DOMINGO DE LA SEMANA XIII DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

LECTIO DIVINA DEL DOMINGO DE LA SEMANA XIII DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

«Talitha qum» (que significa: «Contigo hablo, niña, levántate»). Mc 5,41.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Marcos 5,21-43

En aquel tiempo, Jesús atravesó, de nuevo en barca, a la otra orilla; una gran multitud se reunió a su alrededor, y se quedó junto al mar. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva». Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba.

Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos y se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que, con solo tocarle el vestido, se curaría. Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias, y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió enseguida, en medio de la gente preguntando: «¿Quién me ha tocado el manto?». Los discípulos le contestaron: «¿Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: ¿Quién me ha tocado?». Él seguía mirando alrededor para ver quién había sido. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo. Y él le dijo: «Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud».

Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: «Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al Maestro?». Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: «No temas, basta que tengas fe». No permitió que lo acompañara nadie más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos. Entró y les dijo: «¿Qué alboroto y que lloros son esos? La niña no está muerta, está dormida». Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña, la cogió de la mano y le dijo: «Talitha qum» (que significa: «Contigo hablo, niña, levántate»). La niña se levantó inmediatamente y comenzó a caminar; tenía doce años. Y se quedaron totalmente admirados. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

 

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El pasaje evangélico de hoy se encuentra también en Mateo 9,18-26 y en Lucas 8,40-56, y narra dos milagros de Jesús a dos mujeres: la curación de la mujer hemorroísa (“el milagro robado”) y el milagro en el que resucita a la hija de uno de los jefes de la sinagoga que, según Marcos y Lucas, se llamaba Jairo. Mientras los gerasenos echan a Jesús de su territorio, Jairo, el jefe de la sinagoga le suplica que vaya a su casa.

Los elementos comunes en los dos milagros son la fe y el contacto con Jesús, que son dos de las características esenciales de las personas que se acercan a Nuestro Redentor con la intención de renovar su vida. Jesús estaba siempre dispuesto a auxiliar a todos aquellos a quienes se acercaban a Él con fe; hoy y siempre, ocurrirá lo mismo.

Por eso, sana la dolencia de la mujer que es discriminada por el mal que la aquejaba desde hace doce años y que intentaba ocultar el milagro ante la gente. Así mismo, convierte en alegría el inmenso dolor del padre que ha perdido a su hija.

La fuerza amorosa de Jesús obra milagros; para Él es posible lo que es imposible para nosotros. Con solo rozar su amoroso corazón estamos curados. Tocar a Dios con fe, salva.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

Hoy, Nuestro Señor Jesucristo nos pide una fe humilde, perseverante y audaz para mantener el corazón unido a Él. Para alcanzar dicha unión, hay que abandonar la soberbia.

¿Cuál sería la reacción del jefe de la sinagoga, donde Jesús era despreciado y considerado como endemoniado debido a su poder para expulsar demonios? ¿Qué difícil debe ser para el orgullo humano reconocer que realmente necesitamos a Dios a quien a veces hemos ignorado y menospreciado?

Debemos confiar en Nuestro Señor Jesucristo, Él es el Señor de la vida. Para los que creemos en Cristo: ni la enfermedad ni la muerte tienen un poder permanente, porque Él las venció y en su Reino no existirán más. Invoquémoslo en silencio, serenamente y con fe.

Hermanos: a la luz de la Palabra, respondamos ¿Conocemos a personas discriminadas por múltiples razones que desean reincorporarse al rebaño del Pastor de pastores? ¿Las ayudamos a acercarse a Nuestro Señor Jesucristo o las rechazamos?

Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a buscar y promover la búsqueda de aquella fe sencilla que permite el contacto auténtico con Nuestro Señor Jesucristo.

¡Jesús nos ama!

  1. Oración

Padre eterno, oh, Dios, que por la gracia de la adopción has querido hacernos hijos de la luz, concédenos que no nos veamos envueltos por las tinieblas del error, sino que nos mantengamos siempre en el esplendor de la verdad.

Amado Jesús: nos acercamos a ti con una fe imperfecta pero confiados en tu misericordia. Señor: aumenta nuestra fe, libéranos de las esclavitudes del pecado y otórganos los dones del Espíritu Santo para ser misericordiosos como tú lo eres.

Espíritu Santo: infunde fortaleza y aumenta la fe a todos los sacerdotes y consagrados para llevar las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo a todos los confines de la tierra.

Amado Jesús: mira con bondad y misericordia a las almas del purgatorio, alcánzales la recompensa de la vida eterna en el cielo.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de Albert Besnard:

«El Reino de Dios es simplemente el mismo corazón de Jesús un océano de paz soberana al que no podrá llegar nunca ningún tumulto. “¿Quién es éste, que hasta la muerte y la vida le obedecen?”, decían en la casa de Jairo. Solo Dios hace cosas semejantes. Y las hace en nosotros, para nosotros, en cuanto le permitimos hacerlas vivir. “No temas”, decía Jesús a Jairo, “sólo ten fe”. ¿Y qué es la fe? Distender el brazo y, con ello, la tensión de nuestros tumultos; coger la mano de Dios, que siempre está tendida. La fe es la certeza de esta mano tendida, el instinto que nos hace cogerla, la confianza que nos hace abandonarnos a ella, la serenidad que se instaura en el fondo de nuestro ser y que va haciendo desaparecer poco a poco las huellas del tumulto, los sobresaltos del ansia, el estrépito de nuestra agitación.

La hemorroísa del evangelio ilustra esta fe victoriosa. La guía lo único necesario: el instinto seguro, que la hace apuntar en línea recta hacia Jesús, para extender la mano hacia la única fuente de curación y de paz. No va a ciegas, no tiende la mano hacia un taumaturgo de paso: la fe no es credulidad. Hoy son demasiados los que están dispuestos a probar cualquier receta que prometa maravillas. No, sólo la fe sabe a quién debe llegar.

Busca a aquel que dijo: “Mi paz les dejo, mi paz les doy, no como la da el mundo» (Jn 14,27). Una paz no para dormir, sino para vivir. No para ser anestesiados de nuestros propios sufrimientos, sino para poder ofrecerlos y hacerlos fecundos. No para olvidar las necesidades de los otros, sino para servirles.

Una paz en la que resuena la palabra que oyó la hija de Jairo, la palabra que nos hace ser y nos despierta continuamente: “Niña, a ti te hablo, levántate” (Mc 5,41). Esta palabra no se puede oír en medio de un gran trasiego. Y quien, al final, consigue oírla, de inmediato le invade una gran calma. Abre los ojos, se levanta y comienza a vivir y sabe que el Reino de Dios está ya entre nosotros…».

Queridos hermanos: agradezcamos de corazón a la Santísima Trinidad por el amor, misericordia y ternura que tiene por toda la humanidad. Conscientes de este inmenso amor, hagamos el compromiso de pedir al cielo y esforzarnos para alcanzar una fe recta, una esperanza cierta y una caridad perfecta.

Glorifiquemos a la Santísima Trinidad con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús por tu Palabra de vida eterna.

Que el Espíritu Santo nos ilumine para que tu palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.