SÁBADO DE LA SEMANA XXIII DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

LECTIO DIVINA DEL SÁBADO DE LA SEMANA XXIII DE TIEMPO ORDINARIO – CICLO B

«No hay árbol bueno que dé fruto malo, ni hay árbol malo que dé fruto bueno. Porque cada árbol se conoce por su fruto» Lc 6,43.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 6,43-49

En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos: «No hay árbol bueno que dé fruto malo, ni hay árbol malo que dé fruto bueno. Porque cada árbol se conoce por su fruto; no se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien; y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de la abundancia del corazón habla la boca. ¿Por qué me llaman “Señor, Señor”, y no hacen lo que digo? El que se acerca a mí, escucha mis palabras y las pone en práctica, les voy a decir a quién se parece: Se parece a uno que edificaba una casa: cavó profundamente y puso los cimientos sobre roca; vino una inundación, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo destruirla, porque estaba sólidamente construida. En cambio, quien escucha la palabra y no la pone en práctica, se parece a uno que edificó una casa sobre tierra, sin cimiento; arremetió contra ella el río, y enseguida se derrumbó y quedó completamente destruida».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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El pasaje evangélico de hoy presenta la parte final del Sermón de la montaña, según San Lucas, con la parábola del árbol que da buenos frutos. Así como la resistencia de una casa depende de sus cimientos, la calidad de los frutos de una persona depende de lo que alberga en su corazón.

Como manifiesta Beda el Venerable: «Se entiende también por cimiento de la casa la buena intención en el obrar, porque el que oye con buenos fines, cumple firmemente los mandamientos del Señor».

El texto de hoy se puede traducir en una interrogante: ¿los valores y creencias que inspiran nuestras acciones y hábitos cotidianos son los mismos que los de Jesús? Esta es la manera de medir la autenticidad de nuestra fe.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

Jesús señala que debemos edificar nuestra vida sobre bases firmes apoyadas en la verdad, el amor y el servicio al prójimo. No basta que reconozcamos a Jesús como nuestro Dios, sólo de palabra; es indispensable que creamos en Él, que acudamos al sacramento de la penitencia arrepentidos de nuestros pecados, que vivamos en santidad y nos amemos unos a otros siguiendo sus enseñanzas. Por ello, no construyamos nuestra vida basándonos en la prosperidad y superficialidad mundana. Nuestra roca es Jesucristo y en Él debemos confiar, y cualquier cosa fuera de Cristo, es arena.

Hermanos: meditando la lectura, respondamos: ¿Cuál es el sustento o cimiento de nuestra vida? ¿Cuál es el grado de autenticidad de nuestra fe?

Recordemos que para medir la autenticidad de nuestra fe es vital cumplir los mandamientos del amor a Dios y al prójimo, aplicando las bienaventuranzas en nuestra forma de pensar y en el cotidiano accionar en nuestras familias, trabajos, comunidades y por donde vayamos. “Es la correspondencia entre el deseo del corazón humano, por Dios, y la gratuidad del deseo de Dios por el hombre que, despojándose de su majestad, se hizo uno de nosotros”, tal como lo señala el Cardenal Tempesta.

¡Jesús nos ama!

  1. Oración

Padre eterno, multiplica nuestros esfuerzos para edificar nuestra vida sobre la solidez de las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, para que, poniéndolas en práctica, podamos ser dignos de entrar en tu Reino.

Espíritu Santo, luz que penetras las almas, infunde en nosotros el deseo ardiente de convertir las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo en acciones de bondad.

Amado Jesús, misericordia pura e infinita, concede el perdón a las almas del purgatoria y llévalas al banquete celestial. Envía a San Miguel Arcángel para que proteja a las almas de las personas agonizantes ante los ataques del enemigo.

¡Dulce Madre, María!, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de Santa Teresa de Calcuta:

«Si una cosa hay que siempre nos asegurará el Cielo, son los actos de caridad y de generosidad con los que habremos llenado nuestra existencia. ¿Acaso sabremos jamás cuál es el bien que nos puede acarrear una simple sonrisa? Proclamamos cómo Dios acoge, comprende, perdona. Pero ¿acaso somos nosotros la prueba viviente de ello? ¿Ven en nuestras vidas que esta acogida, esta comprensión, este perdón, son verdaderos? Seamos sinceros en nuestras mutuas relaciones; tengamos el valor de acogernos unos a otros tal como somos. No estemos sorprendidos o preocupados por nuestros fracasos ni por los de los demás; sino que procuremos antes ver el bien que hay en cada uno de nosotros; busquémosle, porque cada uno de nosotros ha sido creado a imagen y semejanza de Dios.

No olvidemos que todavía no somos santos, sino que nos esforzamos para llegar a serlo. Seamos, pues, extremadamente pacientes en lo que se refiere a nuestras faltas y caídas. No te sirvas de tu lengua si no es para hablar bien de los otros, “porque de la abundancia del corazón, habla la boca”. Es preciso que, aquellos cuya misión es dar, tengamos alguna cosa en el corazón antes de poder dar; debemos primero, crecer en el conocimiento de Dios».

Hermanos: hagamos el compromiso de continuar cimentando nuestra vida sobre las bases firmes de la Palabra de Dios y, con la ayuda del Espíritu Santo, la Palabra sea una fuente de inspiración para la realización de obras de misericordia. Tengamos en cuenta que la adoración al Santísimo Sacramento, la Santa Eucaristía y la Penitencia son también parte de la roca firme en la que debemos sustentar nuestra vida.

Glorifiquemos a la Santísima Trinidad con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús por tu Palabra de vida eterna.

Que el Espíritu Santo nos ilumine para que tu palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción. Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.