MARTES DE LA SEMANA III DEL TIEMPO DE CUARESMA – CICLO C

LECTIO DIVINA DEL MARTES DE LA SEMANA III DEL TIEMPO DE CUARESMA – CICLO C

«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete» Mt 18,22.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Mateo 18,21-35

En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?» Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus siervos. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El siervo, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo”. El señor tuvo lástima de aquel siervo y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el siervo aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: “Págame lo que me debes”. El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré”. Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.

Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”. Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con ustedes mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Díctate a ti mismo la norma de la misericordia, de acuerdo con la manera, la cantidad y la rapidez con que quieres que tengan misericordia contigo» (Pedro Crisólogo).

Dios prometió a Caín que quien lo matase «lo pagará siete veces» (Gen 4,15); Lamec dijo «Si la venganza de Caín valía por siete, la de Lamec valdrá por setenta y siete» (Gen 4,24). Ahora, Jesús proclama que es necesario perdonar sin límites.

Si seguimos el hilo conductor del perdón, apreciamos que, en el texto de hoy se resalta el perdón fraterno, mientras que, en la parábola del hijo pródigo, se destaca el perdón paterno.

En el texto de hoy se identifican cinco segmentos: En el primero, Pedro formula a Jesús una pregunta “aritmética”: «Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar?». Jesús responde “exponencialmente”: «setenta veces siete». En la literatura judía, el número siete es símbolo de lo universal, de lo indefinido; la respuesta de Jesús se interpreta como setenta veces siempre. En el segundo, referido a la parábola del perdón sin límites, el rey se muestra misericordioso ante la inmensa deuda de diez mil talentos que un siervo tenía con él, que simboliza una deuda impagable humanamente. En el tercero, el siervo, cuya inmensa deuda fue perdonada, exigió desproporcionadamente el pago de la deuda pequeña de cien denarios que un consiervo suyo tenía con él y se mostró inmisericorde ante los ruegos del deudor. En el cuarto, el siervo que fue perdonado es acusado ante el rey por exigir a su consiervo el pago de la deuda irrisoria y fue entregado a los verdugos hasta que pague toda su deuda. En el quinto, Jesús se pronuncia sobre el perdón fraterno y el castigo de Dios Padre si no lo aplicamos.

De esta manera, Jesús nos amplía los horizontes con su divinidad a través del amor convertido en perdón, que, si se comparte con el prójimo, se multiplica.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

En la actualidad, el mundo nos envía mensajes permanentes para incorporar la venganza, disfrazada de múltiples formas, en nuestras conductas personales y colectivas; pero esto es totalmente contrario a las enseñanzas de Jesús. ¡Nuestro Señor Jesucristo nos llama a todo lo contrario!

Jesús nos enseña a perdonar en todo momento, con una actitud llena de sabiduría que brota de nuestra identidad de hijos de Dios. Es muy importante tener en cuenta que Dios perdona nuestros pecados, principalmente por su gracia y el gran amor que nos tiene, antes que por nuestros méritos.

Haciendo silencio en nuestro corazón y mirando los ejemplos de perdón que nos dio Jesús, respondamos: ¿Cuáles son las razones por las que me resulta fácil o difícil perdonar? Si tengo dificultades en perdonar, ¿cuáles son los sentimientos que debo transformar para perdonar a los demás? Que las respuestas a estas preguntas nos permitan acercarnos más a Nuestro Señor Jesucristo.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Señor, que tu gracia no nos abandone, para que, entregados plenamente a tu servicio, sintamos sobre nosotros tu protección continua.

Señor Jesús, que revelaste en cada acción tuya la misericordia de Dios Padre, envíanos los dones del Espíritu Santo para que seamos misericordiosos con nuestros hermanos, como Dios Padre y como tú eres, amado Señor, y que desterremos de nuestros corazones todo sentimiento de venganza.

Amado Jesús, por tu infinita misericordia, concede a las benditas almas del purgatorio la dicha de sentarse contigo en el banquete celestial; y a las personas moribundas, concédeles el perdón y la paz interior para que lleguen directamente al cielo.

Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos al Señor con una homilía de Juan Crisóstomo:

«Dos cosas, pues, son las que de nosotros quiere aquí el Señor: que condenemos nuestros propios pecados y que perdonemos los de nuestro prójimo… Pues aquel que considera sus propios pecados, estará más dispuesto al perdón de su compañero. Y no perdonar simplemente de boca, sino de corazón… Porque ¿qué es lo que pudo haberte hecho tu ofensor comparado con lo que tú te haces a ti mismo cuando enciendes tu ira y te atraes contra ti la sentencia condenatoria de Dios?…

Nuestros mismos enemigos nos harán los mayores favores. Y no digo sólo los hombres. ¿Puede haber algo más perverso que el diablo? Y, sin embargo, hasta el diablo puede ser para nosotros ocasión de la mayor gloria, como lo demuestra la historia de Job. Si, pues, el diablo puede ser para ti ocasión de corona… Mira, cuánto ganas sufriendo con mansedumbre los ataques de tus enemigos.

En primer lugar, y ésta es la mayor ganancia, te libras de tus pecados; en segundo lugar, adquieres constancia y paciencia; en tercer lugar, ganas mansedumbre y misericordia, porque quien no sabe irritarse contra quienes le ofenden y dañan, con más razón será suave con los que le quieren. En cuarto lugar, te limpias definitivamente de la ira. ¿Y puede haber bien comparable a éste? Porque el que está puro de ira, evidentemente también estará libre de la tristeza, de la que es fuente la ira, y no consumirá su vida en vanos afanes y dolores. El que no sabe irritarse no sabe tampoco estar triste, sino que gozará de placer y de bienes infinitos.

En conclusión, cuando a los otros aborrecemos, a nosotros mismos nos castigamos: y al revés, a nosotros mismos nos hacemos beneficio cuando a los otros amamos. Sobre todo, esto, tus mismos enemigos, aun cuando fueren demonios, te respetarán; o, mejor dicho, con esta actitud tuya, ni enemigos tendrás en adelante…

Desechemos de nosotros toda ira, a fin de que también a nosotros nos perdone Dios nuestros pecados, por la gracia y misericordia de nuestro Señor Jesucristo».

Hermanos: contemplando la pasión y la cruz de Nuestro Señor Jesucristo miremos el más grande e inconmensurable ejemplo de perdón y amor, y digamos todos juntos: Señor, hoy haremos el propósito de perdonar y olvidar las pequeñas ofensas que recibimos en nuestra convivencia cotidiana. Nos comprometemos, Padre Eterno, a esforzarnos en disculpar y comprender a los demás, disimulando sus defectos; así como a reconocer la pequeñez de nuestro perdón, frente a la inmensidad del perdón que otorgó a la humanidad Nuestro Señor Jesucristo, en el momento de entregarte su espíritu.

Glorifiquemos a la Santísima Trinidad con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.