VIERNES DE LA OCTAVA DE PASCUA – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL VIERNES DE LA OCTAVA DE PASCUA – CICLO A

Jesús les dijo: «Vengan a comer». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jn 21, 12.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Juan 21, 1-14

En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dijo: «Me voy a pescar». Ellos dijeron: «También nosotros vamos contigo». Fueron pues y subieron a la barca; pero aquella noche no pescaron nada.

Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dijo: «Muchachos, ¿tienen algo para comer?». Ellos contestaron: «No». Él les dijo: «Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán». La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la abundancia de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: «Es el Señor».

Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se tiró al agua. Los otros discípulos se fueron en la barca, porque estaban solo a unos cien metros de la orilla. Al bajar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: «Traigan algunos peces que acaban de pescar». Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.

Jesús les dijo: «Vengan a comer». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, y lo mismo hizo con el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.

Palabra del Señor.

———–

En el inicio del pasaje evangélico de hoy se observa que, luego de la pasión y muerte de Jesús, y en medio de las dudas relacionadas con su resurrección, sus discípulos reanudan sus actividades laborales relacionadas con la pesca.

Así mismo, en esta nueva aparición de Jesús resucitado, se repite el común denominador de las apariciones anteriores: los discípulos no reconocen a Jesús. En la presente aparición, solo el discípulo amado, Juan, es el único que lo reconoce y le dice a Simón Pedro que es el Señor el que se les ha aparecido.

También, este texto guarda una relación con el pasaje evangélico de la pesca milagrosa y del llamado de Jesús a sus primeros discípulos, en Lucas, capítulo 5, versículos 1 al 11, en el que Jesús le dice a Simón Pedro: «No temas, en adelante serás pescador de hombres. Entonces, amarrando las barcas, lo dejaron todo y le siguieron».

El hilo conductor es la expresión: «Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red». Esta expresión hace referencia a la totalidad de los discípulos y a las comunidades cristianas. Así mismo, se aprecia que el texto resalta la figura de Pedro, como el guía de la comunidad de los discípulos de Jesús.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?

De la misma manera cómo Nuestro Señor Jesucristo se manifestó a los discípulos en un día de pesca, así también Jesús se presenta en nuestras vidas, en nuestros quehaceres cotidianos y, muchas veces, no reconocemos su presencia.

La manifestación de Jesús tiene detalles profundos, uno de ellos es cuando invita muy hospitalariamente a sus discípulos a cenar, solicitándoles que traigan algunos peces. De esta manera, Jesús alude a la Eucaristía, en la que Él se hace presente de manera vivificante.

Queridos hermanos, así como en el caso de los discípulos, ¿reconocemos a Nuestro Señor Jesucristo en nuestras vivencias diarias, especialmente, en esta crisis sanitaria de la humanidad? ¿somos confiados y desafiantes como lo demostró Pedro? ¿es hospitalario nuestro corazón con las personas que están pasando por alguna tribulación?

Hermanos, que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a descubrir los maravillosos misterios de Jesús resucitado.

¡Jesús nos ama!

  1. Oración

En estos momentos, oremos de corazón con el Papa Francisco:

«Oh, María, tu resplandeces siempre en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. Nosotros nos confiamos a ti, salud de los enfermos, que junto a la cruz te asociaste al dolor de Jesús, manteniendo firme tu fe. Tú, salvación de todos los pueblos, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que proveerás para que, como en Caná de Galilea, pueda volver la alegría y la fiesta después de este momento de prueba. Ayúdanos, Madre del Divino Amor, a conformarnos a la voluntad del Padre y hacer lo que nos diga Jesús, que ha tomado sobre sí nuestros sufrimientos y ha cargado con nuestros dolores para llevarnos, a través de la cruz, a la alegría de la resurrección.

Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches las oraciones que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos de todo peligro, ¡oh, Virgen gloriosa y bendita! ¡Amén!».

Amado Jesús, te pedimos que nos acompañes siempre, especialmente en estos difíciles momentos y en aquellas ocasiones en las que nuestro trabajo es arduo y estéril, para que nunca perdamos la fe en tu amor y misericordia.

Amado Jesús, te pedimos por quienes rigen los destinos de las naciones, para que cumplan su misión con espíritu de justicia y con amor, para que haya paz, salud y concordia entre los pueblos.

Amado Jesús, que los enfermos, los moribundos y todos los que sufren encuentren consuelo y alivio en tu gloriosa resurrección.

Amado Jesús, que podamos celebrar tu santa resurrección con tus ángeles y tus santos, y que nuestros hermanos difuntos, que encomendamos a tu misericordia, se alegren también en tu reino.

Madre Celestial, Madre de la Divina Gracia, Reina de los ángeles, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo con la lectura de parte del salmo 117:

«Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia. Diga la casa de Israel: eterna es su misericordia. Digan los fieles del Señor: eterna su misericordia».

Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo resucitado con un escrito de André Louf:

«En el caso de los apóstoles, pocos días después de los acontecimientos de la Pascua y las primeras apariciones de Jesús resucitado, en cuanto se desvanece su figura luminosa, recobra su lugar la vida ordinaria. Los horizontes de Galilea aparecen cerrados para siempre y el lago recupera su aspecto sin esperar ya nada. A Pedro le vuelve el deseo de pescar y los otros discípulos le siguen y repiten el ritual monótono que ya se sabían de memoria: la barca lanzada al agua, la red desplegada, echada a la luz de la antorcha, la larga espera que deberá revelarse vana cuando el alba blanquee las crestas de las colinas. Todo se ha desarrollado como de ordinario, una esperanza de hombres, una desilusión de hombres, cruelmente triviales.

Y, sin embargo, Jesús estaba allí, pero ellos no lo sabían. No se esconde. Es perfectamente visible, de pie en la orilla. Les dirige también alguna frase, pero hasta ellos llega una voz desconocida que no les recuerda nada. Jesús está muy cerca; ellos también están en contacto con él, incluso siguen su consejo, pero no le reconocen.

Hasta que la red se hunde brutalmente con el peso de la captura, y uno sólo, aquel al que Jesús más amaba, hace la confrontación de improviso y descubre la identidad del desconocido: «Es el Señor». Aquel al que más amaba le ha reconocido. Sólo el amor reconoce. Sólo el amor está en condiciones de apartar el velo gris de lo cotidiano para intuir la presencia de Jesús.

Al grito de Juan: «Es el Señor», los demás se dan cuenta enseguida. El primero Pedro, sin la menor sombra de duda, pues confía en el testimonio del que ama. Toda la Iglesia regula su paso a través del corazón y de los ojos de Juan. Ella reconoce a Jesús y da testimonio de él. Y también las dudas desaparecen con el solo testimonio del que ama. El amor barre todo, incluso las preguntas. Sólo el amor es digno de fe. Sólo el amor es ahora digno de consideración. Y no hay otro poder fuera del amor, del amor perdonado y restablecido más grande que antes, y que a su vez no se cansa nunca de anunciar el perdón».

Queridos hermanos: mantengamos una profunda vigilancia para reconocer las tentaciones que el mundo nos ofrece y arrepintámonos sinceramente cuando nos apartemos del Señor. En estos difíciles momentos, oremos al cielo por el fin de la pandemia, y pidamos al Espíritu Santo los dones para interpretar la Palabra de Dios y ponerla en práctica.

Glorifiquemos a Dios con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús por tu Palabra de vida eterna.

Que el Espíritu Santo nos ilumine para que tu palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.