SÁBADO DE LA SEMANA XIX DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

LECTIO DIVINA DEL SÁBADO DE LA SEMANA XIX DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO A

SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA

«¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!» Lc 1, 42.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 1, 39-56

En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró a casa de Zacarías y saludo a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, salto la criatura en su vientre.

Se llenó Isabel del Espíritu Santo y grito a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú que has creído porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá».

María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él, hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia, como lo había prometido a nuestros padres en favor de Abraham y su descendencia por siempre». María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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Queridos hermanos: hoy celebramos la Gloria de la Asunción de Nuestra Santísima Madre la Virgen María. El Papa Pío XII, el 1 de noviembre de 1950, definió como dogma de fe que «la Inmaculada Madre de Dios, la siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial».

Los coros de los ángeles no podían contener su alegría y sus voces se oían en todos los confines de la creación. ¡Qué pregón tan glorioso! Se alegran los ángeles y alaban al Hijo de Dios.

Celebramos la Asunción de Nuestra Santísima Madre al cielo con la lectura de una de las primeras manifestaciones de Jesús en nuestro mundo a través del vientre de María: el encuentro de dos madres y de los dos hijos que ambas llevaban en sus senos. Nuestra Santísima Madre, que llevaba en su vientre bendito a Jesús, Redentor del mundo, acude a bendecir a Juan Bautista que se encontraba en el vientre de su prima Santa Isabel.

El saludo de María hace que Juan Bautista salte de alegría dentro del vientre de su madre Isabel, quien queda llena del Espíritu Santo. La plenitud del Salvador, aún en el vientre de Nuestra Santísima Madre, desborda bendiciones y gracias para la humanidad.

En la Visitación, Isabel y María son las primeras en reconocer y experimentar el gozo de la presencia viva de Dios entre nosotros. Y luego María proclama la grandeza del Señor con el cántico del Magnificat (capítulo 1, versículos del 46 al 56) que, por inspiración del Espíritu Santo, es uno de los cantos más hermosos de la Sagrada Escritura, donde María proclama la grandeza, la sabiduría y la misericordia de Dios.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?

De corazón, digamos a nuestra Santísima Madre, asunta en cuerpo y alma al cielo, la hermosa respuesta que el Espíritu Santo inspiró a Isabel: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!».

Hermanos: meditando la lectura de hoy, respondamos: ¿Reconocemos la presencia de Nuestro Señor Jesucristo y de Nuestra Santísima Madre en nuestras vidas? ¿Nos dirigimos confiados a Nuestra Santísima Madre como gran intercesora ante la Santísima Trinidad?

Hermanos, que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a descubrir el gozo de los que ponen continuamente su confianza en el Señor a través de María, Nuestra Madre.

¡Jesús nos ama!

  1. Oración

Volvamos a orar con la consagración cotidiana de San Maximiliano: «Virgen Inmaculada, Madre mía, María, te renuevo, hoy y para siempre, la consagración de toda mi persona, a fin de que dispongas de mí para el bien de las almas. Sólo te pido, oh Reina mía y Madre de la Iglesia, cooperar fielmente en tu misión para la venida de Jesús al mundo. Te ofrezco, por tanto, oh, Corazón Inmaculado de María, las oraciones, las acciones y los sacrificios de este día».

Padre eterno, concédenos la gracia de aspirar siempre a las realidades divinas para participar con Nuestra Santísima Madre, la Virgen María, de las glorias del cielo.

Madre Santísima, Madre de Jesús y de la Iglesia, que has vivido la presencia desbordante del Espíritu Santo, abre nuestro corazón y nuestra mente para que seamos dóciles a la Palabra de Dios.

Amado Jesús, tú que no quieres excluir a nadie de tu acción redentora, concede tu divina e infinita misericordia a todas las almas del purgatorio, especialmente, a todas aquellas que más la necesitan.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, Reina de los ángeles, tú que estás presente en cuerpo y alma tan cerca de la Santísima Trinidad, intercede por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Nuestra Santísima Madre la Virgen María, asunta en cuerpo y alma al cielo con un texto del Grupo de Dombes:

«La visitación es la escena del contagio de la alegría y del don del Espíritu Santo. Apenas ha recibido el mensaje del ángel, María parte apresurada a visitar a su pariente y a vivir con ella una efusión inaugural del Espíritu profético. Su partida es también una respuesta de su fe a la gracia. Cuando Isabel recibe el saludo de María, el movimiento de su hijo, Juan Bautista, es un salto de alegría, un estremecimiento de bienaventuranza. La primera voz humana que profetiza en el Nuevo Testamento es una voz de mujer, del mismo modo que también las mujeres serán las primeras mensajeras de la resurrección.

La palabra profética de Isabel es, en primer lugar, una bendición. María es objeto de una bendición especial entre todas las mujeres, la bendición que hoce de ella la madre del Mesías, el Bendito por excelencia. Isabel realiza también, por su parte, un acto de fe, puesto que ve ya en la madre de Jesús a la madre de su Señor. A continuación, profiere la primera bienaventuranza, la de su fe: María es bienaventurada porque creyó que se convertiría en la madre del Mesías».

Hermanos, que la Asunción de Nuestra Santísima Madre nos llene de alegría plena y nos aliente a seguir en el camino para llegar al cielo. Acudamos presencial o virtualmente a los sacramentos, pidiendo siempre la intercesión de Nuestra Santísima Madre en todas nuestras peticiones a la Santísima Trinidad.

Glorifiquemos a la Santísima Trinidad con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús por tu Palabra de vida eterna.

Que el Espíritu Santo nos ilumine para que tu palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.