VIERNES EN TIEMPO DE NAVIDAD – CICLO C

LECTIO DIVINA DEL VIERNES EN TIEMPO DE NAVIDAD – CICLO C

Se postró ante él y le suplicó: «Señor, si quieres, puedes limpiarme». Jesús extendió la mano y lo tocó diciendo: «Quiero, queda limpio». Y enseguida desapareció la lepra. Lc 5,12-13.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 5,12-16

Una vez, estando Jesús en un pueblo, se presentó un hombre cubierto de lepra; al ver a Jesús, se postró ante él y le suplicó: «Señor, si quieres, puedes limpiarme». Jesús extendió la mano y lo tocó diciendo: «Quiero, queda limpio». Y enseguida desapareció la lepra. Jesús le mandó que no lo dijera a nadie, y añadió: «Ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación la ofrenda que mandó Moisés para que les sirva de testimonio». Se hablaba de él cada vez más, y acudía mucha gente a oírle y a que los curara de sus enfermedades. Pero él solía retirarse a lugares solitarios para orar.

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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El pasaje evangélico de hoy, denominado “Jesús sana a un leproso”, se encuentra también en Mateo 8,1-4, y en Marcos 1,40-45. Este relato muestra cómo se empieza a realizar el programa de liberación humana que Jesús expuso en la sinagoga de Nazaret, según el profeta Isaías, y que meditamos ayer.

En este tiempo de Epifanía, contemplamos otra manifestación de Jesús a través de la sanación del leproso, episodio en el que se aprecia el siguiente esquema básico: primero, un breve diálogo en el que el enfermo, postrado, expresa su fe y humildad, y segundo, se produce el milagro a través de la “fuerza sanadora” que sale de Jesús.

La fe era condición indispensable para que ocurriese el milagro: una firme creencia y confianza en Jesús para disponerse a su gesto liberador; porque el enfermo sabe que solo puede ser curado por una intervención divina. Por ello, la expresión del leproso, «Señor, si quieres, puedes limpiarme», es un modelo de oración y una confesión de fe. Varios de sus milagros confirman y fortalecen esa fe inicial; por eso, Jesús repite a los curados: «Tu fe te ha salvado».

Tengamos también en cuenta lo que dijo Jesús en el Monte: «Pidan y recibirán. Llamen y se les abrirá. Busquen y hallarán» (Mt 7,7). Es la fuerza de la fe y de la oración. «Todo cuanto pidan al Padre en mi nombre Él se los concederá» (Jn 15,16), «para que vuestra alegría sea completa» (Jn 16,24).

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

«Al que confía en el Señor, Él lo envuelve con su amor» (Salmo 32).

Cada milagro de Nuestro Señor Jesucristo proclama que Él es la fuente de vida, la fuente de esperanza y de libertad para la humanidad. Por ello, todos sus milagros estaban encaminados a testificar, con fe, el mayor de todos ellos: su resurrección, que es la victoria definitiva sobre la muerte y la maldad.

Nuestro Señor Jesucristo nos enseña que su ejemplo liberador debemos aplicarlo en nuestros hermanos, especialmente en aquellos que sufren dolor, enfermedad, hambre, miseria y esclavitud. Postrémonos ante Él con confianza y fe, y digámosle: «Señor, si quieres puedes sanarme; si quieres, puedes liberarme; Señor, si quieres puedes liberar y sanar a mi hermano».

Meditando el texto de hoy, intentemos responder: ¿Oramos con fe y confiamos en la acción sanadora y liberadora de Nuestro Señor Jesucristo? ¿Compartimos nuestra fe? ¿Contribuimos a extender la acción liberadora de Nuestro Señor Jesucristo a nuestro alrededor?

Que las respuestas a estas preguntas y la diaria invocación al Espíritu Santo nos concedan aumentar y compartir nuestra fe para la mayor gloria de Dios, practicando el evangelio y las bienaventuranzas, aun cuando seamos incomprendidos en el mundo y suframos su odio y persecución.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Dios todopoderoso, concédenos que el nacimiento del Salvador del mundo, anunciado por una estrella, se manifieste y crezca siempre en nuestros corazones.

Dios Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, concédenos la fe y la plena confianza en Nuestro Señor Jesucristo para contribuir a la extensión del Reino de los cielos, y que a través de las obras de misericordia que nos inspiras, podamos siempre hacer la voluntad de Dios Padre.

Amado Jesús, por tu infinita misericordia, concede a las benditas almas del purgatorio la dicha de sentarse contigo en el banquete celestial; y a las personas moribundas, concédeles el perdón y la paz interior para que lleguen directamente al cielo.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede por nuestras oraciones ante la Santísima Trinidad.

  1. Contemplación y acción

Contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con una homilía de San Antonio de Padua:

«“Jesús extendió la mano, lo tocó y le dijo: Quiero; queda limpio” (Lc 5,13), así, de una manera imperativa. ¡Oh, manos llenas de gracia, manos de oro, llenas de jacintos, a cuyo toque se suelta el nudo de la lengua, resucita la hija del jefe de la sinagoga, queda limpia la lepra del leproso!

Dice Isaías: “Todo esto lo ha hecho mi mano” (Is 66,2). Oh, Señor, extiende, pues, para limpiar el don, la mano que mantuviste extendida en la cruz por el clavo, y toca al leproso; todo lo que toques con ella quedará limpio y sano. Extiende la mano y concede el don de la curación diciendo: “Quiero, queda limpio. Y al instante quedó limpio de la lepra” (Lc 5,13). “Todo lo que quiere lo hace” (Sal 113b,3). Entre su decir y su hacer no hay distancia alguna.

Esto mismo lleva a cabo el Señor cada día en el alma del pecador con el ministerio del sacerdote, el cual debe realizar también estas tres cosas: extender, tocar, querer. Extiende la mano cuando eleva a Dios su oración por el pecador, y siente compasión por él; le toca cuando le consuela y le promete el perdón; tiene la voluntad de limpiarlo cuando le absuelve de sus pecados…

Hermanos carísimos, pidamos al Señor Jesucristo que nos limpie de la lepra de la soberbia y de la vanagloria, de la lepra de la lujuria y de la avaricia, y de la lepra de los demás pecados capitales, a fin de que seamos dignos de presentarle la ofrenda establecida y, purificados de todos los pecados, merezcamos ser presentados a él, bendito por los siglos de los siglos. Amén».

Hermanos: como en Marcos 9,24, digámosle al Señor diariamente: «Creo, pero aumenta mi fe». Oremos incesantemente para alcanzar este don maravilloso y, con amor, compartamos nuestra fe con los hermanos más necesitados. Tengamos en cuenta que la adoración al Santísimo Sacramento, la Santa Eucaristía, la Penitencia y el rezo del Santo Rosario son también parte del ejercicio de nuestra fe.

Glorifiquemos a la Santísima Trinidad con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.