LUNES DE LA SEMANA 5 DE CUARESMA – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL LUNES DE LA SEMANA 5 DE CUARESMA – CICLO A

«El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra». Jn 8, 7.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según Juan 8, 1-11

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, entonces se sentó y les enseñaba. Los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio y, colocándola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?». Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra». E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron retirando uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer, que permanecía allí frente a él. Incorporándose, le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿ninguno te ha condenado?». Ella contestó: «Ninguno, Señor». Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más».

Palabra del Señor.

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Queridos hermanos: el momento por el que transita la humanidad requiere acciones y testimonios cristianos. Todos estamos llamados a ser testigos de Nuestro Señor Jesucristo a través de una conducta responsable y solidaria con nuestra familia, con la comunidad, con el país y con la humanidad.

En el pasaje evangélico de hoy, sus adversarios ponen a Jesús en una dura prueba: la misericordia o la justicia. El objetivo de sus perseguidores era acusar a Jesús como enemigo de la ley de Moisés y, por tanto, enemigo de Dios. No les importaba la situación de aquella pobre mujer que iba a ser lapidada.

Jesús invita a sus interlocutores, es decir, a los lectores de todos los tiempos, a pasar de la severa ley que señalaba la lapidación de la mujer, a la ley de la misericordia, mansedumbre y bondad que todos debemos interiorizar. ¿De qué sirve tirar piedras si todos tenemos un techo de cristal?

Cuando se fueron los acusadores, solo quedaron la miseria de la mujer pecadora y la misericordia de Jesús, frente a frente.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?

En estos momentos críticos para la humanidad, volvamos los ojos a la familia, para unirnos. Aprovechemos la oportunidad para compartir este tiempo con nuestros hijos, cónyuge y todos los que viven en casa; con toda tu comunidad, si eres consagrado o consagrada. Además, no olvidemos que debemos ser precavidos de acuerdo con los consejos de los expertos en salud.

Hermanos: meditemos el texto de hoy con un texto del padre Gonzalo Mazarrasa:

“El mundo nos seduce para que pequemos y después nos quiere apedrear, incapaz de quitar de nosotros el pecado que él mismo ha originado con nuestra colaboración culpable. Es el círculo vicioso que manifiesta la esclavitud del pecado y que termina con la muerte, su consecuencia última. Solo Jesús, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, puede sacarnos de ese círculo mortal, porque él carga sobre sí las consecuencias de nuestro pecado. Por eso, su perdón no es arbitrario ni superficial, sino que es fruto de haber entregado ya su vida por nosotros, pecadores. Nos perdona porque antes nos ha rescatado, ha pagado el precio de nuestra redención. No ha tomado a broma nuestro pecado diciendo que no tiene importancia; es más, está dispuesto a subir a la cruz para así poder perdonarnos. Sabe muy bien que el precio será su propia sangre, y esa sangre es preciosa, es decir, de gran precio. Creer que a Jesús no le cuesta perdonarnos es banalizar la redención, olvidando que hemos sido comprados a precio de su sangre. Donde hay verdadero dolor por el pecado cometido habrá también necesariamente verdadero propósito de enmienda. De ahí que Jesús, al «tampoco yo te condeno», añada «anda y en adelante no peques más». Su perdón no solo nos limpia de la culpa, sino que nos da la fuerza para no volver a pecar, nos libera de la esclavitud del demonio y nos hace criaturas nuevas, hijos de Dios. Pidamos al Señor creer que solo él puede, con su perdón, regenerarnos a una vida nueva, verdadera vida de gracia que ha roto para siempre con el pecado. No pequemos más”.

Hermanos: por ello, es importante preguntarnos lo siguiente: ¿Hay ocasiones en nuestra vida cotidiana en las que nos vemos tentados a juzgar y tirar piedras a los demás? ¿Puedo emprender una defensa más activa de la vida, de la familia y de los valores cristianos?

Que las respuestas a estas preguntas sean provechosas para mantenernos firmes en la fe y para no prejuzgar, ni juzgar a las personas.

¡Jesús nos ama!

