JUEVES DE LA SEMANA SANTA – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL JUEVES DE LA SEMANA SANTA – CICLO A

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Jn 13, 1.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Juan 13, 1-15

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando, cuando el diablo había metido en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, la idea de entregar a Jesús.

Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en una jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.

Llegó a Simón Pedro y este le dijo: «Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?». Jesús le replicó: «Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde». Pedro le dijo: «No me lavarás los pies jamás». Jesús le contestó: «Si no te lavo, no tendrás parte conmigo». Simón Pedro le dijo: «Señor, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza». Jesús le dijo: «Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También ustedes están limpios, aunque no todos». Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos están limpios».

Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y dijo: «¿Comprenden lo que he hecho con ustedes? Ustedes me llaman “el Maestro” y “el Señor”, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, que soy el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros; les he dado ejemplo, para lo que hice con ustedes, ustedes también lo hagan».

Palabra del Señor.

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Si bien el día de hoy se celebra la institución de la Eucaristía, en el Evangelio de San Juan no se menciona este hecho; tal vez, porque el evangelista se refiere a ella en el capítulo 6, entre los versículos 52 y 59.

En el pasaje evangélico de hoy, Jesús lava los pies a sus discípulos. Jesús sabe que ha llegado la hora de volver a la casa del Padre; por ello, convoca a sus apóstoles para la celebración de la Pascua, su última cena, en la que Jesús sigue la tradición judía.

San Juan es el único evangelista que detalla el lavatorio de los pies, hecho que tiene una connotación especial: Jesús, el Señor del universo, con humildad divina, se pone la toalla de siervo para derribar toda jerarquía humana.

Jesús lava los pies de sus discípulos, lo cual provoca gran desconcierto, aunque lo que Él busca es darles una enseñanza de que el verdadero amor es el servicio y que este hecho debe ser un ejemplo que sus apóstoles deberán seguir en el proceso de evangelización para el cual han sido llamados.

Sus discípulos deberán servirse unos a otros fraternalmente, olvidándose de las desigualdades, de títulos humanos, de cargos honoríficos o rango social; es decir, sus apóstoles fueron llamados por Jesús a servir con la humildad que nace del amor de Dios y reconociendo lo que son frente a su infinito amor: nada.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?

Estos difíciles momentos por los que transita la humanidad entera, es un llamado para que reconozcamos a Nuestro Señor Jesucristo en todas las personas que sufren por causa del coronavirus. Es un llamado a tomar conciencia y acción empleando los dones espirituales y materiales que Dios nos ha otorgado.

En la lectura de hoy, Nuestro Señor Jesucristo nos confirma que vino al mundo a servir y no a ser servido. De Él procede la gracia de ser siervos de las personas para que el reino de Cristo se manifieste en el mundo. Un reino de amor, al que Cristo nos invita, que no es fácil; por eso, debemos pedirle a Dios, cada día, que nos conceda la gracia de ser testigos de su amor.

Así mismo, Jesús nos enseña que, para llegar a su corazón, debemos dejarnos purificar por Él y, con humildad y amor, seguir su ejemplo para convertirnos en servidores de nuestros hermanos. El lavatorio de los pies es una purificación para servir.

Por eso, analicemos cómo nos presentamos ante Dios. Jesús ordena a sus discípulos servirse unos a otros, y servir también a los que nos han ofendido, ¿lo hacemos?; ¿estamos comprometidos con el servicio a los más necesitados?

Que las respuestas a estas preguntas y la lectura luminosa de la Palabra nos ayuden a extender el Reino de Dios.

¡Jesús nos ama!

  1. Oración

En estos momentos difíciles, oremos de corazón con una oración de Kerry Weber, editora ejecutiva de la revista América:

«Jesucristo, tú viajaste por pueblos y aldeas “curando cada enfermedad y dolencia”. A tus órdenes, los enfermos fueron sanados. Ven en nuestra ayuda ahora, en medio de la propagación global del coronavirus, para que podamos experimentar tu amor curativo. Sana a los que están enfermos con el virus. Que puedan recuperar su fuerza y salud a través de una atención médica de calidad.

Cúranos de nuestro miedo que impide que las naciones trabajen juntas y los vecinos se ayuden unos a otros. Cúranos de nuestro orgullo, lo que puede hacernos reclamar invulnerabilidad a una enfermedad que no conoce fronteras.

Jesucristo, sanador de todos, permanece a nuestro lado en este momento de incertidumbre y tristeza. Estate con los que han muerto por el virus. Que descansen contigo en tu paz eterna. Estate con las familias de los que están enfermos o han muerto. Mientras se preocupan y lloran, defiéndelos de la enfermedad y la desesperación. Que conozcan tu paz.

