SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR – CICLO A

LECTIO DIVINA – SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR – CICLO A

«Sepan que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo». Mt 28, 20.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Conclusión del santo evangelio según san Mateo 28, 16-20

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, lo adoraron, pero algunos dudaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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El texto de hoy, denominado “Misión de los discípulos”, es la conclusión del evangelio de San Mateo y nos presenta las últimas palabras de Jesús antes de su ascensión. Es como su última voluntad para la Iglesia naciente, su testamento para la Iglesia.

Las palabras de Jesús tienen tres partes bien definidas:

  • En la primera, Jesús manifiesta el pleno poder que tiene en el cielo y la tierra.
  • En la segunda parte, Jesús trasmite, a través de los discípulos, tres mandatos a toda la humanidad: el primero es el gran encargo, que es el envío a la misión universal; el segundo, es bautizar a todos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo; y el tercero, es cumplir sus enseñanzas.
  • En la tercera parte, como la tarea es muy grande, Jesús promete su presencia en medio de nosotros a través del Espíritu Santo, todos los días, hasta el fin del mundo.
  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?

En el texto de hoy Nuestro Señor Jesucristo nos invita a reconocer su poder y soberanía en nuestras vidas; para ello, debemos dejar de lado todas aquellas cosas mundanas que buscan reemplazar el lugar de Dios en nuestras vidas.

Nuestro Señor Jesucristo nos invita también a ser participantes activos de la misión universal sea cual sea el estado de nuestras vidas. Esta misión es amplia como el mundo, pero la asistencia del Espíritu Santo nos ayudará a cumplirla.

Así mismo, Nuestro Señor Jesucristo nos asegura su compañía permanente hasta el fin de los tiempos, aun en los momentos más difíciles, como el que vive actualmente la humanidad, en el que bebemos el cáliz doloroso de la pandemia y, aunque imploramos que el Señor lo aparte de nosotros, debemos decir confiadamente: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”, con la firme esperanza en la resurrección.

Hermanos, meditando la lectura de hoy, respondamos de corazón: ¿Reconocemos a Nuestro Señor Jesucristo como señor de nuestras vidas? ¿Participamos en la misión de llevar el evangelio en nuestra vida cotidiana? ¿Reconocemos la presencia de Nuestro Señor Jesucristo, aun en los momentos más difíciles?

Que las respuestas a estas interrogantes nos ayuden a vivir en permanente acción de gracias por el amor, misericordia y compañía de un Dios providente.

¡Jesús nos ama!

  1. Oración

Padre eterno, Dios todopoderoso, concédenos exultar santamente de gozo y alegrarnos con religiosa acción de gracias, porque la ascensión de Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria, y adonde ya se ha adelantado gloriosamente nuestra Cabeza, esperamos llegar también los miembros de su cuerpo.

Padre eterno, te pedimos los pobres, los marginados, los tristes, los abandona- dos, los enfermos y los encerrados en su soberbia; para que el Espíritu, que está ya muy próximo, les ayude e influya al resto de los hermanos una apoyo amoroso y solidario

Espíritu Santo, Espíritu de la verdad más plena y luminosa, líbranos de caer en los abismos del miedo y del pesimismo, y otórganos la alegría inquebrantable de tu amor.

Padre eterno, tú que diste el cuerpo y la sangre de tu amadísimo Hijo a nuestros hermanos difuntos, mientras vivían en este mundo, concédeles la gloria de la resurrección en el último día.

Madre Celestial, Madre del amor hermoso, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto del cardenal Giacomo Biffi:

«Sepan que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Es una frase de una sencillez absoluta, pero bajo cierto punto de vista es el centro y el sentido de todo el evento cristiano. Al tomarla en serio, todo cambia: nuestro modo de pensar, de celebrar, de vivir, se hace diferente. No es una expresión retórica, como cuando se dice que los héroes de la patria, los gigantes de la cultura y de la ciencia, los grandes filántropos, viven eternamente en medio de su pueblo, lo que en el fondo es una manera amable de decir que están muertos. Estos piadosos intentos de ilusionar y de ilusionarse no son del estilo del Señor.

Jesús está realmente con nosotros, y la percepción de esta presencia verdadera y personal me desconcierta. ¿Quién es este hombre que ha marcado con su huella toda mi vida, mi única vida; este hombre que ha condicionado y condiciona todos mis pensamientos y mis decisiones; este hombre invisible que afirma estar siempre conmigo?

Es extraño: hay momentos en los que su presencia es la de alguien con el rostro oculto. No sé nada. Sin embargo, he apostado mi vida por él. Y hay momentos en los que me parece que no conozco a nadie como a él. Ignoro el color de sus ojos, el timbre de su voz, el gesto de su mano; sin embargo, sé que le reconoceré al instante, como un viejo amigo al que encontramos entre la muchedumbre.

Jesús está siempre con nosotros: éste es el fundamento de nuestra confianza, pero no provoca ninguna jactancia.

Jesús está con nosotros, pero esto no supone que nosotros estemos siempre con él. Tenemos garantizada la fidelidad de Cristo, pero no la nuestra. “Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?” (Lc 18,8).

Es cierto que toda nuestra serenidad se basa en esta arcana inmanencia del Señor Jesús. La búsqueda de cualquier otro apoyo contamina el carácter genuino de nuestra esperanza y nos prepara para decepciones penosas, aunque purificadoras.

Jesús está siempre con nosotros: el drama de la soledad se vuelve, en el hombre que no se cierra, una llamada a la fe. Se trata de ser capaz de ver a este compañero de viaje que no nos deja nunca.

La tristeza que deriva de estar solos tal vez sea la tentación más radical. El hombre es esencialmente alguien que aspira a entrar en comunión. Si toda comunión se le presenta imposible, el alma padece una mutilación innatural y llega a desesperarse. Por eso, este final del evangelio de Mateo contiene una de las verdades más preciosas para la vida eclesial, y con ella debe volver a medirse continuamente el discípulo del Señor.

El cielo del espíritu es todavía más cambiante que el que se encuentra sobre nuestras cabezas. Nuestros días son siempre diferentes. Ahora bien, no hay ningún día sin Cristo, ningún día es incompatible con su presencia salvífica».

Hermanos: hagamos el esfuerzo de identificar todas aquellas cosas que nos alejan de la majestad de Nuestro Señor Jesucristo e ideemos las acciones y actitudes que debemos tener para contrarrestarlas.

Glorifiquemos a Dios con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús por tu Palabra de vida eterna.

Que el Espíritu Santo nos ilumine para que tu palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.