MARTES SANTO – CICLO C

LECTIO DIVINA DEL MARTES SANTO – CICLO C

«Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre, y Dios ha sido glorificado en Él» Jn 13,31.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Juan 13,21-33.36-38

En aquel tiempo, Jesús, profundamente conmovido, dijo: «Les aseguro que uno de ustedes me entregará». Los discípulos se miraron unos a otros perplejos, sin saber por quién lo decía. Uno de ellos, el que Jesús tanto quería, estaba reclinado sobre el pecho de Jesús. Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía. Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: «Señor, ¿quién es?». Jesús le contestó: «Aquel a quien yo le dé este trozo de pan mojado». Y, mojando el pan, se lo dio a Judas, hijo de Simón Iscariote. Detrás del pan, entró en él Satanás. Entonces Jesús le dijo: «Lo que tienes que hacer hazlo pronto».

Ninguno de los comensales entendió a qué se refería. Como Judas guardaba la bolsa, algunos suponían que Jesús le encargaba comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres. Judas, después de tomar el pan, salió inmediatamente. Era de noche. Cuando salió, dijo Jesús: «Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre, y Dios ha sido glorificado en Él. Si Dios has sido glorificado en Él, también Dios lo glorificará en sí mismo: y lo hará muy pronto. Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes. Ustedes me buscarán, pero yo les digo ahora lo mismo que dije a los judíos: «Adonde yo voy, ustedes no pueden venir»». Simón Pedro le dijo: «Señor, ¿a dónde vas?». Jesús le respondió: «Adonde yo voy, tú no puedes seguirme ahora, me seguirás más tarde». Pedro insistió: «Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti». Jesús le contestó: «¿Darás tu vida por mí? Pues te aseguro que antes que cante el gallo, me negarás tres veces».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

———–

«La “hora” de Jesús nos hace encontrar, a corta distancia, el amor y el odio; la proximidad misteriosa de Dios y la temerosa ausencia del corazón humano» (Enrico Masseroni).

El pasaje evangélico de hoy está integrado por el texto “Jesús anuncia la traición” y por parte del segmento denominado “Amor fraterno”. La palabra de Jesús va adquiriendo precisión cuando anuncia que uno de sus discípulos lo va a entregar, ya que en el camino a Jerusalén había anunciado tres veces su muerte. Jesús, profundamente conmovido, anuncia la traición; su alma experimenta los sentimientos humanos ante el advenimiento de su pasión y muerte.

En el texto se distinguen cinco aspectos importantes: Primero: se aprecia el amor, desconcierto y curiosidad de los discípulos de Jesús que desean conocer al traidor. Segundo: se observa cómo el poder de la oscuridad inspira y dirige a uno de los discípulos. Tercero: Jesús mismo ordena a Judas Iscariote que lleve a cabo su plan traicionero. Cuarto: se consuma la traición durante la noche, luego de la cena; Judas ingresa al mundo de las tinieblas apartándose de la luz, que es Jesús. Y, quinto, se inicia la glorificación de Jesús; Pedro no comprende las expresiones de Jesús y realiza una promesa que no podrá cumplir ya que Jesús le vaticinó que lo negará tres veces, antes de que cante el gallo.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

Jesús enfrenta la traición de Judas Iscariote y puede leer en los corazones de sus discípulos la triple negación de Pedro y el abandono de la mayoría de ellos, algo que experimentará en los momentos que se avecinan.

Nosotros, como testigos de momentos difíciles, estamos invitados también a tomar la decisión trascendente de seguir a Jesús, con fidelidad y valor. El Señor nos invita a seguirle, nos muestra su amor misericordioso, exhortándonos a amar como Él nos ama; pero, también interpela nuestras acciones contrarias a sus preceptos. Próximos a vivir en el corazón, la pasión, crucifixión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, respondamos: ¿Nuestro seguimiento a Jesús es fiel y constante? En nuestra vida, ¿cómo hemos enfrentado o enfrentaríamos situaciones de traición y negación?

