LUNES DE LA OCTAVA DE PASCUA – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL LUNES DE LA OCTAVA DE PASCUA – CICLO A

«No tengan miedo: Avisen a mis hermanos que vayan a Galilea y allí me verán». Mt 28, 10.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Mateo 28, 8-15

En aquel tiempo, se alejaron a prisa del sepulcro; y corrieron a anunciarlo a los discípulos. De pronto, Jesús le salió al encuentro y les dijo: «¡Alégrense!» Ellas se acercaron, se postraron ante Él y le abrazaron los pies. Jesús les dijo: «No tengan miedo: Avisen a mis hermanos que vayan a Galilea y allí me verán».

Mientras ellas iban de camino, algunos guardias fueron a la ciudad y comunicaron a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido. Ellos, reunidos con los ancianos, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una fuerte suma de dinero, con esta consigna: «Digan: sus discípulos vinieron durante la noche y robaron su cuerpo, mientras dormíamos. Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros lo convenceremos y a ustedes los sacaremos de apuros».

Ellos tomaron el dinero y obraron conforme a las instrucciones. Y esta versión se ha ido difundiendo entre los judíos hasta el día de hoy.

Palabra del Señor.

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El pasaje evangélico de hoy relata un pasaje fundamental para la humanidad: la resurrección de Jesús. Algunas mujeres fueron a visitar el sepulcro de Jesús y lo encontraron vacío y luego se alejaron raudamente con una mezcla temor y expectativa.

Jesús sale a su encuentro sin perturbarlas y las saluda con amor y autoridad, diciéndoles: “Alégrense”, con el fin de tranquilizarlas y, al mismo tiempo, encargarles la misión de avisar a sus discípulos a quienes verá en Galilea.

Fueron mujeres sencillas las que reciben la palabra de Jesús, además del gozo, la visión y el anuncio de la resurrección de nuestro Señor. Esto confirma la forma sencilla de actuar de Jesús, escogiendo a la gente humilde para trasmitir verdades trascendentales. Evidentemente, aquellas mujeres representaban, desde ya, a la iglesia naciente; y Jesús, por medio de ellas y de sus discípulos, iniciaba la extensión de su reino.

En la parte final del pasaje evangélico de hoy, encontramos la actitud de los sumos sacerdotes que querían esconder la noticia de la resurrección de Jesús, para lo cual proceden a sobornar a los soldados para que difundan una gran mentira: que el cuerpo de Jesús había sido robado por sus discípulos.

Esta expresión de los sumos sacerdotes no tiene ningún fundamento dado que el sepulcro estuvo vigilado por guardias; además, tenía una enorme piedra como sello y los discípulos andaban escondidos.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?

En esta crisis sanitaria mundial, nosotros, como resucitados en Cristo Jesús, tengamos siempre presente que Jesús está vivo en cada uno de nosotros. Con su resurrección, Él ha entrado en nuestra vida cotidiana para siempre.

Hermanos: el encuentro con Jesús es el más maravilloso acontecimiento de nuestras vidas, acudamos a su llamado y a ese encuentro, dejando de lado nuestros miedos y hagámoslo con confianza plena en su misericordia y amor.

Queridos hermanos en Cristo Jesús, preguntémonos: ¿Cómo vivo la experiencia de Jesús resucitado en medio de la situación que atravesamos? ¿Cómo reacciono y hago frente a todas aquellas tentaciones y situaciones que buscan impedir el maravilloso encuentro con Jesús resucitado?

Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a experimentar, con fe, la cercanía de Jesús resucitado.

¡Jesús nos ama!

  1. Oración

En estos momentos, oremos de corazón con el Papa Francisco:

“Oh, María, tu resplandeces siempre en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. Nosotros nos confiamos a ti, salud de los enfermos, que junto a la cruz te asociaste al dolor de Jesús, manteniendo firme tu fe. Tú, salvación de todos los pueblos, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que proveerás para que, como en Caná de Galilea, pueda volver la alegría y la fiesta después de este momento de prueba. Ayúdanos, Madre del Divino Amor, a conformarnos a la voluntad del Padre y hacer lo que nos diga Jesús, que ha tomado sobre sí nuestros sufrimientos y ha cargado con nuestros dolores para llevarnos, a través de la cruz, a la alegría de la resurrección.

Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches las oraciones que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos de todo peligro, ¡oh, Virgen gloriosa y bendita! ¡Amén!”.

