MARTES DE LA OCTAVA DE NAVIDAD – CICLO B

LECTIO DIVINA DEL MARTES DE LA OCTAVA DE NAVIDAD – CICLO B

«Todo primogénito varón será consagrado al Señor». Lc 2, 23.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 2, 22-35

Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones».

Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel».

Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, este está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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Y el Señor dijo a Moisés: «Declara que todo primogénito me está consagrado. Todo primogénito de los hijos de Israel, lo mismo hombre que animal, me pertenece. Rescatarás a todo primogénito entre tus hijos. Y cuando te pregunten qué significa esto, tú les responderás: El Señor nos sacó con mano fuerte de Egipto, morada de nuestra esclavitud. Como el faraón se empeñaba en no dejamos partir, Yahvé hizo perecer a todos los primogénitos de Egipto, tanto entre los hombres como entre las bestias. Por eso inmolo yo a Yahvé todo animal primogénito y rescato al primer nacido entre mis hijos» Ex 13, 1-16.

Hoy, en el tiempo de Navidad, meditamos cómo María y José, fieles a las tradiciones judías y a lo mandado por el Señor, cumplen con los ritos establecidos por la Ley.

De acuerdo con la Ley, cuando nacía un varón eran tres los ritos: primero, la circuncisión del niño a los ocho días de nacido (Lv 12,3), que también es el momento en el cual se le imponía el nombre a la criatura. Segundo, la presentación en el Templo por tratarse del primogénito varón; y, tercero, la purificación de la madre, por la que María y José entregan la ofrenda de las personas humildes: un par de tórtolas o dos pichones. Una pareja de tórtolas costaba dracma y medio, que equivalía a un día y medio de trabajo de un obrero.

Una vez en el templo, María y José encuentran a un anciano de alma joven, a Simeón, hombre profundamente religioso que esperaba conocer al Mesías. Este encuentro desconcertante se produce en el lugar más sagrado, en el templo.

La oración que Simeón pronuncia es el resultado de una explosión de júbilo y de agradecimiento en su corazón. Simeón es como un centinela que Dios envió para vigilar la aparición de la luz que alumbrará a todas las naciones de la tierra; es también un profeta que desveló el enorme destino del pequeño Jesús.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite el día de hoy a través de su Palabra?

Repitamos la oración de Simeón: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel».

La paz es la consecuencia de haber visto al Salvador, es el resultado de haber accedido a la luz que produce el encuentro íntimo con Nuestro Señor Jesucristo. Es el convencimiento pleno de que Él es el Señor de la historia, de la humanidad, de la eternidad. Busquémoslo, no tardemos más y ayudemos a nuestros hermanos a buscarlo y a encontrarlo.

Hermanos: a la luz de la Palabra, respondamos: ¿Cómo demostramos a Dios nuestro agradecimiento por los dones que nos ha otorgado a lo largo de la vida? ¿Somos capaces, como Simeón, de esperar la vida entera para alcanzar la esperanza?

Que las respuestas a estas preguntas, con la ayuda del Espíritu Santo, nos ayuden a ser agradecidos con Dios y a cultivar la fe, la esperanza y el amor.

¡Jesús nos ama!

  1. Oración

Padre eterno, Dios invisible y todopoderoso, que disipaste las tinieblas del mundo con la venida de la luz verdadera, míranos con bondad, para que nuestras alabanzas proclamen dignamente el sublime nacimiento de tu Hijo unigénito.

Amado Jesús, mira con bondad y perdón a las almas del purgatorio, y permíteles alcanzar la vida eterna en el cielo.

Madre Santísima, te agradecemos por acoger en tu seno al Hijo de Dios y te pedimos que intercedas ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo a través de Nuestra Santísima Madre con un sermón de San Bernardo de Claraval:

«Ofrece tu Hijo, Virgen sagrada, y presenta al Señor el fruto bendito de tu seno virginal. Ofrece para nuestra reconciliación la victima santa y agradable a Dios, que aceptará la nueva ofrenda y preciosísima víctima, de la cual dice: “Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo todas mis complacencias”.

Pero esta ofrenda, hermanos míos, parece bastante delicada, puesto que solamente es presentado el niño al Señor; después es redimido con algunas aves y luego se lo llevan. Tiempo vendrá en el que no será ofrecido en el templo ni entre los brazos de Simeón, sino fuera de la ciudad y entre los brazos de la cruz. Vendrá el tiempo en el que no será redimido con lo ajeno, sino que redimirá a otros con su propia sangre, porque Dios Padre le ha enviado para la redención de su pueblo. Aquel será sacrificio de la tarde, y este es de la mañana; éste es más gustoso, pero aquel será más lleno; este es en el tiempo de su nacimiento, aquel será en la plenitud de la edad.

Sin embargo, de uno y otro puedes entender lo que predijo el profeta: fue ofrecido porque el mismo quiso, pues aún ahora fue ofrecido no porque tenía necesidad, no porque estaba bajo del edicto de la ley, sino porque quiso; y en la cruz igualmente fue ofrecido no porque lo mereció, no porque los judíos lo maquinaron, sino porque el mismo quiso. Yo os ofreceré voluntariamente un sacrificio, Señor, porque voluntariamente fuiste ofrecido por mi salud, no por tu necesidad.

Pero ¿qué ofreceremos nosotros, hermanos míos, o qué le devolveremos por todos los bienes que nos ha hecho? El ofreció por nosotros la víctima más preciosa que tuvo, y no puede haber otra más preciosa; hagamos también nosotros lo que podamos ofreciéndole lo mejor que tenemos, que somos nosotros mismos. Él se ofreció a sí mismo; ¿tú quién eres, que dudas en ofrecerte?».

Hermanos: hagamos el compromiso de agradecer diariamente a Dios y, si es posible, a cada instante, por los dones que hemos recibido.

Glorifiquemos a la Santísima Trinidad con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús por tu Palabra de vida eterna.

Que el Espíritu Santo nos ilumine para que tu palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.