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Dios todopoderoso y eterno, concédenos participar de tal modo en las celebraciones de la pasión del Señor, que merezcamos tu perdón.

Padre eterno: te pedimos que en nuestros momentos de debilidad encontremos aliento en la pasión de tu Hijo Jesús y que el Espíritu Santo nos fortalezca para hacer siempre lo bueno, lo recto y lo verdadero ante ti.

Amado Jesús, purifica nuestro seguimiento y concédenos, a través de tu Santo Espíritu, la gracia de consolar a los atribulados mediante el consuelo con el que tú nos confortas.

Amado Jesús, te pedimos por todos los moribundos y los difuntos, en especial, por aquellos que han partido o están partiendo de este mundo sin el auxilio espiritual, para que obtengan tu misericordia y tomen parte en tu gloriosa resurrección.

Madre Santísima, Reina de los ángeles, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un texto de Enrico Masseroni:

«La “hora” de Jesús nos hace encontrar, a corta distancia, el amor y el odio; la proximidad misteriosa de Dios y la temerosa ausencia del corazón humano. Mientras Jesús se acerca al umbral de la “hora” de la historia, afuera se perfilan cuatro rostros que manifiestan la diversa tipología de la fe, en la reacción frente al misterio: está la presunción escandalizada de Pedro; está la sombra de la traición de Judas; está la fatiga del creer de los discípulos sorprendidos por la angustia, y está, sobre todo, la periferia extrema del odio del mundo.

Judas se sienta a la mesa con Jesús, pero no comprende el signo de la amistad. Los discípulos temen el sentido dramático de un adiós. El mundo no cree. En realidad, hay un solo pecado frente a la hora de Jesús: se trata de una fe que no se adhiere, que no es capaz de acoger el misterio de Jesús: su obediencia, su misión. Se trata de una fe demasiado humana, que se ha quedado en los umbrales de una perspectiva mesiánica puramente terrena. Es el recurrente escándalo de los discípulos frente a la cruz. Jesús, sí, pero no la cruz. Cristo, sí, pero según la imagen construida con perspectivas humanas.

El riesgo sigue siendo actual. Jesus nunca ha dejado ni deja de sorprender. Interesa a los hombres de todos los tiempos. Las interpretaciones que se dan sobre él son las más dispares. Hay, sin embargo, una decisiva: la fe. Solo ella establece la única verdadera diferencia. La fe nos permite franquear el umbral del encuentro verdadero, y entonces todo entra en juego. La decisión de creer es voluntad de cambiar de vida, de dejarse “lavar los pies”; es la decisión de dejar que Cristo cuente en nuestra vida cotidiana, en nuestra comunidad.

El solo interés por Jesus, si no se convierte en fe, tiene en sí una fuerte inclinación a reducirle a nuestra propia imagen y semejanza. La fe, como adhesión, transforma, en cambio, al discípulo a imagen y semejanza de Jesús; según su palabra, su mandamiento nuevo. Y el amor, que transforma la vida del cristiano, debe medirse con estas dos palabras, frecuentes en los capítulos 13 y 14, pero de poco uso en el lenguaje corriente: “obedecer a los mandamientos”.

El amor es adhesión. Es superación de nuestro propio mundo subjetivo, en el que se sedimentan costumbres, preconceptos, proyectos personales de pequeño cabotaje, para entrar en un designio ciertamente más comprometedor, pero más verdadero y más grande. En definitiva, la fe y el amor son condiciones necesarias para encontrar a Jesucristo y para no permanecer extraños a sus muchas horas, a las citas decisivas que se renuevan también en el hoy de una historia sagrada siempre abierta».

Queridos hermanos, en estos difíciles momentos, acudamos a la misericordia divina y sigamos meditando durante esta semana la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo. En esta meditación, reflexionemos sobre nuestro seguimiento a Jesús y, luego de un profundo silencio y oración, proclamemos a Jesús como el rey de nuestras vidas.

Glorifiquemos a la Santísima Trinidad con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.