LECTIO DIVINA DEL SÁBADO DE LA SEMANA XII DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO B
SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER
«Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi criado quedará sano». Mt 8,8.
Oración inicial
Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.
- Lectura
Lectura del santo evangelio según san Mateo 8,5-17
En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaúm, un centurión se le acercó rogándole: «Señor, tengo en casa a mi siervo que está en cama paralítico y sufre mucho». Jesús le dice: «Voy yo a curarlo». Pero el centurión le respondió: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa. Pero una palabra tuya bastará para que mi siervo quede sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno “Ve”, y va; al otro: “Ven”, y viene; y a mi criado: “Haz esto”; y lo hace».
Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «En verdad les digo que en Israel no he encontrado a nadie con tanta fe. Les digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos; en cambio, a los hijos del reino los echarán fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes». Y al centurión le dijo: «Ve, que se cumpla lo que has creído». Y en ese momento el criado quedó sano.
Al llegar Jesús a casa de Pedro, encontró a la suegra de éste en cama, con fiebre; le tocó la mano y la fiebre se le pasó. Ella se levantó y se puso a servirle. Al atardecer, le llevaron muchos endemoniados. Él con una palabra expulsó los espíritus y curó a todos los enfermos. Así se cumplió lo que dijo el profeta Isaías: «Él tomó nuestras debilidades y cargó con nuestras enfermedades».
Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.
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Hoy celebramos a Josemaría Escrivá de Balaguer. Nació en Barbastro, en Huesca, España, el 9 de enero de 1902 en una familia con profunda formación cristiana. Recibió la ordenación sacerdotal el 28 de marzo de 1925 y comienza a ejercer su ministerio en una parroquia rural y luego en Zaragoza. En Madrid, en octubre de 1928, Dios le hace ver la misión para la que le venía preparando interiormente, y funda el Opus Dei.
Durante la guerra civil ejerce su ministerio clandestinamente. En 1946 fija su residencia en Roma, desde donde se ocupa con gran intensidad de la formación de los miembros de la Obra y de impulsar su expansión por todo el mundo. Murió en junio de 1975. Fue beatificado por el papa Juan Pablo II en 1992 y canonizado el 6 de octubre de 2002.
El pasaje evangélico de hoy se ubica inmediatamente después del texto que meditamos ayer sobre la curación del leproso. El texto de hoy narra dos sanaciones, exorcismos y otras curaciones.
En primer lugar, Jesús sana al siervo de un centurión. Tengamos en cuenta que el centurión era el jefe de cien hombres del ejército romano, representante del colonialismo y, a la vez, pagano, lo cual lo convertía en una persona detestada por los judíos. Pero, por su fe entra en la nueva comunidad y se convierte en una persona ejemplar.
Las palabras del centurión se han convertido en una de las más hermosas oraciones litúrgicas con que nos preparamos para comulgar: “Señor no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”.
En segundo término, Jesús sana a la suegra de Pedro. Ella, una vez sana, se puso a servirle, tal como lo expresa el versículo 15. Esto es un indicativo de que la sanación capacita para el servicio. Finalmente, en tercer lugar, Jesús expulsa demonios y sana a todos los enfermos que se le acercaban. De esta manera, las personas, con la sanación, no solo quedan listas para el servicio, sino también recuperan la dignidad de hijos de Dios.
- Meditación
Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?
La fe inquebrantable del centurión en Jesús es realmente admirable y nos llena de asombro. A la vez, es un maravilloso ejemplo que debemos cultivar con nuestra plena disponibilidad de servicio, y pidiendo al Espíritu Santo la gracia para alcanzar dicha fe y humildad. Porque no puede haber fe verdadera sin una profunda humildad.
Es también una lección, ya que a veces rechazamos a personas que no forman parte de nuestra comunidad e incluso de nuestro credo, pero que, sin embargo, son ejemplo de actitud y fe inquebrantable. Por ello, la lectura de hoy es un llamado para que confiemos nuestros planes a Nuestro Señor Jesucristo y nos abandonemos en Él para conseguir la sanación de nuestro espíritu y la paz de nuestro corazón.