Amado Jesús, resucitado entre los muertos y que reinas para siempre, te imploramos que la gracia de tu Misterio pascual colme nuestro espíritu y nos concedas los dones para seguir el camino de salvación eterna que tú trazaste.

Amado Jesús, que los enfermos, los moribundos y todos los que sufren encuentren consuelo y alivio en tu gloriosa resurrección.

Amado Jesús, tú, que hiciste pasar a la humanidad entera de la muerte a la vida, concede el don de la vida eterna a todos los difuntos de todo tiempo y lugar, en especial a aquellos que más necesitan de tu infinita misericordia.

Madre Santísima, Madre del amor hermoso, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo con lectura de parte del salmo 18:

«El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos: el día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo murmura.

Sin que hablen, sin que se pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje».

Hermanos: contemplemos también la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo con una homilía de Melitón de Sardes:

«Fijaos bien, queridos hermanos: el misterio de Pascua es a la vez nuevo y antiguo, eterno y pasajero, corruptible e incorruptible, mortal e inmortal.

Antiguo según la ley, pero nuevo según la Palabra encarnada. Pasajero en su figura, pero eterno por la gracia. Corruptible por el sacrificio del cordero, pero incorruptible por la vida del Señor. Mortal por su sepultura en la tierra, pero inmortal por su resurrección de entre los muertos.

La ley es antigua, pero la Palabra es nueva. La-figura es pasajera, pero la gracia eterna. Corruptible el cordero, pero incorruptible el Señor, el cual, inmolado como cordero, resucitó como Dios.

Porque él fue “como cordero llevado al matadero”, y sin embargo no era un cordero; y “como oveja enmudecía”, y sin embargo no era una oveja. En efecto, ha pasado la figura y ha llegado la realidad: en lugar de un cordero tenemos a Dios, en lugar de una oveja tenemos un hombre, y en el hombre, Cristo, que lo contiene todo.

El sacrificio del cordero, el rito de la Pascua y la letra de la ley tenían por objetivo final a Cristo Jesús, por quien todo acontecía en la ley antigua y, con razón aun mayor, en la nueva economía.

La ley se convirtió en la Palabra y de antigua se hecho nueva (ambas salieron de Sión y de Jerusalén). El mandamiento se transformó en gracia y la figura realidad; el cordero vino a ser el Hijo; la oveja, hombre y el hombre, Dios.

El Señor, siendo Dios, se revistió de la naturaleza hombre: sufrió por el que sufría, fue encarcelado en bien del que estaba cautivo, juzgado en lugar del culpable, sepultado por el que yacía en el sepulcro. Y, resucitado de entre los muertos, exclamó con voz potente:

“¿Quién tiene algo contra mí? ¡Que se me acerque! Yo soy quien he librado al condenado, yo quien he vivificado al muerto, yo quien hice salir de la tumba al que ya estaba sepultado. ¿Quién peleará contra mí? Yo soy, dice Cristo; el que venció la muerte, encadenó al enemigo, pisoteó el infierno, maniató al fuerte, llevó al hombre hasta lo más alto de los cielos; yo, en efecto, que soy Cristo.

Venid, pues, vosotros todos, los hombres que os halláis enfangados en el mal, recibid el perdón de vuestros pecados. Porque yo soy vuestro perdón, soy la Pascua de salvación, soy el cordero degollado por vosotros, soy vuestra agua lustral, vuestra vida, vuestra resurrección, vuestra luz, vuestra salvación y vuestro rey. Puedo llevaros hasta la cumbre de los cielos, os resucitaré, os mostraré al Padre celestial, os haré resucitar con el poder mi diestra”».

Queridos hermanos en Cristo Jesús: en estos difíciles momentos para la humanidad, anunciemos la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo y seamos instrumentos de la paz del Señor, proclamando sus hazañas y ayudando a otras personas a acercarse al mar infinito de su amor y misericordia.

Queridos hermanos: hagamos también el propósito, con la gracia de Dios, de ser portadores y anunciadores de la Buena Nueva, a través de nuestras acciones, reservando un tiempo diario para la oración y así ir descubriendo en nuestras vidas cuál es la misión que Dios Padre tiene para cada uno de nosotros y darle gracias por este regalo de vida eterna que nos concede en Jesucristo, por medio de su Santo Espíritu.

Glorifiquemos a Dios con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús por tu Palabra de vida eterna.

Que el Espíritu Santo nos ilumine para que tu palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.