MIÉRCOLES DE LA SEMANA III DE ADVIENTO – CICLO C

LECTIO DIVINA DEL MIÉRCOLES DE LA SEMANA III DE ADVIENTO – CICLO C

«Vayan y anuncien a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Y dichoso aquel que no se escandalice de mí» Lc 7,22-23.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 7,19-23

En aquel tiempo, Juan envió a dos de sus discípulos a preguntar al Señor: «¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?». Aquellos hombres se presentaron a Jesús y le dijeron: «Juan, el Bautista, nos ha mandado a preguntarte: «¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?»». Y en aquella ocasión Jesus curó a muchos de sus enfermedades, dolencias y malos espíritus, y a muchos ciegos les otorgó la vista. Después contestó a los enviados: «Vayan y anuncien a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Y dichoso aquel que no se escandalice de mí».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Cielos, destilen el rocío; nubes, derramen la victoria; ábrase la tierra y brote la salvación, y con ella germine la justicia». (Isaías 45,8).

El pasaje evangélico de hoy, denominado “Embajada de Juan Bautista”, se encuentra también en Mateo 11,2-15. Este texto se ubica en un contexto de espera y esperanza del pueblo judío; por ello, Juan y muchas personas desean conocer si las noticias sobre Jesús coinciden con las expectativas mesiánicas de la época, por eso Juan pregunta desde la cárcel: «¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?».

La respuesta de Jesús es positiva: los signos que realiza delante de los mensajeros son la prueba de su actividad mesiánica que ya había anunciado en la sinagoga de Nazaret, en Lc 4,18-19: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; para dar libertad a los oprimidos, y para proclamar el año de gracia del Señor».

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

El mundo no cesa sus esfuerzos para arrastrar a la humanidad a la confusión total. En medio de las crisis existenciales que el enemigo provoca, contribuyamos a conducir a las personas hacia Nuestro Señor Jesucristo. En este Adviento, demos el firme testimonio de que Él es nuestro Salvador y no debemos esperar a nadie más.

Aprendamos de Juan Bautista: en momentos de crisis, enviemos una embajada, un mensaje a través de la oración dirigido a Nuestro Señor Jesucristo, pidiéndole la libertad de espíritu, aquella que nos abre el horizonte infinito de la salvación eterna que nos ofrece a cada instante.

Hermanos: a la luz de la Palabra conviene preguntarnos: ¿Reconocemos verdaderamente a Nuestro Señor Jesucristo como nuestro Salvador? ¿Qué signos de la presencia de Dios identificamos en nuestra vida diaria? ¿Oramos por nuestros hermanos enfermos? ¿Incorporamos la lectura orante de la Palabra en nuestra dinámica de conversión?

Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a reconocer a Nuestro Señor Jesucristo como nuestro Salvador en nuestros quehaceres cotidianos y cumpliendo sus enseñanzas. Pidamos al cielo la fe que nos conduzca a la bienaventuranza: «… Y dichoso aquel que no se escandalice de mí».

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Padre eterno, concédenos, Dios todopoderoso, que la fiesta, ya cercana, de la venida de tu Hijo nos reconforte en esta vida y nos conceda los premios eternos.

Amado Jesús: te pedimos por todas las comunidades de Iglesia para que, guiadas por el Espíritu Santo, reconozcan en todas las personas necesitadas tu maravillosa presencia.

Espíritu Santo ilumina nuestros pensamientos y acciones para que siempre estemos dispuestos a contribuir a que muchos hermanos se acerquen a Nuestro Señor Jesucristo. Concédenos la fe y la humildad para reconocer su presencia en cada instante de nuestra vida.

Amado Jesús, acudimos a ti para implorar tu misericordia para que todas las almas del purgatorio hereden la vida eterna. Te suplicamos por ellos amado Jesús.

Madre Santísima, Madre del amor hermoso, intercede por nuestras peticiones ante la Santísima Trinidad. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Dios a través de un sermón de Maurice Zundel:

«Lo que Juan anunciaba, lo que esperaba, era la explosión de la ira de Dios: cribará, segará, destruirá a sus enemigos con una palabra de su boca, afirmará su omnipotencia de una manera definitiva. Y es precisamente lo que no sucederá, lo que decepcionará no sólo al Precursor, sino a los discípulos, a los apóstoles, incluso a los más íntimos de Jesús. Ese día de ira no explotará.

La omnipotencia de Dios se manifestará, finalmente, en la derrota, en la humillación, en la soledad, en la noche, en las tinieblas, en el grito del Gólgota: “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Juan, que pertenece a la antigua economía, no podía concebir que la omnipotencia de Dios fuera la del amor, ni que el amor pudiera ser vencido si no encuentra la respuesta libre, que es la única que puede fijarlo en nosotros y convertirlo en la misma fuente de nuestra vida.

Este Evangelio, haciéndonos sensibles a la angustia del Precursor y haciéndonos escuchar la respuesta de Jesús, nos hace evidente la distancia infinita que existe entre las concepciones de antes y las que brotan de la encarnación, en las que Dios instila en cada hombre un corazón de hombre y en las que nos enseña que la suprema grandeza es el despojo supremo. ¿Es Dios un poder, un poder que lo sabe todo, un poder que lo exige todo, al que estamos irresistiblemente sometidos, o bien es amor, amor entregado, amor ofrecido, amor que puede ser rehusado, amor que acepta ser rechazado hasta la muerte en la cruz?

Aquí reside toda la cuestión, y se diría que los cristianos todavía no habían comprendido que nos encontramos en una encrucijada, que es preciso tomar una postura: o bien Dios es un soberano que puede aplastarnos, o bien es un amor que nos libera, que nos conduce a la grandeza a través del despojo de nosotros mismos, porque él se entrega, se comunica, se vacía de sí mismo eternamente. Debemos aprender cada día esta lección tan difícil de la grandeza y de la dignidad: creer que el último puesto es el de Dios y que no es posible alcanzarlo más que arrodillándonos para lavar los pies».

Queridos hermanos: recemos, pidamos a la Santísima Trinidad la fe y la humildad para creer y seguir con firmeza las enseñanzas de la Palabra. Testimoniemos a Nuestro Señor Jesucristo en nuestro diario vivir mediante la realización de obras de misericordia.

Glorifiquemos a la Santísima Trinidad con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.