SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA O DE LA DIVINA MISERICORDIA – CICLO C

LECTIO DIVINA DEL SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA O DE LA DIVINA MISERICORDIA – CICLO C

«¿Porque has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto» Jn 20,29.

Oración inicial

Santo Espíritu de Dios, Amor del Padre y del Hijo, ilumínanos con tus dones para que podamos comprender los tesoros de la sabiduría que Jesús nos quiere revelar en este día. Otórganos la gracia para meditar los misterios de la Palabra y revélanos sus más íntimos secretos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Ave María Purísima, sin pecado concebida.

  1. Lectura

Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 19-31

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a ustedes». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos».

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo». A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a ustedes». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!». Jesús le dijo: «¿Porque has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto». Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre.

Palabra del Señor. Gloria a ti Señor Jesús.

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«Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia» (Sal 117,1).

Al celebrar el día de la Misericordia, queremos acoger con todo nuestro corazón la compasión y la ternura del Señor para repartirla con la humanidad entera.

En el texto de hoy se identifican tres partes: en la primera se observa que el miedo es el motor que define todas las actividades de los discípulos ante las amenazas de los judíos. En este escenario, Jesús se aparece entre ellos. En la segunda, la aparición de Jesús devuelve la alegría y la fe a sus discípulos y tiene una trascendencia extraordinaria, ya que los fortalece con el Espíritu Santo, otorgándoles una nueva vida, además del impulso para proclamar la Palabra y el reino de los cielos.

La tercera parte narra una nueva aparición de Jesús en la que, con el saludo «Paz a ustedes» o «Pax Vobis» en latín, les transmite a sus discípulos la paz del alma, combinada con el perdón y la reconciliación. Este segmento también describe el cambio radical de Tomás, cuya fe se debilitó con la pasión y muerte de Jesús por lo que deseaba tener más evidencias de su resurrección. Jesús, consciente de la debilidad de Tomás le hace tocar las llagas. Así, Tomás se dio de cara con la fe: «¡Señor mío y Dios mío!».

  1. Meditación

Queridos hermanos: ¿cuál es el mensaje que Jesús nos transmite a través de su Palabra?

Como se aprecia, el miedo es el sentimiento que impide ser un verdadero discípulo de Jesús, ya que produce el encierro en nuestra incredulidad, en nuestros egoísmos, en nuestras pasiones y en tantas otras situaciones contrarias al amor de Dios. Jesús es el único capaz de liberarnos de esos miedos. Él nos devuelve la ansiada libertad a través de su paz, de la fe, de la alegría y de la misión. Además, Jesús nos fortalece con el Espíritu Santo y sus maravillosos dones.

Hermanos, con plena conciencia de que la acción del Espíritu Santo es más poderosa que cualquier sentimiento humano, respondamos: ¿Cuáles son los miedos que nos impiden ser discípulos del Señor? ¿Estamos dispuestos a ser guiados por el Espíritu Santo? Que estas reflexiones nos ayuden a responder, como Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!»; y que, liberados de nuestros miedos, proclamemos la Palabra de Dios a través de nuestras vidas, misión a la cual nos convoca Nuestro Señor Jesucristo.

¡Jesús, María y José nos aman!

  1. Oración

Padre eterno, haz que, como el apóstol Tomás, reconozcamos en Cristo a nuestro Señor y a nuestro Dios, y testimoniemos con nuestra vida lo que profesamos con la fe.

Amado Jesús, te pedimos por todos los moribundos y difuntos, en especial, por aquellos que han partido o están partiendo de este mundo sin el auxilio espiritual, para que obtengan tu misericordia y tomen parte en tu gloriosa resurrección.

