TERCER DOMINGO DE PASCUA

LECTIO DIVINA DEL TERCER DOMINGO DE PASCUA O DE LA DIVINA MISERICORDIA – CICLO A

«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?». Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros. Lc 24, 32-33.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 24, 13-35

Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a un pueblo llamado Emaús, distante unos once kilómetros de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo: «¿Qué es lo que vienen conversando por el camino?».

Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?». Él les preguntó: «¿Qué ha pasado?». Ellos le contestaron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo. Los sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que Él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace ya dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han desconcertado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a Él no lo vieron».

Entonces Jesús les dijo: «¡Qué necios y torpes son ustedes para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?». Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura. Ya cerca del pueblo donde iban, Él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le insistieron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque ya atardece y está anocheciendo». Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció. Ellos comentaron: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?». Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón» Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

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Los discípulos han recorrido un camino con Jesús; pero, mientras el camino de Jesús tiene por meta final llevar a cumplimiento el designio salvífico de Dios Padre, el camino de los discípulos termina en decepción, tristeza y frustración, ya que esperaban, también, un liberador político. En este sentido, la vida, pasión, muerte y resurrección del Maestro todavía no representaban una alternativa de camino para el discípulo.

El pasaje evangélico narra el momento propicio que aprovecha Jesús Resucitado para comenzar a rectificar el camino del discípulo. Lo hace realizando signos, pronunciando palabras que otorgaban a los discípulos el ardor y la fuerza de la gracia, para entenderlo todo y salir corriendo a contarlo a los demás.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?

Hoy nos encontramos también en el camino de Emaús, caminando al lado de Cleofás y su compañero. Tal vez nos sentimos atemorizados, cansados y desalentados; pero, la presencia de Nuestro Señor Jesucristo nos devuelve la fe, la alegría, la paz, el entendimiento.

Así como los discípulos de Emaús fueron probados por Jesús para que reconstruyan sus creencias y su fe, así también, Nuestro Señor Jesucristo, a través de su Palabra y de nuestra oración y acciones, nos devuelve la fe.

En el texto también debemos destacar la hospitalidad de los discípulos, quienes, sin reconocer a Jesús, dieron muestras del amor fraterno que habían aprendido del Maestro.

Busquemos siempre en nuestro camino de la vida y especialmente en este tiempo, la luz y compañía de Nuestro Señor Jesucristo. Ahora, con la mirada puesta en la Palabra, tratemos de responder: ¿Recurrimos a Jesús cuando experimentamos el desaliento en nuestras vidas? ¿No arde nuestro corazón cuando escuchamos la Palabra? ¿Practicamos la hospitalidad?

Hermanos, que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a conocer más y a reconocer el rostro de Nuestro Señor Jesucristo en las personas más necesitadas.

¡Jesús nos ama!

  1. Oración

Señor Jesús, ven a caminar con nosotros a lo largo de nuestras vidas, acompáñanos con tu amor y misericordia; infúndenos tu Santo Espíritu para que tu Palabra inspire nuestras acciones diarias, porque solo tú tienes palabras de vida eterna.

Amado Jesús, te pedimos por todos los moribundos y los difuntos, en especial, por aquellos que han partido o están partiendo de este mundo sin el auxilio espiritual, para que obtengan tu misericordia y tomen parte en tu gloriosa resurrección.

Madre Santísima, Madre del Salvador, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Queridos hermanos: abramos los ojos del espíritu y de la fe, y contemplemos a Jesús resucitado con una homilía de San Gregorio Magno:

«Dos discípulos hacían juntos el camino. No creían y, sin embargo. hablaban del Señor. De repente, este se les aparece, pero bajo formas que no pudieron reconocerlo. Lo invitan a compartir su techo, como se hace con un viajero. Ponen, pues, la mesa a punto, presentan la comida y reconocen en la fracción del pan a Dios, a quien no habían reconocido en la explicación de la Escritura.

No es escuchando los preceptos de Dios como se han visto iluminados, sino cumpliéndolos: “No son los que escuchan la Ley los que serán justificados delante de Dios, sino los que ponen en práctica lo que dice la Ley”. Si alguno quiere comprender lo que ha escuchado, que se apresure a poner por obra lo que ya ha comprendido.

Amemos, pues, la hospitalidad, hermanos muy amados; amemos el practicar la caridad. San Pablo, refiriéndose a ella, afirma: “Conservad el amor fraterno y no olvidéis la hospitalidad: por ella algunos recibieron, sin saberlo, la visita de unos ángeles”. Pongamos atención, hermanos, en la grandeza de esta virtud. Recibamos a Cristo en nuestra mesa a fin de poder ser recibidos en su festín eterno. Demos ahora hospitalidad a Cristo presente en el forastero para que en el juicio no seamos como extraños que no lo conocemos, sino que nos reciba en su reino como hermanos».

Queridos hermanos: anunciemos la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo y seamos instrumentos de la paz del Señor en las alegrías y tribulaciones.

Recibamos a Nuestro Señor Jesucristo en nuestros corazones y reconozcámosle en las personas que están a nuestro alrededor y en aquellas que sufren por la pandemia. Oremos por ellas y si podemos ayudarlas también de otro modo, hagámoslo.

Glorifiquemos a Dios con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús por tu Palabra de vida eterna.

Que el Espíritu Santo nos ilumine para que tu palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.