SÁBADO DE LA SEMANA XVIII DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

LECTIO DIVINA DEL SÁBADO DE LA SEMANA XVIII DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

«En verdad les digo que, si tuvieran la fe como un grano de mostaza, dirían a aquella montaña que venga aquí, y vendría. Nada les sería imposible» Mt 17,20.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Mateo 17,14-20

En aquel tiempo, un hombre se acercó a Jesús y, arrodillándose ante él, le dijo: «Señor, ten compasión de mi hijo que tiene epilepsia y le dan ataques; muchas veces se cae en el fuego o en el agua. Se lo he traído a tus discípulos y no han sido capaces de curarlo». Jesús contestó: «¡Generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo tendré que estar con ustedes? ¿Hasta cuándo los tendré que soportar? Tráiganmelo aquí».

Jesús increpó al demonio y este salió del niño, que desde aquel momento quedó curado. Los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron aparte: «¿Por qué no pudimos expulsarlo nosotros?». Les contestó: «Porque tienen poca fe. En verdad les digo que, si tuvieran la fe como un grano de mostaza, dirían a aquella montaña que venga aquí, y vendría. Nada les sería imposible».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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Hoy meditamos el pasaje evangélico denominado “Jesús sana a un niño epiléptico”, que también se encuentra en Marcos 9,14-29 y en Lucas 9,37-43b. El relato comienza y termina mostrando la incapacidad de los discípulos para sanar al niño enfermo; al final se detalla la razón: la falta de fe, pese a que habían recibido poder sobre los espíritus impuros.

La esencia del texto radica en el poder revolucionario de la fe. Por eso puede decirse que «la fe mueve montañas». Se trata de una descripción poética del poder del Creador a través de la eficacia de la fe, ante la cual no hay obstáculo alguno, incluso ni lo más sólido e inamovible: los montes.

Por ello, hagamos nuestras las palabras del Cardenal Giacomo Biffi: «Y puesto que no hay trabajo más urgente, en el mundo del alma, que el de mover las montañas, la Fe, que lo permite, es un género de primera necesidad. Y es un género perecedero: se consume cada día y cada día hay que pedirla».

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

Ante la falta de fe, el poder del mal superó la capacidad de sanación de los discípulos. En la actualidad, hay muchos males que a veces superan nuestra capacidad para enfrentarlos, tales como la violencia, el divorcio, el aborto, las guerras, la drogadicción, la corrupción, las desenfrenadas pasiones humanas, la sexualización de la niñez, el terrorismo, las ideologías inspiradas en la oscuridad y otros flagelos.

Frente a esta situación algunas veces nos dejamos vencer por la tentación del desaliento, lo que nos conduce a la desesperación sin una búsqueda coherente de alternativas de solución. Ante esta combinación de males, debe emerger en nosotros la oración con fe creciente, aquella que construye y fortalece el diálogo con Dios. Así mismo, debe aparecer nuestra acción decidida de participar en el proyecto de salvación de Dios.

La Palabra de hoy es clara y sencilla: basta un grano de fe para allanar el camino que permita nuestro encuentro y el encuentro de nuestros hermanos con el Señor. Nuestra fe unida a la oración, serán los fundamentos para la liberación de cualquier tipo de mal. Por ello, consideramos que cada uno de nosotros está llamado a responder: ¿Rezamos y vivimos con fe? ¿Oramos por la liberación del mal en nosotros y en nuestro prójimo?

Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a alcanzar un milagro de fe: la adhesión incondicional a Nuestro Señor Jesucristo, fuente infinita de bondad y misericordia que puede sanar a toda la humanidad.

¡Jesús nos ama!

  1. Oración

Amado Señor Jesús: creo, pero aumenta mi fe.

Amado Jesús, Hijo de Dios vivo, concédenos a través del Espíritu Santo una fe sanadora, inquebrantable y decidida, para que demos testimonio valiente de tu amor en un mundo cada vez más incrédulo y alejado de ti.