Madre Santísima, Madre del Salvador, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

  1. Contemplación y acción

Queridos hermanos: contemplemos a Jesús resucitado con una homilía de San Juan Pablo II:

«Queremos dar gracias al Señor por su amor, que es más fuerte que la muerte y que el pecado. Ese amor se revela y se realiza como misericordia en nuestra existencia diaria, e impulsa a todo hombre a tener, a su vez, “misericordia” hacia el Crucificado. ¿No es precisamente amar a Dios y amar al próximo, e incluso a los “enemigos”, siguiendo el ejemplo de Jesús, el programa de vida de todo bautizado y de la Iglesia entera?

Con estos sentimientos, celebramos el II domingo de Pascua, que se llama también domingo de la Misericordia divina… Un día Jesús le dijo a sor Faustina: “La humanidad no encontrará paz hasta que se dirija con confianza a la misericordia divina”. ¡La misericordia divina! Este es el don pascual que la Iglesia recibe de Cristo resucitado y que ofrece a la humanidad, en el alba del tercer milenio.

El evangelio, que acabamos de proclamar, nos ayuda a captar plenamente el sentido y el valor de este don. El evangelista san Juan nos hace compartir la emoción que experimentaron los Apóstoles durante el encuentro con Cristo, después de su resurrección. Nuestra atención se centra en el gesto del Maestro, que transmite a los discípulos temerosos y atónitos la misión de ser ministros de la misericordia divina. Les muestra sus manos y su costado con los signos de su pasión, y les comunica: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo” (Jn 20,21). E inmediatamente después exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos” (Jn 20,22-23). Jesús les confía el don de “perdonar los pecados”, un don que brota de las heridas de sus manos, de sus pies y sobre todo de su costado traspasado. Desde allí una ola de misericordia inunda toda la humanidad.

Revivamos este momento con gran intensidad espiritual. También a nosotros el Señor nos muestra hoy sus llagas gloriosas y su corazón, manantial inagotable de luz y verdad, de amor y perdón. ¡El Corazón de Cristo! Su “Sagrado Corazón” ha dado todo a los hombres: la redención, la salvación y la santificación. De ese Corazón rebosante de ternura, santa Faustina Kowalska vio salir dos haces de luz que iluminaban el mundo. “Los dos rayos representan la sangre y el agua”. La sangre evoca el sacrificio del Gólgota y el misterio de la Eucaristía; el agua, según la rica simbología del evangelista san Juan, alude al bautismo y al don del Espíritu Santo.

A través del misterio de este Corazón herido, no cesa de difundirse también entre los hombres y las mujeres de nuestra época el flujo restaurador del amor misericordioso de Dios. Quien aspira a la felicidad auténtica y duradera, sólo en él puede encontrar su secreto.

“Jesús, en ti confío”. Esta jaculatoria, que rezan numerosos devotos, expresa muy bien la actitud con la que también nosotros queremos abandonarnos con confianza en tus manos, oh, Señor, nuestro único Salvador. Tú ardes del deseo de ser amado, y el que sintoniza con los sentimientos de tu corazón aprende a ser constructor de la nueva civilización del amor. Un simple acto de abandono basta para romper las barreras de la oscuridad y la tristeza, de la duda y la desesperación. Los rayos de tu misericordia divina devuelven la esperanza, de modo especial, al que se siente oprimido por el peso del pecado.

María, Madre de misericordia, haz que mantengamos siempre viva esta confianza en tu Hijo, nuestro Redentor. Ayúdanos también tú, santa Faustina, y fijando nuestra débil mirada en el rostro del Salvador divino, queremos repetir contigo: “Jesús, en ti confío”. Hoy y siempre. Amén».

Glorifiquemos a la Santísima Trinidad con nuestras vidas.

Oración final

Gracias Señor Jesús porque tu Palabra nos conduce por caminos de paz, amor y santidad.

Espíritu Santo ilumínanos para que la Palabra penetre a lo más profundo de nuestras almas y se convierta en acción.

Dios glorioso, escucha nuestra oración, bendito seas por los siglos de los siglos.

Madre Santísima intercede ante la Santísima Trinidad por nuestra petición. Amén.