Estate con los médicos, enfermeras, investigadores y todos los profesionales médicos que buscan sanar y ayudar a los afectados y que se ponen en riesgo en el proceso. Que sepan de tu protección y tu paz.

Estate con los líderes de todas las naciones. Bríndales la previsión de actuar con caridad y una verdadera preocupación por el bienestar de las personas a las que deben servir. Dales la sabiduría para invertir en soluciones a largo plazo que nos ayudarán a prepararnos o a prevenir futuros brotes. Que conozcan tu paz mientras trabajan juntos para lograrla en la tierra. Ya sea que estemos en casa o en el extranjero, rodeados de muchas personas que padecen esta enfermedad o de solo unos pocos, Jesucristo, quédate con nosotros mientras aguantamos y lloramos, persistimos y nos preparamos. En lugar de nuestra ansiedad, danos tu paz. ¡Jesucristo, cúranos!».

Amado Jesús: quiero y deseo vivamente servir a mis hermanos, eres el modelo perfecto y yo la personificación de la imperfección, pero con la ayuda del Espíritu Santo y mi deseo de alegrarte y de no ofenderte, sé que, con amor, me acercaré a mis hermanos.

Amado Jesús: fortalece el espíritu y el corazón de los misioneros y fortalece las vocaciones de quienes desean entregar su vida al servicio de los demás.

Madre Santísima, Madre del amor hermoso, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo a través de un texto del beato Guerrico de Igny:

«El hombre fue creado para servir a su Creador. ¿Hay algo más justo, en efecto, que servir al que os ha puesto en el mundo, sin quien no podéis existir? ¿Y hay algo más dichoso que servirle, puesto que servirle es reinar? Pero el hombre dijo a su Creador: “Yo no te serviré” (Jr 2,20). “Pues yo, dice el Creador al hombre, sí te serviré. Siéntate, te serviré, te lavaré los pies” …

Sí, oh, Cristo, “servidor bueno y fiel” (Mt 25,21), verdaderamente tú has servido, has servido con toda la fe y con toda la verdad, con toda la paciencia y toda la constancia. Sin tibieza, te has lanzado como un gigante a correr por el camino de la obediencia; sin fingir, nos has dado, además, después tantas fatigas, tu propia vida; sin murmurar, flagelado e inocente, no has abierto la boca (Is 53,9).

Está escrito y es verdad: “El servidor que conoce la voluntad de su amo y no la cumple recibirá cantidad de azotes”. Pero este servidor nuestro, os pregunto ¿qué actos no ha llevado a cabo? ¿Qué ha omitido de lo que debía hacer? “Todo lo ha hecho bien”, gritaban los que observaban su conducta; “ha hecho oír a los sordos y hablar a los mudos”. Si ha llevado a cabo toda clase de acciones dignas de recompensa, ¿por qué ha sufrido tanta indignidad? Presentó su espalda a los latigazos, recibió una sorprendente cantidad de atroces golpes, su sangre chorreó por todas partes. Fue interrogado en medio de oprobios y tormentos, como si fuera un esclavo o un malhechor a quien se interroga para hacerle decir la verdad sobre un crimen. ¡Oh detestable orgullo del hombre, que desdeña servir y que no podía ser humillado por ningún otro ejemplo que el de un servidor semejante de su Dios! …

Sí, mi Señor, has pasado muchas penas para servirme, y sería justo y equitativo que de ahora en adelante puedas descansar, y que tu servidor, a su vez, se ponga a servirte; su momento ha llegado … Has vencido, Señor, a este tu servidor rebelde; extiendo mis manos para recibir tus ataduras, inclino mi cabeza para recibir tu yugo. Permíteme servirte. Aunque soy un servidor inútil si tu gracia no me acompaña y no trabaja siempre a mi lado, recíbeme como tu servidor para siempre».

Queridos hermanos, en estos difíciles momentos acudamos a la misericordia divina a través de la indulgencia plenaria que la Iglesia pone a nuestro alcance y, cuando la crisis pase, hagamos una buena confesión.

Contemplándote mi Dios y Señor Jesús, inclinado ante tus apóstoles, lavando sus pies, te ofrezco Señor ser siervo para mis hermanos; seré siervo inútil, pero allí estaré haciendo tu voluntad, correré a tus pies en busca del perdón y de la purificación. Hoy jueves santo, arrodillado ante ti, renuevo mi labor de siervo al servicio de mis hermanos y de ser un instrumento de tu paz.

Glorifiquemos a Dios con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús por tu Palabra de vida eterna.

Que el Espíritu Santo nos ilumine para que tu palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.