SÁBADO EN TIEMPO DE NAVIDAD – CICLO C

LECTIO DIVINA DEL SÁBADO EN TIEMPO DE NAVIDAD – CICLO C

«Nadie puede atribuirse nada, si no se lo dan desde el cielo» Jn 3,27.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Juan 3,22-30

En aquel tiempo, fue Jesús con sus discípulos a Judea, se quedó allí con ellos y bautizaba. También Juan estaba bautizando en Enón, cerca de Salín, porque había allí agua abundante; la gente acudía y se bautizaba. Juan todavía no había sido encarcelado. Se originó entonces una discusión entre un judío y los discípulos de Juan acerca de la purificación; ellos fueron a Juan y le dijeron: «Maestro, el que estaba contigo en la otra orilla del Jordán, de quien tú has dado testimonio, ése está bautizando y todo el mundo acude a él». Contestó Juan: «Nadie puede atribuirse nada, si no se lo dan desde el cielo. Ustedes mismos son testigos de que yo dije: “Yo no soy el Mesías, sino que me han enviado delante de Él”. En una boda, el que lleva a la esposa es el esposo; pero, el amigo del esposo que está allí y lo escucha, se llena de alegría al oír su voz. Por eso mi gozo ahora es completo. Es necesario que el crezca y que yo disminuya».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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En la víspera del Bautismo de Nuestro Señor Jesucristo, último día del tiempo litúrgico de Navidad, meditamos el pasaje evangélico denominado “Testimonio final del Bautista”, en el que se describe un hecho ocurrido cuando Juan Bautista y Jesús bautizaban a multitudes simultáneamente en dos regiones cercanas, al sur de Galilea.

Algunos discípulos de Juan sentían celos y desagrado debido a las multitudes que, en mayor número, acudían a escuchar a Jesús, y fueron a comunicárselo a su maestro, pues pensaban probablemente que ellos eran rivales y competidores. La respuesta de Juan Bautista es una lección de humildad y de una nobleza a toda prueba: «Nadie puede atribuirse nada, si no se lo dan desde el cielo». Los discípulos de Juan no comprendían que el éxito de Jesús representaba una señal inequívoca del feliz cumplimiento de la misión de Juan.

Era necesario que todos siguieran al verdadero rey, a Jesús, Hijo de Dios Padre, que está sobre todos. La misión del Precursor está llegando a su fin. Juan Bautista fue el testigo humilde de la verdadera luz que es Jesucristo, que se hace a un lado para dejarle el primer lugar al Maestro.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

Es bueno que meditemos con las palabras de Juan Bautista: «Nadie puede atribuirse nada, si no se lo dan desde el cielo». Y recordemos 1 Cor 4,7: «¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?».

Alegrémonos con los dones y dignidad que Dios nos ha otorgado y no deseemos alcanzar más de lo que se nos ha dado, aceptando con agradecimiento y amor las decisiones divinas. Pero, debemos esforzarnos en hacer florecer nuestros dones para la gloria de Dios. Viene a la mente y al corazón lo que Nuestro Señor Jesucristo nos dice, Mateo 10,8: «Gratuitamente han recibido, gratuitamente deben dar».

El ejemplo de Juan Bautista se sustenta en el amor, la humildad y en el cumplimiento de su misión. Él no buscaba el favor de los hombres, sino cumplir fielmente con su misión, reconociendo la grandeza de Nuestro Señor Jesucristo.

En el mundo actual, donde el egoísmo es una de las banderas que se enarbolan en contra del Reino de los cielos, la actitud humilde de Juan Bautista puede sonar escandalosa; sin embargo, quienes seguimos a Cristo sabemos que nuestras acciones y oraciones de intercesión están encaminadas a hacer crecer a nuestros hermanos en la fe; una actitud que, a la vez, nos otorga paz y alegría celestial.

Hermanos: a la luz de la Palabra, respondamos: ¿Somos conscientes de que Dios nos ha confiado los bienes que poseemos? ¿Cómo nos situamos frente a nuestros hermanos? ¿Somos capaces de dejarles el primer lugar para que ellos crezcan? Que las respuestas a estas preguntas nos permitan ser plenamente conscientes de que Dios crece a medida que habita en nuestros corazones.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Padre eterno, Dios todopoderoso, que por tu Unigénito nos hiciste para ti nuevas criaturas, concédenos, por tu gracia, ser semejantes a aquel, en quien nuestra naturaleza está unida a la tuya.

Amado Jesús, tú que hiciste que la alegría de Juan Bautista llegue a su plenitud al escuchar tu voz, concédenos compartir sus mismos sentimientos y sus mismas actitudes.

Amado Jesús, Santo de los santos, que te dignaste encarnarte por nosotros, enciende las lámparas de la humanidad para dispersar las tinieblas y dirigir la mente humana hacia tu luz.

Espíritu Santo, ayúdanos a leer los acontecimientos de la historia que estamos viviendo, para que interpretemos dócilmente tus iniciativas y las convirtamos en acción evangelizadora.

Espíritu Santo: fortalece al papa Francisco, a los obispos, sacerdotes, diáconos, consagrados y consagradas, para que, en unión íntima con Nuestro Señor Jesucristo y encendidos por la fe, la esperanza y el amor, puedan afrontar con humildad y alegría las fatigas de su ministerio.

Amado Jesús, tú que eres el amor y la misericordia, conduce a las almas de los difuntos a tu morada celestial, en especial a aquellos que partieron sin conocerte y en momentos de falta de lucidez espiritual.

Madre Santísima, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Dios con un escrito de Silvano del Monte Athos:

«El Padre ha amado al mundo hasta el extremo de entregarnos a su Hijo unigénito. Pero también el Hijo ha querido esto y se encarnó y vivió con nosotros en la tierra. Y, el alma, cuando ve al Señor, se alegra humildemente de la misericordia de Dios y no puede sino amar como ama su Creador. Y si viese todo y amase todo, por encima de todo amará al Señor. El alma encuentra imprevistamente al Señor y lo reconoce. ¿Quién podrá describir este gozo y esta felicidad? En el Espíritu Santo se conoce al Señor, y el Espíritu Santo llena todo el hombre: alma, mente y cuerpo. Así Dios es conocido tanto en el cielo como en la tierra.

Hombres, criaturas de Dios, conoced a vuestro Creador. Él nos ama. Conoced el amor de Cristo y vivid en paz, y de este modo alegraréis al Señor. Él espera, con clemencia, que todos los hombres vayan a Él. Acercaos a Dios pueblos de la tierra, dirigid hacia Él toda vuestra oración. Entonces la oración de toda la tierra se alzará hacia el cielo como una maravillosa nube iluminada por el sol. Habrá alegría en el cielo y entonará un himno que exalte al Señor».

Queridos hermanos: grande es nuestro Señor que ha venido a salvarnos y a redimirnos; por eso, en este tiempo de gracia, volvamos hacia Nuestro Señor Jesucristo siguiendo el ejemplo de humildad de Juan Bautista. Hagamos de nuestra vida una ofrenda constante a Jesús sabiendo que no seremos defraudados sino, más bien, portadores de su Santo Espíritu que mora en cada uno de nosotros, para la mayor gloria de Dios.

Glorifiquemos a la Santísima Trinidad con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.