MARTES DE LA OCTAVA DE PASCUA – CICLO C

LECTIO DIVINA DEL MARTES DE LA OCTAVA DE PASCUA – CICLO C

«No me retengas, que todavía no he subido al Padre. Anda, ve a mis hermanos y diles: «Subo al Padre mío y Padre de ustedes, al Dios mío y Dios de ustedes»» Jn 20,17.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Juan 20,11-18

En aquel tiempo, fuera, junto al sepulcro, estaba María Magdalena, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús. Ellos le preguntaron: «Mujer, ¿por qué lloras?». Ella les contestó: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto». Dicho esto, dio media vuelta y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Jesús le dijo: «Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?». Ella, pensando que era el jardinero, le contesta: «Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré». Jesús le dice: «¡María!». Ella lo reconoce y le dice en hebreo: «¡Raboni!», que significa: «¡Maestro!». Jesús le dijo: «No me retengas, que todavía no he subido al Padre. Anda, ve a mis hermanos y diles: «Subo al Padre mío y Padre de ustedes, al Dios mío y Dios de ustedes»». María Magdalena fue y anunció a los discípulos: «He visto al Señor y ha dicho esto».

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«El auténtico conocimiento de Dios, Dios de la misericordia y del amor benigno, es una constante e inagotable fuente de conversión, no solamente como momentáneo acto interior, sino también como disposición estable, como estado de ánimo. Quienes llegan a conocer de este modo a Dios, quienes lo ven así, no pueden vivir sino convirtiéndose sin cesar a Él. Viven, pues, en un estado de conversión, es este estado el que traza la componente más profunda de la peregrinación de todo el hombre por la tierra en estado de viador» (San Juan Pablo II).

Queridos hermanos: si nos preguntamos ¿qué es lo que Dios nos comunica con lo que acontece en la humanidad?, una de las respuestas que encontramos es que todos estamos llamados a reflexionar y contrastar nuestra vida con las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo, especialmente con los mandamientos y las bienaventuranzas. Otra respuesta es la acción misma, siendo responsables y solidarios con nuestros hermanos más necesitados.

El evangelio de hoy describe la aparición de Jesús a María Magdalena; en él se aprecian tres segmentos: en el primero, María Magdalena tiene dudas y desea conocer dónde está el cuerpo de Jesús. Se le aparecen dos ángeles, pero todavía no cree en la resurrección; luego se le aparece Jesús, pero no lo reconoce.

En el segundo segmento, María Magdalena transita desde la duda hacia la fe por medio de Jesús, quien, llamándola por su nombre con una amistad divina, le hace ver que ha resucitado. Sin embargo, Jesús también busca que ella realice el salto cualitativo de la comprensión de su resurrección, superando el apego humano, por eso, le dice: «No me retengas, que todavía no he subido al Padre…». Y, en el tercer segmento, María Magdalena convencida de la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, convierte su tristeza en gozo, su desesperanza en plenitud, y fue a anunciar a los discípulos lo que Jesús le dijo.

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

La lectura lleva consigo un mensaje para todos los hombres y mujeres de todos los tiempos: Nuestro Señor Jesucristo está vivo, en medio de nosotros y debemos buscarlo por los caminos de la fe, la palabra y la oración. En estos caminos, el mismo Señor Jesús sale a nuestro encuentro, llamándonos por nuestro nombre con una amistad única, y se muestra de múltiples formas para que lo reconozcamos; por ello, es importante estar atentos a su presencia, especialmente, en nuestros hermanos más necesitados, defendiendo la vida y a la familia.

Recordemos que en algunas ocasiones hemos vivido la experiencia de perder a un familiar, a amigos y conocidos, y hemos sentido tristeza y dolor; igualmente, algunas circunstancias de nuestra vida nos han producido también sentimientos similares. Ante estas vivencias preguntémonos: ¿Cuáles fueron los sentimientos que experimentamos? ¿Buscamos a Jesús para recuperar nuestro ánimo y esperanza en una vida mejor? Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a reconocer a Jesús resucitado y vivo en nuestros corazones y en medio de nosotros.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Padre eterno, que nos entregaste los auxilios pascuales, continúa favoreciendo con tus dones celestes a tu pueblo, para que alcance la libertad verdadera y pueda gozar de la alegría del cielo que ya ha empezado a gustar en la tierra.

Amado Jesús, por tu amor y misericordia, líbranos de los apegos humanos y otórganos una fe fuerte que nos ayude a reconocerte a través de nuestros hermanos, especialmente en aquellos más necesitados y tener una plena experiencia pascual de evangelización cotidiana.

Amado Jesús, que los enfermos, los moribundos y todos los que sufren encuentren consuelo y alivio en tu gloriosa resurrección.

Amado Jesús, tú, que hiciste pasar a la humanidad entera de la muerte a la vida, concede el don de la vida eterna a los difuntos de todo tiempo y lugar, en especial a aquellos que más necesitan de tu infinita misericordia.

Madre Santísima, Madre del amor hermoso, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Hermanos: contemplemos a Nuestro Señor Jesucristo con un himno de Simeón el Nuevo Teólogo:

«No te canses, alma mía, en la búsqueda del Maestro. Como un alma que se ha librado voluntariamente a la muerte, no vayas a tientas en la búsqueda de tu comodidad, no persigas la gloria ni el goce del cuerpo ni el afecto de tus cercanos. No mires a la derecha y a la izquierda, sino, tal como comenzaste y, aún más, corre.

¡Apresúrate, sin descansar, para alcanzar y tomar al Maestro! Aunque desaparezca diez mil veces y diez mil veces te aparezca, que así lo inalcanzable sea para ti alcanzable, diez mil veces, o más bien tanto como tus respiraciones. ¡Redobla de ardor para seguirlo y corre hacia él!

Él no te abandonará, no te olvidará. Al contrario, poco a poco, cada vez más se mostrará. Alma mía, la presencia del Maestro se hará más frecuente y después de haberte perfectamente purificado por el brillo de su luz, el autor del mundo vendrá en ti, habitará en ti, será contigo. Poseerás la riqueza verdadera que el mundo no posee, que sólo posee el cielo y los que son inscritos en el cielo…

El Maestro de la tierra, que creó al cielo y todo lo que está en el Cielo y está en el mundo, el Creador, el único Juez, el único Rey, habita en ti, se muestra en ti. ¡Que te ilumine completamente con su luz y te haga ver la belleza de su rostro, te acorde verlo en persona claramente y te dé parte en su gloria! Dime, ¿existe algo más grande?».

Queridos hermanos: por este gozo incomparable de ser testigos de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, hagamos el propósito de reflexionar diariamente la Palabra de Dios y pidamos al Espíritu Santo que nos inspire para que la Palabra se convierta en escuela de vida para nosotros. Busquemos a Jesús en nuestra vida diaria, a través del hermano, especialmente del más necesitado, realizando obras de misericordia.

Glorifiquemos a la Santísima Trinidad con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.