Amado Jesús, a través de tu Santo Espíritu, llena el mundo con tu perdón liberador y condúcenos a las fuentes de agua viva que brotan de tu Palabra y de la Eucaristía.

Amado Jesús, te suplicamos abras las puertas de tu Reino a los difuntos y protege a las almas de las personas agonizantes para que lleguen a contemplar tu rostro.

¡Dulce Madre María!, Madre de la Divina Gracia, Madre del Amor hermoso, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto del cardenal Giacomo Biffi:

«En el Reino de Dios, en el país donde se enhebran los camellos por los ojos de las agujas, suceden otros muchos hechos curiosos: árboles que crecen en el mar y montañas que se trasladan como los bastidores de un teatro.

En el mundo del alma hay macizos inminentes, que quitan espacio al amor y acaban sofocándolo. No hay otra solución que arrancarlos y echarlos más allá: una operación increíble, aunque toda verdadera vida interior está repleta de estos milagros. Y puesto que no hay trabajo más urgente, en el mundo del alma, que el de mover las montañas, la Fe, que lo permite, es un género de primera necesidad. Y es un género perecedero: se consume cada día y cada día hay que pedirla.

Cada uno de nosotros sabe lo terrible que es encontrarse, en el interior de nuestro propio espíritu, frente a estos peñascos sin hendiduras que obstaculizan cualquier camino. Frente a ellos surge, fortísima, la tentación de detenernos. Por eso, Jesús nos dice que basta un poco de fe en el bien para que se realice lo imposible y se allane el camino.

También el camino de la Iglesia encuentra estos obstáculos insuperables. Ante las montañas que cierran el camino del pueblo de Dios hay quien propone medirlas con gran cuidado: altura, anchura, profundidad, volumen. Ocupación admirable, larga y complicada, tras la cual las montañas siguen en su sitio y el pueblo de Dios continúa sin saber a dónde ir. Hay quien propone excavarlas y trasladar los escombros con carretillas. Ahora bien, excavar las montañas es un trabajo largo y provoca fácilmente el desaliento. Jesús indica un medio absolutamente heterogéneo: la Fe.

Existe, por ejemplo, la convicción de que solo la violencia puede conducir a los hombres a la salvación. Si no se traslada esta montaña, hay que renunciar a creer en el poder del amor. Otro enorme macizo es la persuasión de que todas las relaciones humanas están determinadas por factores económicos, con una concatenación tan implacable que no deja ningún espacio a la justicia, ni a la misericordia, ni a la fraternidad ni, en general, a cualquier otro valor que no sea configurable económicamente. Si no conseguimos remover estas montañas, el hombre está perdido.

Al ver Mahoma que no conseguía remover la montaña, fue él a ella. He aquí una diferencia fundamental entre Mahoma y Jesús. Según el evangelio, son precisamente las montañas las que deben desplazarse; no se debe ir a ellas. Puede ser que, de una manera inconsciente, nos hagamos discípulos del profeta del islam. Al no tener demasiada confianza en la carga revolucionaria de la fe, acabamos por convencernos de que necesitamos ir a los macizos. Alguno llega a abrazarlos incluso con tanto entusiasmo que termina, él mismo, fosilizado. Con todo, mientras alguien crea verdaderamente, no hay nada que temer. Su grano de mostaza hará volar cadenas enteras de montes».

Queridos hermanos: hagamos el compromiso de leer, meditar, orar y convertir en acción evangelizadora la Palabra de Dios. Tratemos siempre de que nuestra oración sea festiva y optimista, que contribuya a que nuestros hermanos se acerquen a la acción liberadora de Nuestro Señor Jesucristo. Acompañemos este compromiso con la Santa Eucaristía, la Adoración Eucarística y no dejemos de rezar el Santo Rosario.

Glorifiquemos a la Santísima Trinidad con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús por tu Palabra de vida eterna.

Que el Espíritu Santo nos ilumine para que tu palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.