Queridos hermanos, meditando la palabra de hoy, es conveniente que nos preguntemos: ¿Cómo está nuestra confianza y fe en Nuestro Señor Jesucristo?
Que las respuestas a esta pregunta nos impulsen a confiar plenamente en Nuestro Señor Jesucristo, pidiendo la gracia, al cielo, de aumentar nuestra fe.
¡Jesús nos ama!
- Oración
Padre eterno, que has suscitado en la Iglesia a san Josemaría, sacerdote, para proclamar la vocación universal a la santidad y al apostolado, concédenos, por su intercesión y su ejemplo, que en el ejercicio del trabajo ordinario nos configuremos a tu Hijo Jesucristo y sirvamos con ardiente amor a la obra de la Redención.
Amado Jesús, acepta nuestro deseo de acercarnos más a tu sagrado corazón, te suplicamos nos envíes tu Espíritu Santo para que nos ayude a ser humildes y a aumentar nuestra fe en tu bondad, y dar testimonio tuyo a través de nuestras vidas.
Amado Jesús, otórgale a la Iglesia la fe y humildad del centurión, que transformó su confianza y humildad en un prodigio de amor y de fe.
Amado Señor Jesús, te suplicamos recibas en tu reino, por tu inmensa misericordia, a nuestros hermanos difuntos.
Dulce Madre María, Madre celestial, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.
- Contemplación y acción
Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con una homilía de San Jerónimo:
«La suegra de Simón estaba acostada con fiebre. ¡Ojalá venga y entre el Señor en nuestra casa y con un mandato suyo cure las fiebres de nuestros pecados! Porque todos nosotros tenemos fiebre. Tengo fiebre, por ejemplo, cuando me dejo llevar por la ira. Existen tantas fiebres como vicios. Por ello, pidamos a los apóstoles que intercedan ante Jesús, para que venga a nosotros y nos tome de la mano, pues si él toma nuestra mano, la fiebre huirá al instante.
Él es un médico egregio, el verdadero protomédico. … Y acercándose a aquella, que estaba enferma… Ella misma no pudo levantarse, pues yacía en el lecho, y no pudo, por tanto, salir a su encuentro. Más este médico misericordioso acude él mismo junto al lecho… Pero ya que te encuentras oprimida por la magnitud de las fiebres y no puedes levantarte, yo mismo vengo. Y acercándose, la levantó. Ya que ella misma no podía levantarse, es tomada por el Señor…
Con su mano tomó el Señor la mano de ella. ¡Oh feliz amistad, oh hermosa caricia!… Que toque también nuestra mano, para que sean purificadas nuestras obras, que entre en nuestra casa: levantémonos por fin del lecho, no permanezcamos tumbados. Está Jesús de pie ante nuestro lecho… Levantémonos y estemos de pie: es para nosotros una vergüenza que estemos acostados ante Jesús. Alguien podrá decir: ¿dónde está Jesús? Jesús está ahora aquí. “En medio de vosotros -dice el evangelio- está uno a quien no conocéis”. “El Reino de Dios está entre vosotros”. Creamos y veamos que Jesús está presente. Si no podemos tocar su mano, postrémonos a sus pies. Si no podemos llegar a su cabeza, al menos lavemos sus pies con nuestras lágrimas. Nuestra penitencia es ungüento del Salvador… Sirvamos también nosotros a Jesús. Él acoge con gusto nuestro servicio».
Queridos hermanos: pidamos diariamente la intervención del Espíritu Santo para que nos conceda la gracia de incrementar nuestra fe. Acompañemos estas peticiones con la oración frecuente y la meditación diaria de la Palabra, con el fin de conocer más a Nuestro Señor Jesucristo. Así mismo, que la Santa Eucaristía, aun espiritualmente, sea nuestro alimento del alma.
Glorifiquemos a la Santísima Trinidad con nuestras vidas.
Oración final
Gracias Señor Jesús por tu Palabra de vida eterna.
Que el Espíritu Santo nos ilumine para que tu palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.
Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.
Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.