  1. Oración

En estos momentos difíciles para la humanidad, oremos de corazón con el Papa Francisco:

“Oh, María, tu resplandeces siempre en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. Nosotros nos confiamos a ti, salud de los enfermos, que junto a la cruz te asociaste al dolor de Jesús, manteniendo firme tu fe. Tú, salvación de todos los pueblos, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que proveerás para que, como en Caná de Galilea, pueda volver la alegría y la fiesta después de este momento de prueba. Ayúdanos, Madre del Divino Amor, a conformarnos a la voluntad del Padre y hacer lo que nos diga Jesús, que ha tomado sobre sí nuestros sufrimientos y ha cargado con nuestros dolores para llevarnos, a través de la cruz, a la alegría de la resurrección.

Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches las oraciones que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos de todo peligro, ¡oh, Virgen gloriosa y bendita! ¡Amén!”.

Padre Eterno, confiando en tu misericordia y bondad, te pedimos que fortalezcas nuestra fe en Jesucristo, con el fin de evitar que nuestros pecados nublen nuestro entendimiento y podamos tener la paciencia para no juzgar a nuestros hermanos; concédenos también el valor para perdonar a quienes nos ofenden.

Amado Jesús, tú que eres el autor de la vida eterna, acuérdate de los difuntos y dales parte en tu gloriosa resurrección. Otorga también la protección a los agonizantes para que lleguen a tu reino.

Madre Santísima, Madre del buen consejo, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo a través de un escrito de Isaac de Nínive:

«Adoro tu grandeza, oh, Dios, que me creaste en tu amor y que, en Cristo, me salvaste. Gloria a ti, que en tu benevolencia soportaste nuestras impiedades, que en tu compasión soportaste nuestro ser pecador y en tu dulzura removiste nuestras carencias, y que nos concediste creer en ti, como conviene a tu grandeza. No miraste nuestra maldad, que siempre está ante ti, porque eres un Dios misericordioso. Vences siempre el fuego de nuestros pecados con el rocío de tu gracia.

Señor mío, no me hiciste como un vaso de cerámica, que una vez roto ya no se puede restaurar y una vez abollado ya no se puede volver a obtener el pulido de cuando era nuevo. En tu sabiduría me plasmaste como un objeto de oro y plata que cuando se ennegrece, gracias al refinador que es la pasión de la compunción, vuelve a adquirir el color del sol y vuelve a ser brillante, y, por medio del crisol de la conversión, vuelve a su condición de antaño. En ti está el artesano que limpia nuestra naturaleza y la renueva.

Yo ensucié la belleza del bautismo y estoy sucio, pero en ti recibiré una belleza mejor, porque en ti está la belleza de la creación, que tú volviste a llevar a la belleza que le fue robada en el paraíso terrenal. Oh, Cristo, que remueves el llanto de la creación, concédeme el llanto escondido. Esas lágrimas no brotan por un impulso del cuerpo, sino por el ardor en la conversión escondida, ardor que conduce a la verdadera alegría.

Mis pecados, Señor mío, son muchos, pero tu benevolencia es mayor que mis pecados. Mis impiedades aumentan, pero no se pueden comparar con tu misericordia. Cuando mis deudas aumentan, veo, Señor mío, que tu amor es mayor que mis pecados, y me veo reducido al silencio por lo que me he atrevido a hacer. Estoy sometido a la prueba por las visitas que me haces, y me siento maravillado, pues me recompensas en sentido opuesto respecto a lo que yo merecería. Es tu don el que me ha acercado a conocerte y no a tu castigo».

¡Te amamos Señor! ¡Tanta bondad, tanta misericordia!

En este día, deseamos tener presente los preceptos de Nuestro Señor Jesucristo para evitar juzgar a nuestros hermanos. También, queremos mejorar nuestra defensa espiritual a través de la oración. Nos comprometemos el día de hoy a rezar y, en la medida de lo posible, realizar obras de misericordia en favor de aquellos hermanos que más están siendo golpeados por el virus que está atacando a la humanidad.

Glorifiquemos a Dios con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús por tu Palabra de vida eterna.

Que el Espíritu Santo nos ilumine para que tu palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.