MARTES DE LA SEMANA I DE ADVIENTO – CICLO B

LECTIO DIVINA DEL MARTES DE LA SEMANA I DE ADVIENTO – CICLO B

CARLOS DE FOUCAULD

«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a los sencillos. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien» Lc 10, 21.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 10, 21-24

En aquel tiempo, lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a los sencillos. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».

Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: «¡Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven! Porque les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven, y no lo vieron; y oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Todo nuestro ser debe ser una predicación viva, un reflejo de Jesús, un perfume de Jesús, algo que grita a Jesús, que hace ver a Jesús, que brilla como una imagen de Jesús». Carlos de Foucauld.

Hoy celebramos a Carlos de Foucauld. Nació en Estrasburgo (Francia) el 15 de septiembre de 1858. Quedó huérfano a los seis años. Estudió con los jesuitas en Nancy y Paris entre 1872 y 1875. Entró en la academia militar en 1876. En 1880 fue enviado como oficial a Argelia. Renunció a su puesto para estudiar árabe y hebreo.

En 1886 tuvo una profunda experiencia de conversión. Habiendo vivido derrochando dinero y aventurando, comenzó a rezar: «Señor, si existes, que yo te conozca». Un amigo lo dirigió al Padre Huvelin, con quien se confesó y se convirtió en un hombre nuevo. Desde entonces optó por una vida muy sencilla. En 1904 se dedicó a la evangelización de los Tauregs, tribu nómada. Tradujo los Evangelios al lenguaje taureg y escribió varios libros sobre ellos.

En 1909 fundó la Unión de Hermanos y Hermanas del Sagrado Corazón para evangelizar las colonias francesas de África. El 1 de diciembre de 1916, a los 58 años, Charles de Foucauld muere por un disparo de fusil en medio de una revuelta antifrancesa de los bereberes de Hoggar.

En el pasaje de hoy Jesús pronuncia jubilosamente una hermosa plegaria de agradecimiento y alabanza a Dios Padre, el «Señor del cielo y de la tierra», después del regreso de los setenta y dos discípulos, quienes expresaban su alegría por el éxito misionero.

Es una plegaria que brota de un corazón admirado por la hermosa simplicidad de la humildad, esa virtud que trasciende a las categorías humanas, que se distancia de los «sabios y entendidos» y que nos introduce en el gran misterio de la comunión del Hijo con Dios Padre.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?

En esta plegaria de agradecimiento y alabanza que dirige a Dios Padre, Nuestro Señor Jesucristo toca nuestro anhelo más profundo, donde reside toda plenitud, porque en ella sobresale la virtud de la humildad de los “pequeños”, quienes logran comprender y aceptar los misterios del amor de Nuestro Señor Jesucristo, dejando de lado todo interés personal.

Mientras que el mundo promueve conductas que elevan la autosuficiencia de las personas, el egoísmo y la soberbia, Nuestro Señor Jesucristo nos enseña que la humildad es la llave maestra para aceptar y acercarse al amor y a la misericordia de Dios.

En este tiempo de Adviento, busquemos que Nuestro Señor Jesucristo llene nuestros corazones a través de la lectura orante y práctica de su Palabra. Estemos atentos para no dejarnos llevar por los mensajes del mundo que buscan desorientarnos, y pidamos al cielo la virtud de la humildad.

Hermanos: a la luz de la Palabra de Dios, respondamos: ¿Cuáles son las situaciones que nos alejan de la virtud de la humildad?

Que las respuestas a esta pregunta nos ayuden a profundizar con fe y humildad en las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo, con el fin de ponerlas en práctica en la misión que cada uno de nosotros tiene inscrita en el corazón.

  1. Oración

Oremos con las mismas palabras de Nuestro Señor Jesucristo: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a los sencillos. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».

Amado Jesús, otórganos la virtud de la humildad para comprender tus enseñanzas y ponerlas en práctica en nuestras familias, comunidades, amistades, centros de trabajo y estudios, y por donde vayamos.

Padre eterno, tú que enviaste a Nuestro Señor Jesucristo al mundo para salvar a los pecadores, concede a todos los difuntos el perdón de sus faltas.

Santa Madre de Dios, Reina de la paz, Madre del amor hermoso, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de Carlos de Foucauld:

«Jesús nos habla: Es normal que os acechen las persecuciones. Si me imitáis predicando el Evangelio y siguiendo la verdad, las persecuciones que me acechan, también os aguardan: recibidlas con alegría, como preciados distintivos de identidad conmigo, como imitación del Bienaventurado …

Soportadlas con calma, sabiendo que, si os dominan, yo lo he permitido, y sólo os golpearán en la medida que yo lo permita. Sin mi permiso ni uno solo de vuestros cabellos cae …

Aceptad pacientemente la voluntad de Dios, dándole la bienvenida a todo lo que suceda. Sufrid con coraje vuestros padecimientos, ofreciéndoselos a Dios como un sacrificio; sufridlos rogando por vuestros perseguidores, ya que son hijos de Dios y yo mismo os he dado el ejemplo de rezar por todos los hombres: perseguidores y enemigos».

Contemplemos también a Nuestro Señor Jesucristo con un escrito de San Agustín:

«Te veo, buen Jesús, con los ojos que tú has abierto en mi interior, te veo gritando y llamando a todo el género humano: “Venid a mí, aprended de mí”.

¿Cuál es la lección? Tú, por quien todo ha sido creado, ¿cuál es la lección que venimos a aprender en tu escuela? “Que soy sencillo y humilde de corazón”. Aquí están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y la ciencia; aprended esta lección capital: ser sencillos y humildes de corazón.

Que escuchen, que vengan a ti, que aprendan de ti a ser sencillos y humildes de corazón los que buscan tu misericordia y tu verdad, viviendo para ti y no para ellos mismos.

Que lo escuche aquel que sufre, que está cargado con un fardo que lo hace desfallecer, hasta tal punto que no se atreve a levantar los ojos al cielo, el pecador que golpea su pecho y se queda a distancia.

Que lo oiga el centurión, que no se sentía digno de que tú entraras en su casa. Que lo oiga Zaqueo, el jefe de los publicanos, cuando devuelve cuatro veces el fruto de su pecado.

Que lo oiga la mujer que había sido pecadora en la ciudad y que derramaba tantas lágrimas a tus pies por haber estado tan alejada de tus pasos. Que lo escuchen las mujeres de la vida y los publicanos, que en el reino de los cielos preceden a los escribas y fariseos. Que lo oigan los enfermos de toda clase, con quienes compartías la mesa y te acusaron de ello.

Todos estos, cuando se vuelven hacia ti, se convierten fácilmente en gente sencilla y humilde ante ti, acordándose de su vida llena de pecado y de tu misericordia llena de perdón, porque “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”».

Hermanos: pidamos hoy la intercesión de Charles de Foucauld para que, con la dulce compañía de Nuestra Santísima Madre, Dios nos otorgue la virtud de la humildad y reavivemos nuestra fe en este Adviento.

Glorifiquemos a Dios con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús por tu Palabra de vida eterna.

Que el Espíritu Santo nos ilumine para que tu palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.