LECTIO DIVINA DEL VIERNES DE LA SEMANA XX DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO A
MEMORIA OBLIGATORIA DE SAN PÍO X, PAPA
«Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser» Mt 22, 37.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Mateo 22, 34-40
En aquel tiempo, los fariseos al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron alrededor de Él, y uno de ellos que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el principal mandamiento de la Ley».
Él le dijo: «“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los profetas».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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San Pío X, cuyo nombre era Giuseppe Sarto, nació el 2 de junio de 1835 en Riese, provincia de Treviso, en una familia campesina. Su madre, viuda con diez hijos, le hizo terminar los estudios en el seminario. Fue ordenado sacerdote a los 23 años. En 1875 era canónigo; en 1884, obispo; en 1893, patriarca, y, por último, el 4 de agosto de 1903, papa. Su lema fue “renovar todo en Cristo”. Se caracterizaba por su pobreza, humildad y bondad. Fundó el Instituto Bíblico. Murió el 20 de agosto de 1914.
Hoy meditamos sobre el precepto más importante, o el gran mandamiento, anunciado por Nuestro Señor Jesucristo ante la pregunta maliciosa de un fariseo. Jesús respondió citando al Deuteronomio, capítulo 6, versículos 4 y 5, «Escucha Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amaras al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todas tus fuerzas». Después Jesús añade, citando al Levítico, capítulo 19, versículo 18: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».
Con su respuesta, Jesús sintetiza toda la Torá en lo que consideraba fundamental: el amor a Dios y al prójimo.
El texto de hoy también se encuentra también en el evangelio de Lucas, en el capítulo 10, versículos 25 al 28; y en el evangelio de Marcos, en el capítulo 12, versículos 28 al 34.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?
“El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom 5, 5).
Hermanos: la vida cotidiana nos plantea muchos imperativos. Nuestro Señor Jesucristo nos invita a reconocer entre ellos aquel para el que hemos sido creados: amar a Dios y al prójimo.
El despliegue maravilloso del amor de Dios nos conduce al agradecimiento y alabanza a Él por nuestras vidas, nuestras familias, nuestro planeta, por todos los dones que recibimos de Él. A la vez, nos cuestiona sobre nuestra manera de amar a Dios y amar al prójimo a través de nuestras obras.
Tengamos en cuenta lo que nos dice San Bernardo de Claraval, cuyo día celebramos ayer: “Alcanzar el cuarto grado del amor a Dios es volverse divino. Como una gota de agua vertida en el vino se pierde, y toma el color y el sabor del vino; o como una barra de hierro, al rojo vivo, se convierte en fuego mismo, olvidando su propia naturaleza; o como el aire, radiante de rayos del sol, parece no estar tan iluminado como para ser la luz misma; entonces en los santos todos los afectos humanos se desvanecen por alguna transmutación indescriptible en la voluntad de Dios”.
Haciendo silencio en nuestro corazón, respondamos: ¿Somos conscientes de que nuestra vida eterna depende de nuestro amor a Dios y al prójimo?
Que las respuestas a esta pregunta permitan acercarnos a la plenitud del amor de Nuestro Señor Jesucristo a través del prójimo.
¡Jesús nos ama!
- Oración
Dios eterno y maravilloso, tú que nos amas a pesar de nuestras debilidades y ofensas, concédenos la fuerza y los dones del Espíritu Santo para conocerte más, amarte más y servirte, amando al prójimo todos los días de nuestra vida.
Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, concédenos la gracia de reconocer en el prójimo más necesitado a Nuestro Señor Jesucristo y cumplir el mandamiento del amor con generosidad y misericordia.
Espíritu Santo derrama tu santa luz para que el mundo acoja las revelaciones de amor de Nuestro Señor Jesucristo con el convencimiento de que el amor de Dios todo lo puede.
Amado Jesús, gracias por recordarnos que tu amor es misericordioso, bondadoso y que consiste en atender al hermano necesitado, tal como tú lo hiciste durante tu vida y especialmente en la cruz.
Santísima Trinidad, haz que los sacerdotes y consagrados sean fieles a la misión de llevar la Palabra y tu misericordia a todo el mundo.
Amado Jesús, imploramos tu misericordia para que todas las almas del purgatorio hereden la vida eterna.
Madre Santísima, Madre del Amor hermoso, intercede por nuestras peticiones ante la Santísima Trinidad. Amén.
- Contemplación y acción
Hermanos, con un gozo pleno por la sabiduría de Dios, contemplémoslo con un texto de San Agustín:
«Yo, Señor, sé con certeza que os amo, y no tengo duda en ello. Heristeis mi corazón con vuestra Palabra y luego al punto os amé. Además de esto, también el cielo, la tierra y todas las criaturas que en ellos se contienen por todas partes, me están diciendo que os ame y no cesan de decírselo a todos los hombres, de modo que no puedan tener excusa si lo omiten.
Pero el más alto y seguro principio de ese amor es que vos usáis con ellos vuestra misericordia, haciendo que os amen aquellos con quienes habéis determinado ser misericordioso. Concedéis por vuestra piedad que os tengan amor los que por misericordia vuestra teníais escogidos para que os amaran, sin lo cual serían inútiles las voces con las que el cielo y la tierra se explican incesantemente en vuestras alabanzas, como si las dijeran a los sordos.
Pero ¿qué es lo que yo amo cuando os amo? No es hermosura corpórea, ni bondad transitoria, ni luz material agradable a estos ojos. No son suaves melodías de cualquier canción, no la gustosa fragancia de las flores, ungüentos o aromas; no la dulzura del maná o la miel, ni finalmente deleite alguno que pertenezca al tacto o a otros sentidos del cuerpo.
Nada de eso es lo que amo cuando amo a mi Dios; y no obstante eso, amo una cierta luz, una cierta armonía, una cierta fragancia, un cierto manjar y deleite cuando amo a mi Dios, que es luz, melodía, fragancia, alimento y deleite de mi alma. Resplandece entonces en mi alma una luz que no ocupa lugar; se percibe un sonido que no lo arrebata el tiempo; se siente una fragancia que no la esparce el aire; se recibe gusto de un manjar que no se consume comiéndose; y se posee estrechamente un bien tan delicioso que, por más que se goce y se sacie el deseo, nunca puede dejarse. Pues todo esto es lo que amo cuando amo a mi Dios».
Señor, confiados en tu paciencia y misericordia, deseamos asumir el compromiso de contrastar nuestras vidas con tus mandamientos de amor. Deseamos, Señor, alabarte toda nuestra existencia. Bendito y alabado seas Señor.
Glorifiquemos a la Santísima Trinidad con nuestras vidas.
Oración final
Gracias Señor Jesús por tu Palabra de vida eterna.
Que el Espíritu Santo nos ilumine para que tu palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.
Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.