SÁBADO DE LA SEMANA 3 DE CUARESMA – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL SÁBADO DE LA SEMANA 3 DE CUARESMA – CICLO A

«El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh, Dios!, ten compasión de mí que soy un pecador”. Les digo que este bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se engrandece será humillado, y el que se humilla será engrandecido». Lc 18, 13-14.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 18, 9-14

En aquel tiempo, para algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola: «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh, Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.

El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh, Dios!, ten compasión de mí que soy un pecador”. Les digo que este bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se engrandece será humillado, y el que se humilla será engrandecido».

Palabra del Señor.

———–

La didáctica parábola del fariseo y el publicano, que es el texto evangélico del día de hoy, se encuentra después de la parábola del juez y la viuda. En estas dos parábolas, el tema transversal es la oración sin desfallecer.

Las actitudes que asumimos al momento de hacer oración pueden situarse en un continuum que va desde la soberbia hasta la humildad; en estos dos extremos se sitúan el fariseo y el publicano, respectivamente.

El fariseo se dirige a Dios en forma arrogante, juzgando y despreciando al publicano, contraviniendo los mandamientos del amor de Dios. En cambio, el publicano o cobrador de impuestos asume con una actitud humilde su condición de pecador, entregándose dócilmente a la misericordia de Dios con la oración del corazón: “¡Oh, Dios!, ten compasión de mí que soy un pecador”.

El fariseo no recibe la justificación porque cree que no la necesita, por lo tanto, no la pide; mientras que el publicano recibe el perdón. Esta conclusión está en consonancia con el Magníficat, cuando Nuestra Santísima Madre, la Virgen María, proclamó: “Desbarata los planes de los arrogantes, derriba del trono a los poderosos y ensalza a los humildes…”, que se puede apreciar en Lucas, el capítulo 1, versículos 52 y 53. Así, se demuestra cuán vana y ridícula es la arrogancia y vanagloria humana.

Así mismo, la conclusión de Jesús está vinculada también con las siguientes bienaventuranzas del sermón de la montaña, que podemos leer en Mateo, capítulo 5, versículos 7 y 8: “Felices los misericordiosos, porque serán tratados con misericordia. Felices los limpios de corazón, porque verán a Dios”.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?

San Agustín hacía la siguiente analogía: Jesús es el médico de las almas y la medicina es la confesión y la penitencia. En este sentido, San Agustín señala que al fariseo le hubiera sido más útil mostrar los males que le aquejaban, en lugar de ocultar sus heridas y gloriarse frente a las cicatrices ajenas; en cambio, el publicano sale curado ya que no tuvo reparos en mostrar todo lo que le dolía.

De la misma manera, nosotros, para ser sanados y aliviados por Jesús, necesitamos mostrar humildemente todas nuestras miserias y pedir la misericordia sanadora de Dios.

En este tiempo de Cuaresma, con humildad y haciendo silencio en nuestro corazón, respondamos: ¿Cómo es nuestra oración? ¿Nos consideramos superiores a alguno de nuestros hermanos? ¿Recurrimos con un arrepentimiento sincero al sacramento de la confesión? ¿Participamos activamente en la acción sanadora de la Eucaristía?

Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a acercarnos, con fe, a la plenitud del amor misericordioso de Nuestro Señor Jesucristo.

¡Jesús nos ama!

  1. Oración

Hermanos en Cristo Jesús, repitamos como en el salmo 50: “Misericordia Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado”.

Amado Jesús, te pedimos que alejes de nosotros toda tentación de considerarnos más justos y superiores que nuestro prójimo y concédenos la gracia de presentarnos ante ti con una actitud orante, como la del publicano, reconociendo que somos pecadores y con la firme esperanza de vernos sumergidos en el mar de tu infinita misericordia.

Amado Señor, llena con los dones del Santo Espíritu a los obispos, sacerdotes, consagrados y consagradas para que guíen a los fieles que les han sido confiados.

Amado Jesús, concede a tu pueblo que, por la penitencia, obtenga el perdón de sus pecados.

Amado Jesús, sé misericordioso con todos los difuntos y admítelos a contemplar la luz de tu rostro. Otorga la protección a los agonizantes para que lleguen a tu reino.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, consuelo de los afligidos, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Dios a través un escrito de San Juan Crisóstomo:

«¿Queréis que os indique el camino de la conversión? Son numerosos, variados y diferentes, pero todos conducen al cielo.

El primer camino de la conversión es aborrecer nuestros pecados. Empieza tú a confesar tus pecados para ser justo. Esto porque dice el profeta: “Me dije: confesaré al Señor mis culpas. Y tú perdonaste mi falta y mi pecado”. Condena tú mismo las faltas que has cometido y esto bastará para que el Maestro te escuche. El que condena sus pecados irá con más cuidado para no recaer en ellos …

Hay un segundo camino que no es inferior al primero, y es: no guardar rencor a nuestros enemigos, dominar nuestra ira para perdonar las ofensas que nos infligen nuestros compañeros de servicio, porque así obtendremos el perdón de las ofensas contra el Maestro. Es la segunda manera de obtener la purificación de nuestras faltas. “Si perdonáis a vuestros deudores -dice el Señor- mi Padre que está en el cielo perdonará también vuestras faltas”.

¿Quieres conocer el tercer camino de la conversión? Es la oración ferviente y atenta desde el fondo del corazón … El cuarto camino es la limosna, tiene un poder considerable e indecible … Luego, la modestia y la humildad no son medios menores para destruir el pecado desde la raíz. Tenemos como testimonio de ello al publicano, que no podía proclamar sus buenas acciones, sino que, en su lugar, ofreció su humildad y depositó ante el Señor el pesado fardo de sus faltas.

Acabamos de indicar cinco caminos hacia la conversión … ¡No te quedes inactivo, sino avanza cada día por estos caminos! Son fáciles, y a pesar de tus miserias puedes ir por ellos».

Amado Señor, confiando en tu paciencia y misericordia, deseamos asumir el compromiso de realizar un balance diario de nuestras acciones, a la luz de tu Palabra; de no considerarnos superiores a ninguno de nuestros hermanos; de recurrir con un arrepentimiento sincero al sacramento de la confesión y de participar activamente en la Eucaristía, donde tú, Señor Jesucristo, te haces presente de manera singular.

Glorifiquemos a Dios con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús por tu Palabra de vida eterna.

Que el Espíritu Santo nos ilumine para que tu palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.