JUEVES DE LA OCTAVA DE PASCUA – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL JUEVES DE LA OCTAVA DE PASCUA – CICLO A

«¿Por qué se asustan? ¿Por qué surgen dudas en su interior? Miren mis manos y mis pies, soy yo en persona». Lc 24, 38-39.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 24, 35-48

En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan. Estaban hablando de esas cosas cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice: «Paz a ustedes». Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma.

Él les dijo: «¿Por qué se asustan? ¿Por qué surgen dudas en su interior? Miren mis manos y mis pies, soy yo en persona. Tóquenme y dense cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como ven que yo tengo». Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría y el asombro, les dijo: «¿Tienen ahí algo de comer?».

Ellos le ofrecieron un trozo de pescado asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: «Esto es lo que les decía mientras estaba con ustedes: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse». Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: «Así estaba escrito: el Cristo padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Ustedes son testigos de esto».

Palabra del Señor.

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El texto evangélico de hoy es la continuación del relato del encuentro de Jesús con los discípulos de Emaús, quienes, al regresar a Jerusalén para dar testimonio de la resurrección de Jesús, son nuevamente testigos, con los demás discípulos, de una nueva aparición de Nuestro Salvador resucitado.

Este nuevo encuentro de Jesús con sus discípulos ocurre cuando ellos estaban reunidos a puertas cerradas y Jesús se aparece en medio de ellos, atravesando paredes y puertas.

«Paz a ustedes», o «Pax Vobis» en latín, es el saludo con el que Jesús les transmite a sus discípulos una verdadera paz del alma, combinada con el perdón y la reconciliación, ya que la mayoría de ellos huyó durante la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo.

Ante la incredulidad de algunos de los discípulos, Jesús les muestra pruebas visibles de su condición humana y divina a la vez. Les enseña su cuerpo, el mismo de antes y el mismo que padeció en la pasión y en el monte Calvario, en el que las huellas del dolor son ahora trofeos de victoria. Además, Jesús les ofrece una prueba adicional, les pide algo de comer.

Una vez más, Jesús explica las Escrituras y les da la misión de predicar en su nombre la conversión para el perdón de los pecados, de todas las naciones empezando desde Jerusalén, convirtiéndolos así en misioneros universales. Para esta misión, los discípulos necesitarán una fuerza divina especial, que ya ha sido prometida por el Padre en boca de Jesús en la última cena: el Espíritu Santo.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?

El saludo «Paz a ustedes», o «Pax Vobis» en latín, que Jesús les transmite a sus discípulos, se extiende a la humanidad de todos los tiempos como resultado de la victoria de la resurrección de Nuestro Salvador.

Este saludo está dirigido a generar paz en nuestras conciencias, que muchas veces están angustiadas por nuestros extravíos o por las circunstancias difíciles que atravesamos, como la actual. Pero es, además, un saludo que combina la paz con la misericordia y la reconciliación con Dios. Así mismo, es un llamado para que nosotros prediquemos, con nuestras vidas, la Palabra de Dios. Nuestro Señor Jesucristo, es nuestra paz.

Hermanos, desde la intimidad de nuestro corazón, respondamos lo siguiente: ¿acudimos a Jesús cuando estamos pasando momentos de tribulación? ¿confiamos en Él? ¿Contribuimos a extender el reino de Dios con nuestras vidas, inspirados en la Palabra de Dios?

Hermanos, que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a descubrir los maravillosos misterios de Jesús resucitado.

¡Jesús nos ama!

  1. Oración

En estos momentos, oremos de corazón con el Papa Francisco:

«Oh, María, tu resplandeces siempre en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. Nosotros nos confiamos a ti, salud de los enfermos, que junto a la cruz te asociaste al dolor de Jesús, manteniendo firme tu fe. Tú, salvación de todos los pueblos, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que proveerás para que, como en Caná de Galilea, pueda volver la alegría y la fiesta después de este momento de prueba. Ayúdanos, Madre del Divino Amor, a conformarnos a la voluntad del Padre y hacer lo que nos diga Jesús, que ha tomado sobre sí nuestros sufrimientos y ha cargado con nuestros dolores para llevarnos, a través de la cruz, a la alegría de la resurrección.

Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches las oraciones que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos de todo peligro, ¡oh, Virgen gloriosa y bendita! ¡Amén!».

Amado Jesús, que tu amor por mí esté siempre presente en mi corazón y donde yo esté, estés tú mi Señor. Abre nuestras mentes a tu palabra, a tu presencia, a tu verdad. Despeja nuestra confusión para que podamos tenerte como centro de nuestras vidas.

Amado Jesús, que los enfermos, los moribundos y todos los que sufren encuentren consuelo y alivio en tu gloriosa resurrección.

Amado Jesús, tú, que hiciste pasar a la humanidad entera de la muerte a la vida, concede el don de la vida eterna a todos los difuntos de todo tiempo y lugar, en especial a aquellos que más necesitan de tu infinita misericordia.

Que nuestra Madre Celestial, Reina de la Alegría, interceda para que seamos siempre instrumentos disponibles para su hijo amado, para Gloria de Dios Padre y con la fuerza del Espíritu Santo.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos a Dios Padre con la lectura de parte de la Primera carta de Pedro, capítulo 1, versículos del 3 al 5:

«Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que, según su gran misericordia y por la resurrección de Jesucristo de la muerte, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, a una herencia que no puede destruirse, ni mancharse, ni marchitarse, reservada para ustedes en el cielo. Porque gracias a la fe, el poder de Dios los protege para que alcancen la salvación dispuesta a revelarse el último día».

Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo resucitado con un escrito de Giovanni Papini:

«Jesús, sigues estando aún, cada día, en medio de nosotros. Y estarás con nosotros para siempre. Vives entre nosotros, junto a nosotros, en la tierra que es tuya y nuestra, en esta tierra que te acogió como niño entre los niños y justiciable entre los ladrones; vives con los vivos en la tierra de los vivos que te complace y que amas; vives con una vida no humana en la tierra de los hombres, tal vez invisible también para los que te buscan, tal vez con el aspecto de un pobre que compra su pan y nadie le mira.

Pero ha llegado el tiempo de que vuelvas a aparecerte a todos nosotros. Estás viendo, Jesús, nuestra necesidad; estás viendo hasta qué punto es grande nuestra gran necesidad; no puedes dejar de conocer qué improrrogable es nuestra necesidad, qué duras y verdaderas son nuestra angustia, nuestra indigencia, nuestra desesperación; sabes cuánto necesitamos una intervención tuya, qué necesario es tu retorno. Tenemos necesidad de ti, sólo de ti, y de ningún otro. Viniste, la primera vez, para salvar; naciste para salvar; hablaste para salvar; te dejaste crucificar para salvar: tu arte, tu obra, tu misión y tu vida es salvar. Y nosotros, hoy, en estos días grises y malignos, en estos años que son una condensación y un incremento insoportable de horror y dolor, tenemos necesidad, sin retraso, de ser salvados.

Te pedimos, por tanto, Cristo, nosotros, los renegadores, los culpables, los nacidos fuera de tiempo; nosotros, que nos acordamos todavía de ti y nos esforzamos en vivir contigo, aunque siempre demasiado lejos de ti; nosotros, los últimos, los desesperados, te pedimos que vuelvas una vez más entre los hombres que te mataron, entre los hombres que siguen matándote, para volver a darnos a todos nosotros, asesinos en la oscuridad, la luz de la vida verdadera. Nosotros, los últimos, te esperamos, te esperaremos cada día, a pesar de nuestra indignidad y de todos los imposibles. Y todo el amor que podamos exprimir de nuestros corazones devastados será para ti, Crucificado, que fuiste atormentado por amor a nosotros y ahora nos atormentas con todo el poder de tu amor implacable».

Queridos hermanos: hagamos un examen de conciencia para que, cuando superemos esta crisis sanitaria mundial, acudamos al sacramento de la penitencia. Hagamos también el propósito de predicar con nuestras vidas, y en el Santísimo Nombre de Jesús, busquemos la conversión. Para ello, invoquemos siempre al Espíritu Santo para que nos otorgue la fuerza y las palabras con las que nos debemos expresar. Seamos, también, desde nuestras casas, misioneros universales.

Glorifiquemos a Dios con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús por tu Palabra de vida eterna.

Que el Espíritu Santo nos ilumine para que tu palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.