LUNES DE LA SEMANA I DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

LECTIO DIVINA DEL LUNES DE LA SEMANA I DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C

BEATA ANA DE LOS ÁNGELES MONTEAGUDO, VIRGEN

«Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo» Jn 11,27.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Lucas 10,38-42

En aquel tiempo, entró Jesús en un pueblo, y una mujer llamada Marta, lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. En cambio, Marta estaba atareada con todo el trabajo de la casa; hasta que se paró y dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me ayude». Pero el Señor le contestó: «Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas, solo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte y no se la quitarán».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Ciertamente Sor Ana se ha guiado en su vida con esta máxima de San Juan Evangelista: “Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros” (1 Juan 4,11).

En la escuela del Divino Maestro se fue modelando su corazón hasta aprender la mansedumbre y humildad de Cristo, según las palabras del Evangelio: “Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón… Porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11,29-30).

Imitando la caridad y el sentido eclesial de su Patrona, Catalina de Siena, tuvo un corazón manso y humilde abierto a las necesidades de todos, especialmente de los más pobres. Todos encontraron en ella un amor verdadero. Los pobres y humildes hallaron acogida eficaz; los ricos, comprensión que no escatimaba la exigencia de conversión; los Pastores encontraron oración y consejo; los enfermos, alivio; los tristes, consuelo; los viajeros, hospitalidad; los perseguidos, perdón; los moribundos, la oración ardiente». (San Juan Pablo II, 2 de febrero de 1985, Beatificación de Ana de los Ángeles).

Hoy celebramos a la Beata Ana de los Ángeles. Nació en Arequipa en el año 1602; fue la cuarta de ocho hijos que conformaron la familia de Sebastián de Monteagudo y Francisca de León. Sor Ana fue entregada a las religiosas catalinas a la edad de 3 años para su educación e instrucción. A los 14 años fue retirada del convento por sus padres con el fin de comprometerla en matrimonio, pero Ana decidió regresar al monasterio.

En 1616 fue aceptada como novicia y añadió a su nombre el apelativo “de los Ángeles”; en 1617 hizo su profesión religiosa. En 1647 fue elegida priora del monasterio. Murió en 1686. Fue beatificada por San Juan Pablo II en 1985. Era una mujer de altísima oración, penitencia constante y caridad inagotable, que vivió con entusiasmo el ideal de Santo Domingo de Guzmán y de Catalina de Siena. La estrecha relación de Sor Ana de los Ángeles con las almas del Purgatorio fue determinante para sus muchas predicciones.

En el pasaje evangélico de hoy, Jesús, camino a Jerusalén, se hospeda en casa de Marta y María. La hospitalidad de ellas presenta dos conductas bien marcadas: la de Marta, que preparaba el alimento para Nuestro Señor Jesucristo, y la de María, que escuchaba maravillada las enseñanzas de Jesús.

En un momento, Marta reclama a Jesús para que María le ayude, considerando tal vez que las labores domésticas eran más importantes que escuchar las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo. Quizá, porque, como lo manifestó el maestro dominico Eckart, Marta tenía un crecimiento espiritual que combinaba su servicio con una vida en presencia de Dios.

Es una interpretación que tiene un asidero realista en el evangelio de San Juan, a partir de una conversación previa entre Marta y Jesús, antes de que Jesús resucite a Lázaro, lo que ocurrió antes de la visita de Jesús a la casa de Marta. En dicho diálogo, ubicado en Juan 11,21-27, en la parte final del mismo, Jesús le dice a Marta: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí no morirá para siempre. ¿Crees esto?», y Marta, haciendo una profesión de fe, similar a la de Pedro, responde: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

En el pasaje evangélico del día de hoy, el tema central es la hospitalidad; específicamente, tener a Jesús como huésped en nuestros corazones y en nuestras vidas. Así mismo, Nuestro Señor Jesucristo muestra su amor y ternura en la intimidad de una familia.

En la misión de llevar el amor y la misericordia de Dios, ambas actitudes son complementarias, la de María y Marta: la de escuchar con fe la Palabra y la de cumplirla, en íntima comunión con Dios. Ambas son necesidades reales, vitales para la acción misionera de las comunidades y de todos nosotros en nuestra existencia cotidiana. De esta manera, Jesús nos enseña que debemos vivir una profunda unión entre la vida contemplativa y activa.

Los afanes de la vida, muchas veces, nos van alejando de la lectura de la Palabra, de la contemplación y de la acción evangelizadora. Estemos alertas a estas situaciones, ya que el mundo promueve, precisamente, este alejamiento.

Hermanos: a la luz de la Palabra, intentemos responder: ¿En nuestra vida, otorgamos tiempo a la escucha de la Palabra de Dios y a la acción evangelizadora a través de nuestras propias vidas? ¿Somos hospitalarios con nuestro prójimo? Que las respuestas a estas preguntas nos permitan complementar la lectura de la palabra con la acción, inspirada por el Espíritu Santo.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Oh, Dios, Padre eterno, que, en tu bondad, otorgaste a la beata Ana de los Ángeles, virgen, los dones de la contemplación, el espíritu de penitencia y el continuo servicio de amor al prójimo, concédenos por su intercesión, que, imitándola, te adoremos con el sacrificio de alabanza, y a través de los signos de nuestro tiempo, sepamos conocer con diligencia, tu voluntad.

Espíritu Santo, ayúdanos a leer los acontecimientos de la historia que estamos viviendo, para que interpretemos dócilmente tus iniciativas y las convirtamos en acción evangelizadora.

Padre eterno, tú, que eres el amor y la misericordia, conduce a las almas de los difuntos a tu morada celestial, en especial a aquellos que partieron sin conocerte y en momentos de falta de lucidez espiritual.

Madre Santísima, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Dios con la lectura de un escrito de San John Henry Newman:

«Perecería sin Él y, por tanto, ¿no pereceré con Él y por Él? ¿Cómo puedo levantarme de un acto como este de nutrirme de Dios? Oh, Dios mío, ¡estoy conturbado! ¿Me adelantaré o retrocederé?

Iré adelante, iré junto a ti. ¡Abriré la boca y recibiré tu Don! Lo hago con gran temor y espanto, pero ¿qué otra cosa puedo hacer? ¿A quién iré, sino a ti? ¿Quién me podrá salvar, sino solo tú? ¿Quién me podrá purificar, fuera de ti? ¿Qué otro puede ser capaz de encaminarme por mí? ¿Quién puede levantar mi ser de la caída, excepto tú?

Por eso vengo a ti con todas estas necesidades mías; vengo con temor, pero con profunda fe».

Queridos hermanos: hagamos el propósito de leer e interiorizar diariamente la Palabra de Dios y convertirla en acción evangelizadora a través de nuestra vida, en nuestra interacción con nuestro prójimo. Así mismo, dejemos que Nuestro Señor Jesucristo actúe en nuestras vidas a través de su Santo Espíritu.

Glorifiquemos a la Santísima Trinidad con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.