean, y los que ven queden ciegos».

Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le preguntaron: «¿También nosotros estamos ciegos?». Jesús les contestó: «Si estuvieran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen que ven, su pecado persiste».

Palabra del Señor.

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En el pasaje evangélico de hoy el ciego de nacimiento logra liberarse de la ceguera física y conquista también la luz de la fe; es decir, vuelve a nacer, pero, ahora, para la luz. Los fariseos, en cambio, se muestran reacios a creer pese a evidencias contundentes.

Jesús deja entrever que hay dos tipos de cegueras: la primera no es consecuencia del pecado y es sanada; la segunda es consecuencia del pecado, no es sanada y permanece en los fariseos.

La pregunta que sus discípulos hacen a Jesús es un reflejo de la religiosidad de aquellos tiempos, en los que se pensaba que el sufrimiento físico era una consecuencia de la culpabilidad de algún pecado. Jesús señala la premura para la realización de sus obras y, con la metáfora de la luz, revela su misión salvadora.

Cuando el ciego regresa sano, Jesús ya no está presente; entonces, surgen múltiples reacciones frente al ciego y se presenta un proceso contra Jesús por realizar un prodigio en sábado. Los fariseos son incapaces de entender las obras de Jesús porque no armonizan con su sistema religioso; por eso preguntan al ciego sobre cómo fue sanado y éste, valientemente, señala que Jesús es un profeta y testimonia su fe en Él.

Después, los judíos interrogan a los padres del ciego curado, quienes se muestran temerosos. De esta manera, se realiza un segundo interrogatorio al ciego sanado con el fin de socavar sus convicciones. Ante las respuestas del siego curado, los judíos responden con injurias y lo expulsan.

En el diálogo final entre Jesús y el ex ciego, éste último da muestras de que no conocía del todo la identidad de Jesús, pero va reconociendo al Mesías, y finalmente pide la confirmación divina que le permite obtener la luz espiritual para su vida.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?

El ciego sanado respondió con valentía: «Solo sé que yo era ciego y ahora veo», ha superado la ceguera física y espiritual. Al igual que la samaritana, el domingo pasado, el ex ciego va descubriendo la verdadera identidad de quien lo curó y se postra agradecido ante Nuestro Señor Jesucristo, reconociéndolo como el Mesías y Salvador.

Como se puede apreciar, una enfermedad o cualquier limitación física pueden ser un instrumento que Dios emplea para que nos aproximemos y creamos en Él.

Por otro lado, los fariseos representan la ceguera espiritual que en la actualidad apreciamos en el mundo. Una ceguera que impide reconocer la acción divina en nuestras vidas, ya que el mundo promueve la indiferencia individual y social ante las manifestaciones de Dios, aferrándose a ideologías y creencias contrarias al amor de los amores.

Hermanos: meditando la lectura, conviene hacernos las siguientes preguntas: ¿Cuáles son las cegueras que nos impiden comprender los caminos de la fe? ¿Nos aferramos a ideologías y creencias que nos alejan de las maravillas del amor de Dios? ¿Creemos firmemente en Jesús?

Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a sanar nuestras cegueras espirituales y también físicas.

¡Jesús nos ama!

  1. Oración

Padre eterno, autor de toda misericordia y bondad, que por tu Verbo realizas de modo admirable la reconciliación del género humano, haz que el pueblo cristiano se apresure, con fe gozosa y entrega diligente, a celebrar las próximas fiestas pascuales.

Padre eterno, creemos firmemente que tú puedes sanar nuestras cegueras espirituales, nuestra mente y nuestras enfermedades físicas. Estamos seguros de que tú puedes sanar a nuestras familias, nuestros matrimonios, a toda la humanidad. Amado Señor, creemos, pero aumenta nuestra fe.

Padre eterno, por tu infinita misericordia, líbranos de las epidemias que amenazan la salud de la humanidad.

Padre eterno, te pedimos por todos los que cargan con el peso de la enfermedad, la soledad y la pobreza, para que descubran en nuestra cariñosa cercanía la presencia sanadora y consoladora de Nuestro Señor Jesucristo.

Amado Jesús, sé misericordioso con todos los difuntos y admítelos a contemplar la luz de tu rostro.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

«Yo soy la luz del mundo» dice el Señor.

Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un escrito de Gregorio de Narek:

«Dios todopoderoso, Creador del universo, escucha mis gemidos, que estoy en peligro. Líbrame del temor y de la angustia; líbrame por tu fuerza poderosa, tú que todo lo puedes. Señor Jesucristo, corta la malla de mi red con la espada de tu cruz victoriosa, el arma de vida. Por todas partes esta red me envuelve para hacerme perecer; conduce al lugar de tu reposo mis pasos vacilantes y desviados.

Renueva en mi alma la imagen luminosa de la gloria de tu nombre, grande y poderoso. Intensifica el resplandor de tu gracia sobre la belleza de mi rostro y sobre la efigie de los ojos de mi espíritu Corrige en mí, restaura más fielmente, la imagen que refleja la tuya.

A través de una pureza luminosa, haz desaparecer mis tinieblas, a mí que soy pecador. Inunda mi alma de tu luz divina, viviente, eterna, celeste, para que crezca en mí la semejanza con Dios Trinidad. Solo tú, oh, Cristo, eres bendito con el Padre para la alabanza de tu Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén».

Hermanos: en esta Cuaresma, pongámonos de rodillas ante Nuestro Señor Jesucristo, como lo hizo el ciego sanado, y pidámosle ser luz para el mundo a través de la realización de obras en favor de nuestros hermanos más necesitados.

Glorifiquemos a Dios con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús por tu Palabra de vida eterna.

Que el Espíritu Santo nos ilumine para que tu palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.