VIERNES DE LA SEMANA IX DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

LECTIO DIVINA DEL VIERNES DE LA SEMANA IX DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

«Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies» Mc 12,36; Sal 110,1.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Marcos 12,35-37

En aquel tiempo, mientras enseñaba en el templo, Jesús preguntó: «¿Cómo dicen los letrados que el Mesías es hijo de David? El mismo David, movido por el Espíritu Santo, dice: “Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies”. Si el mismo David lo llama Señor, ¿cómo puede ser hijo suyo?». La gente, que era mucha, disfrutaba escuchándolo.

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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El texto que hoy meditamos, denominado “Sobre el Mesías y David”, también se encuentra en Lucas 20,41-44 y en Mateo 22,41-46.

A pesar de que era común la idea de que el Mesías sería descendiente de David, de acuerdo con la profecía de Natán, en este pasaje evangélico de hoy, Jesús cuestiona la enseñanza de los doctores sobre el Mesías, y no acepta la filiación davídica por dos razones: primero, porque Él es más que David; y segundo, porque rechaza la idea de un rey, que, como David o cualquier otro, divide el mundo en clases sociales, promueve ideologías anticristianas, impone pesados tributos, es excluyente, y se basa en la pedagogía de la violencia y no del amor y la conciencia.

Aun cuando Jesús cuestionó las enseñanzas de los doctores, no rechazó ser llamado «hijo de David» por los enfermos que le suplicaban curación y por el pueblo que lo aclamaba cuando entró en Jerusalén. Sin embargo, él se autodenominó «Hijo del hombre», título mesiánico que aparece en Daniel 7,13. Hay que tener en cuenta que en la referencia del salmo 100, David le llama “Señor”.

De esta manera, Jesús abre las puertas para que la gente, que disfrutaba escuchándolo, comprenda su divina identidad.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

Una de las características del ser humano es la búsqueda permanente de su identidad, así como su deseo de alcanzar una íntima familiaridad con Dios, aun en medio de las tempestades que atraviesa, como la actual. Pero es a través de Nuestro Redentor que podemos comprender nuestra identidad de hijos de Dios Padre y, por lo tanto, ser plenamente conscientes de nuestra vocación de santidad.

Por ello, es preciso conocer más a Nuestro Salvador a través de sus enseñanzas y ejemplos, e imitar su accionar, orando incesantemente para vencer las tentaciones y alcanzar la fe. Descubramos, pues, el sacerdocio real de Nuestro Señor Jesucristo.

Haciendo silencio en nuestro corazón, respondamos: ¿Reconocemos nuestra identidad como hijos de Dios Padre? ¿Reconocemos a Nuestro Señor Jesucristo como el rey de nuestras vidas?

Que las respuestas a estas preguntas permitan acercarnos a la plenitud del amor de Nuestro Señor Jesucristo, de Dios Padre y de Dios Espíritu Santo.

¡Jesús nos ama!

  1. Oración

Padre eterno, Dios maravilloso, concédenos, a través de las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo, la fuerza y los dones de tu Espíritu Santo para acercarnos más a ti y te reconozcamos como nuestro Padre amado.

Padre eterno, Padre de bondad, Dios Todopoderoso, que a través de tu amado Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, salvas a tu pueblo, permítenos ser hallados dignos de sentarnos en la mesa celestial con Nuestro Salvador.

Santísima Trinidad, haz que los sacerdotes y consagrados sean fieles a la misión de llevar la Palabra y tu misericordia a todo el mundo.

Amado Jesús, autor de la Vida, tú que eres la Vida misma, otorga el beneficio de la vida eterna a todos los difuntos de todo tiempo y lugar. Muestra Señor tu amor y misericordia con ellos y para con la humanidad.

Madre Santísima, Madre del Amor hermoso, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con una oración de San Agustín:

«Te he buscado según mis fuerzas y en la medida que tú me hiciste poder, y anhelé ver con mi inteligencia lo que creía mi fe, y mucho disputé y me afané.

Señor y Dios mío, mi única esperanza, óyeme para que, cansado, no sucumba y deje de buscarte; para que busque siempre tu rostro con ardor.

Dame fuerzas para la búsqueda, tú que hiciste que te encontrara y me has dado la esperanza de encontrarte más y más.

Ante ti están mi firmeza y mi flaqueza: sana ésta y conserva aquélla. Ante ti están mi ciencia y mi ignorancia: donde me abriste, acoge al que entra; donde me cerraste la entrada, abre al que llama.

Haz que me acuerde de ti, que te comprenda y te ame. Acrecienta en mí estos dones hasta mi reforma completa»

Contemplemos también la identidad y el sacerdocio real de Nuestro Señor Jesucristo con un texto de Hilario de Poitiers:

«Hemos zarpado de la costa sin puerto de arribo y nos encontramos en alta mar entre olas tempestuosas, imposibilitados tanto para retirarnos como para avanzar sin peligro; sin embargo, hay en el camino que debemos recorrer mayores dificultades que en este recorrido.

El Padre es tal cual se ha manifestado, y como tal hemos de creerlo. En cuanto al Hijo, nuestra inteligencia se sobrecoge en el intento de alcanzarle y toda palabra se queda vacilante al hacerse oír. Él es, en efecto, la progenitura del inengendrado, uno de uno, verdadero de verdadero, viviente de viviente, perfecto de perfecto, potencia de la potencia, sabiduría de la sabiduría, la gloria de la gloria, la imagen del Dios invisible, la forma del Padre inengendrado.

Ahora bien, ¿cómo juzgaremos la descendencia del Unigénito respecto al Inengendrado? El Padre proclama, en efecto, otras veces desde el cielo: “Éste es mi Hijo amado en el que me he complacido”. No se trata de corte o de separación; el que engendra es, en efecto, impasible, el que nació es imagen del Dios invisible y atestigua: “Porque el Padre está en mí y yo estoy en el Padre”.

No se trata de adoración; de hecho, es el verdadero Hijo de Dios, y proclama: “Quien me ha visto a mí, ha visto también al Padre”».

Amado Jesús, confiados en tu paciencia y misericordia, te reconocemos como rey de nuestras vidas, aceptando nuestra identidad de hijos de Dios Padre. Deseamos también asumir el compromiso de proclamar tu Palabra a través de nuestras acciones. Deseamos, Señor, alabarte durante toda nuestra existencia. Bendito y alabado seas Señor.

Glorifiquemos a la Santísima Trinidad con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús por tu Palabra de vida eterna.

Que el Espíritu Santo nos ilumine para que tu palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.